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Cartas al director

La intolerancia

Ningún ciudadano tiene derecho a pensar que sus soluciones para los males del país son las mejores, despreciando las que aportan los demás. Hablan para los suyos como si los que opinan distinto no existiesen o como si, de puro equivocarse, no contasen. Hay que respetar al que no esté de acuerdo contigo, hay que escuchar a las personas con las que estás en desacuerdo. Se aprende más de los desacuerdos que de los acuerdos.

El principio de igualdad establece que las personas somos iguales por naturaleza, mujeres y hombres y hombres y mujeres, «iguales, a los ojos de Dios, y también a la letra de la ley». Pero no iguales en méritos. Nadie tiene el monopolio del patriotismo, pero unos defienden mejor la unidad de España que otros.

El principal problema que tiene hoy España es la intolerancia, una enfermedad que ha ido minando el sistema político que impide llegar a los grandes acuerdos que hubo en el pasado, que tan buenos resultados dieron al conjunto del país.

La intolerancia y el insulto no fortalecen un ideal político, sino que lo hacen más débil, a no ser que esa idea vaya destinada al que no entiende o nada sabe. Y es que nada odia más el que no sabe que aquello que no puede entender por su profunda ignorancia, «por eso se conforma hasta con el insulto».

¿Qué pensara de mí el que insulta al que piensa como yo?

Lo que estamos oyendo en estos últimos tiempos son insultos y descalificaciones, no oímos a ningún dirigente admitir que puede estar equivocado o que revisará su posición en función de los argumentos de su adversario y la posibilidad de que tenga razón. La base de la democracia es la tolerancia de la opinión pública y plural.

Los que han hecho un ideario del feminismo, de la memoria histórica de una parte, y de un solo pensamiento, son tan intolerantes como aquellos que quieren resucitar un régimen que negaba a los españoles pensar por su cuenta.

La gran revolución pendiente es la del respeto a los demás. No habrá entendimiento ni patriotismo hasta que todos empecemos a reconocer que podemos estar equivocados. No siempre es el otro…

Máximo de la Peña Bermejo

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