Cartas al director
La dignidad del trabajo
El Papa Francisco recordaba al comienzo de su Pontificado: «El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de una persona. El trabajo –para usar una imagen– nos 'unge' de dignidad, nos llena de dignidad, nos hace semejantes a Dios, que ha trabajado y trabaja, que actúa siempre (cfr. Jn 5, 17); da la capacidad de mantenerse a sí mismo, a la propia familia, de contribuir al crecimiento de la propia nación". Unas hermosas palabras llenas de autenticidad. Por eso, a la vez de alabar y resaltar el valor y la importancia del trabajo, condenaba la actitud egoísta conducente a la destrucción de puestos de trabajo, al desempleo: «Y aquí pienso en las dificultades que, en varios países, encuentra hoy el mundo del trabajo y de la empresa; pienso en cuántos, y no solo jóvenes, están desempleados, muchas veces debido a una concepción economicista de la sociedad, que busca el provecho egoísta, más allá de los parámetros de la justicia social». Es el problema que arranca hace dos siglos con el fenómeno de la industrialización. El avance técnico, el automatismo, supone evidentemente una disminución de puestos de trabajo. Y es responsabilidad de los Gobiernos el crearlos. No es suficiente con el subsidio del paro. El hombre se realiza si se siente eficaz; y se siente eficaz si trabaja porque así crece la autoestima y desarrolla su instinto creador natural, adquiere valores. El subsidio del paro es un arma de doble filo: mientras que en unos casos ayudará eficazmente a cubrir una carencia de ingresos, en otros casos (y es público) contribuye a aumentar los ingresos que ya se obtienen por un trabajo no reconocido oficialmente. Se hace necesario que los Gobiernos se empeñen seriamente en la búsqueda y creación de nuevas fuentes de trabajo: la naturaleza es muy amplia y las posibilidades muy diversas. Pero, claro, lo cómodo es gobernar incidiendo en temas secundarios en aras de una engañosa eficacia falta de repercusión pública.