Cartas al director
Yo no acato, TC
No, no es que me sitúe al margen de nuestra democracia, es al contrario. Precisamente porque respeto nuestra Constitución, considero que mi deber constitucional es no acatar una sentencia (la que considera constitucional la ley Aído) claramente contraria a la esencia de nuestra Carta Magna, y en contradicción con la interpretación que el propio TC hizo de la misma en la sentencia 53/1985.
Y considero que mi deber es alzar la voz y expresar mi determinación de no acatar una sentencia injusta, equivocada y de gran carga ideológica.
Utilizaré las herramientas que me ofrece el Estado de derecho para defender nuestra Constitución de la actuación del que debiera ser su máximo garante y que, por el contrario, la ha terminado devaluando. Y esas herramientas empiezan por mi libertad de expresión.
Además, la sentencia nunca debió de haberse emitido, ya que 4 de sus miembros debieron de haberse apartado por no cumplir los criterios exigibles para garantizar su imparcialidad. Esto hubiera provocado falta de quórum para debatir la ponencia. Así que la resolución no debió ver la luz.
Al igual que en los juicios de Nuremberg (el deber de obediencia militar no puede eximir de la responsabilidad de acatar órdenes inmorales) mi deber de acatar las sentencias no puede anteponerse a mi deber de respetar y hacer respetar la Constitución, ni a mi deber constitucional de procurar una defensa efectiva de la vida de los no nacidos que deriva de la STC 53/1985.
Si querían cambiar la Constitución deberían haberlo hecho bien, instando a los políticos a que sigan los cauces que la propia constitución contempla y no siguiendo un proceder que excede sus competencias, pues el TC no puede actuar como poder constituyente, porque no lo es. Así que ahora no tienen ninguna autoridad moral para exigir que acate.
Y, si me veo obligado a acatar, será por imperativo legal. Pero aún así pensaré: «Y, sin embargo, se mueve».