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Cartas al director

El amargo sabor del odio

La democracia española no siempre está demostrando ser un mar en calma, a veces parece un río revuelto con aguas turbulentas en vez de un remanso de paz. No existe un sistema político perfecto porque, como toda invención humana, hay que contar con los defectos de los hombres, por lo que la democracia no puede ser menos que imperfecta.

En época de elecciones esto se pone de manifiesto por las controversias y los odios que se suscitan. Surgen en el campo del debate las leyes aprobadas, y en la medida que el derecho positivo del Gobierno se ha apropiado de la ley natural y la divina, para interpretarlas de manera particular e interesada, el conflicto es evidente, quiérase o no.

De ahí los odios y el amargor del odio: antipatía y aversión hacia alguna cosa o persona cuyo mal se desea. Y lógico pensar que de ese odio se pueda derivar la venganza: satisfacción que se toma del agravio o daño recibidos.

Prescindimos de las leyes divinas y naturales, y con las imperfecciones humanas personales hemos construido una sociedad humana también imperfecta, por lo que la sociedad ha trasladado su imperfección a los gobiernos. Es preciso recapacitar y examinar cada uno su propia responsabilidad y saber corregir y rectificar su actitud a fin de evitar ese amargo sabor del odio.

Juan Antonio Narváez Sánchez

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