Cartas al director
La otra crisis: el pin pervertido
Pasaron los años y los hijos de la que fuera ministra del Gobierno de Pedro Sánchez, la fecunda Ione Belarra, alcanzaron la edad escolar. Como no podía ser de otra forma, los matriculó en el colegio público de su barrio, situado a dos calles de su lujoso apartamento de alquiler. Su apuesta por lo público era firme e irrevocable, pese a que la generosa pensión que percibía por su pasado ministerial le permitiría llevarlos a los colegios más caros y elitistas de España.
Ahí quedó consolidada su Ley de Familias y la prohibición explícita de ese pin parental que, según los progresistas de nuevo cuño, anulaba el derecho que todo niño tiene a recibir la formación sexual que el Gobierno de turno decida y la dirección del centro escolar secunde. Una tarde de otoño se desencadenó la tragedia en su hogar familiar. El chico que recogía a sus hijos del colegio fue el primero en dar la voz de alarma. Resulta que una de las maestras, la que daba clase a uno de sus hijos mayores, se había atrevido a afirmar públicamente terribles difamaciones contra la dignidad humana de los pequeños. Sus hijos, entre lágrimas, repetían una y otra vez estos mantras que la dejaron paralizada: que el matrimonio era la unión, y para siempre, de un hombre y una mujer, y que los niños tenían «pilila» y las niñas «totete».
Y nada pudo hacer para evitar que sus hijos oyeran semejantes aberraciones, pues el Gobierno de derechas actual había asumido y confirmado todas las leyes progresistas de Sánchez. Y entre ellas estaba esa prohibición tajante del pin parental y la imposibilidad de los padres de custodiar los contenidos de los planes de estudio. Y es que eso, el plan de estudios, es lo único que había cambiado este nuevo Gobierno conservador acomplejado y sumiso. Algo es algo.