Cartas al director
Los últimos de Franco
Alguno dirá que aparenta tener sólo cuarenta y siete años y seguro que éste es uno de sus deseos irrealizables más íntimos. Pero resulta que Pedro Sánchez y «mi persona» nacimos un 29 de febrero de 1972. Es decir, que ya superamos ligeramente el medio siglo de existencia y que por eso mismo vinimos al mundo durante la dictadura de Franco. A Sánchez y a «mi persona», si Dios nos da larga vida, nos llamarán en un futuro lejano para dar conferencias y hasta seremos dignos de estudio en más de un plan de investigación que trate de averiguar si la genética de los últimos de Franco varía en algo de los genes de las personas nacidas durante la democracia o la próxima dictadura progresista.
Pues sí, el presidente Sánchez compartió durante tres años vivencias patrias con el generalísimo Francisco Franco y éste es un estigma insuperable para todo progresista que se precie. Porque la dictadura es la etapa más negra de la historia de España y todo lo que en ella acaeció es merecedor de rechazo, desprecio y olvido.
Fue este trauma franquista, y no el pactar con los populistas de Podemos, el causante del insomnio de Sánchez. De ahí que decidiera enmendar su pecado natalicio y su angustia existencial ordenando el destierro mortuorio del dictador. Pero los remordimientos de conciencia aparecieron al poco de terminar la retransmisión mediática del ataúd volador. Después vendría un segundo intento de redención con la Ley de memoria democrática: su petición pública de perdón a todos aquellos represaliados por el régimen franquista. Ese mismo régimen que a él le permitió nacer y crecer sano y salvo.
Pedro Sánchez y «mi persona» nacimos un 29 de febrero de 1972 y por eso, hagamos lo que hagamos o pensemos lo que pensemos, pertenecemos a ese despreciable grupo humano que nació durante una dictadura militar.
Más aún, pues Sánchez y un servidor, si Dios nos da larga vida, seremos de los últimos de Franco. Ahí queda eso.