Los viejos al sol

A veces las tripas se nos estremecen al ver a una persona mayor –cuanto más impedida está, peor– sentada en su silla de ruedas mientras le da el sol de media mañana en una céntrica plaza de cualquier pueblo o ciudad. Mientras pasa el tiempo, su cuidador –normalmente, cuidadora– está sentado en el banco de al lado tecleando en el Whatsapp de su teléfono móvil sin hacerle ni caso a la persona que tiene a su cargo. Es una situación de indefensión que pasa inadvertida entre los que tienen vocación de ciudadanos de bien. Ellos no se enteran de cómo está la situación política en España, ni falta que les hace. Un amigo, recientemente me contó que hace meses vivía en La Coruña un hombre mayor que había sido un importante empresario en América Latina y amigo del escritor inmortal Jorge Luis Borges. Estaba soltero y no había tenido hijos. En la última etapa de su vida se afincó en la ciudad de cristal, donde su escasa familia –la que se iba a quedar con su fortuna– le había contratado a un muchacho para que lo acompañara por el día y otro por la noche. Coincidió que un día, en medio de millones de prendas de moda, se podía visualizar su silla de ruedas. Allí estaba él, con la vista perdida. Sin importarle lo que pasaba a su alrededor. Como esperando la muerte. A su lado, ese joven acompañante miraba una cazadora de polipiel negra. La escena era dantesca porque ese señor, de gran sensibilidad, no pinta nada en medio de los probadores de última generación. Para él aquel lugar resultaba humillante. Y esta situación me hace pensar en lo que puede ser de muchos de nosotros en un futuro cercano, porque en pocos años nos tocará la década de los 80, mientras tengamos salud, que es lo único que pedimos, nos seguiremos valiendo, pero la enfermedad llega sin avisar y hay que estar preparados.