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Cartas al director

Globalización de la esperanza

Existen globalizaciones que causan pavor, algunas de las cuales estamos padeciendo, y hay otras, en cambio, que debieran fomentarse. Los problemas políticos (guerras incluidas), económicos, sociales, laborales, familiares… nos aturden y agobian; no hay que alejar mucho la mirada para advertirlo. Y ello puede conducirnos lógicamente a un determinado pesimismo. Y es aquí donde se plantea la batalla: pesimismo y decadencia contra optimismo y esperanza.

¿El optimismo es contrario a la realidad? No, en absoluto. ¿Es posible que el optimismo sea sencillamente una variable de la fe liberal en el progreso perenne, el sustituto burgués de la esperanza sin la fe? En un mundo materialista y falto de trascendencia es muy posible que sí lo sea y que en los ambientes economicistas, a partir de determinados parámetros, se pueda teorizar sobre ello. Pero donde hay fe cristiana hay esperanza; van muy unidos ambos términos. El optimismo generado por el mundo trascendente hace olvidar todo pesimismo: ahí está la esperanza, que, según el Diccionario de la RAE, es el estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. Y una segunda acepción, referida a la doctrina cristiana, la define como virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido. Lógicamente que con el auxilio de la gracia del Espíritu Santo.

Y el CEC (n. 1818) explicita esta segunda acepción: «La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna».

Globalizar la esperanza, este sí que es un objetivo positivo que hay que fomentar en aras de un humanismo más solidario.

Juan Antonio Narváez Sánchez

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