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TribunaJosep Maria Aguiló

Vuelve la 'democracia orgánica'

Si en las dos legislaturas pasadas Sánchez fue ya nuestro Gran Timonel, en este mandato será el impulsor de la Regeneración Democrática, que vendría a ser algo así como la versión castiza y posmoderna de la Revolución Cultural en China

Actualizada 08:06

En cierto modo, casi todo acaba siempre volviendo. Vuelven los discos de vinilo, los pantalones acampanados, los muebles antiguos, las chaquetas de pana, las riñoneras multiusos o los zapatos de salón con plataforma. Y ahora está a punto de volver a nuestro querido país la «democracia orgánica», de la mano de nuestro actual presidente, Pedro Sánchez. La posible fecha fundacional de la misma podría ser, en principio, la del pasado 29 de abril, día en que Sánchez anunció que había decidido seguir al frente del Ejecutivo y al mismo tiempo avanzó algunas de las medidas que piensa poner en marcha a partir de ahora.

Por meras cuestiones de edad –nací en 1963–, yo había vivido ya antes en una democracia orgánica, en concreto durante doce años, y creí que con un poco de suerte nunca más volvería a vivir en otra, pero, ya ven, estaba completamente equivocado. En mi ingenuidad, pensaba que la democracia que se inició plenamente en España en 1978 duraría al menos un par de siglos, o como mínimo hasta que yo estuviera ya tête-à-tête ante San Pedro –ante el otro San Pedro, quiero decir–, pero hace unos días me di cuenta de que, al parecer, no va a ser exactamente así. En ese sentido, tenemos que reconocer que Pablo Iglesias fue casi un visionario cuando hace apenas una década afirmó que el «régimen del 78» estaba ya entonces prácticamente finiquitado. El proceder último de su aplicado discípulo Sánchez le ha acabado dando la razón.

Aun así, intuyo que la democracia orgánica que desea instaurar Sánchez no será una democracia orgánica tradicional, sino una algo más moderna, en versión 2.0, adaptada a los nuevos tiempos. De este modo, el líder socialista dará un paso más en su impactante proyecto político, por adjetivarlo suavemente de algún modo. Si en las dos legislaturas pasadas Sánchez fue ya nuestro Gran Timonel, en este mandato será el impulsor de la Regeneración Democrática, que vendría a ser algo así como la versión castiza y posmoderna de la Revolución Cultural que tuvo lugar en China en los años sesenta.

Sé que algunos de ustedes pensarán, seguramente con razón, que estoy siendo tal vez demasiado benévolo con el presidente o que incluso me he convertido en un filosanchista, pero yo no considero que sea del todo así. Es cierto que Sánchez laminó la posibilidad de cualquier mínima oposición interna en el Partido Socialista cuando volvió a asumir la Secretaría General y que ahora quiere hacer exactamente lo mismo con la sociedad española en su conjunto, empezando por los medios de comunicación no afines. Todo eso es cierto, sí, pero Sánchez sólo lo quiere hacer por nuestro bien, o, mejor dicho, por lo que él entiende que es nuestro bien.

Por ello mismo, siempre me han disgustado determinados calificativos dirigidos contra nuestro actual mandatario, tales como dictador, traidor, autócrata, golpista, psicópata o felón, pues no los considero en absoluto ajustados a la realidad. De momento, Sánchez aún tolera la crítica y la disidencia, permite que se celebren elecciones, mantiene abiertas las principales instituciones del país, no encarcela a los opositores al régimen y no ha instaurado todavía la censura previa. Al César lo que es del César.

Esas mismas cosas positivas las podríamos decir igualmente del PSOE, si bien me gustaría hacer una pequeña puntualización a un reciente tuit de este histórico partido. En concreto, me gustaría indicar muy respetuosamente que El Debate no es una «página web», tal como señalaba el Partido Socialista en el citado mensaje, sino un diario digital, heredero del que fue creado en 1910 por Ángel Herrera Oria y que editó su último número en marzo de 1939.

Espero y deseo que mi educado comentario no haga que los servicios jurídicos del PSOE preparen las «correspondientes acciones legales» contra mí, aunque así como están hoy las cosas en esa formación y en este país, uno ya no sabe lo que le puede llegar a pasar simplemente por emitir una opinión crítica hacia el Gobierno o incluso ya sólo por el mero hecho de hablar.

A la hora de preguntarnos cómo hemos podido llegar hasta aquí, seguramente sería bueno que políticos y periodistas hiciéramos un poco de autocrítica y que reconociéramos que a casi todos se nos han calentado un poco la boca y el tuit en estos últimos meses, a un lado y a otro del espectro ideológico. Yo creo que se me han calentado incluso a mí, que soy de extremo centro y que ni siquiera tengo X –antes Twitter–.

En este contexto de un país cada vez más polarizado, tenía mucha razón el presidente cuando en su reciente declaración institucional recalcó que «confundir libertad de expresión con libertad de difamación es una perversión democrática de desastrosas consecuencias»; pero se ve que algunos de sus propios ministros no debían de estar prestando demasiada atención cuando Sánchez leyó este párrafo y otros que iban en esa misma dirección.

En los Estados Unidos del senador Joseph McCarthy, todos los norteamericanos que no pensaban como él eran comunistas. En la España del ministro Óscar Puente, todos los españoles que no pensamos como él somos fascistas, aunque hayamos votado al PSOE en el pasado y no descartemos volver a hacerlo en el futuro, siempre y cuando haya algún día un cambio o un relevo en sus actuales dirigentes. Por supuesto, no estoy comparando a Puente con McCarthy ni estoy diciendo que en nuestro país se esté iniciando una nueva «caza de brujas» contra los disidentes. Dios me libre. Era sólo una mera reflexión histórico-política personal hecha sin maldad y en voz alta.

«Mostremos al mundo cómo se defiende la democracia», afirmó también Sánchez el pasado 29 de abril, con la extrema humildad y la gran modestia que le caracterizan. Estoy seguro de que el mundo entero debió de tomar buena nota de sus promisorias palabras y de que todas las naciones de la Tierra están desde entonces ansiosas y expectantes, a la espera de ver cómo actuará nuestro controvertido presidente en las próximas semanas.

Para serles del todo sincero, debo admitir que incluso yo mismo me noto estos días bastante ansioso y expectante. Pero no por la vuelta de las chaquetas de pana, las riñoneras multiusos o los zapatos de salón con plataforma, sino por la inminente vuelta de la democracia orgánica. Y lo confieso aun a riesgo de que los incondicionales del líder socialista y algunos compañeros de profesión me acaben llamando «reaccionario» o de que me acusen de formar también parte, ay, de la poco higiénica y muy viscosa «máquina del fango».

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