Los abusones

Eran los típicos abusones de colegio: más altos y fuertes que los demás, amargados por sentirse diferentes, pero sin hacer el más mínimo esfuerzo para adaptarse. En los recreos, nadie quería jugar al fútbol con ellos porque destrozaban las canillas a quienes osaban pasar a su lado. Cuando protestábamos, los hermanos de apellido Conde, sin hacer honor al mismo, agarraban el balón que no era suyo y se largaban, dejándonos sin pachanga. Las quejas al profesorado no servían de nada, puesto que el daño ya estaba hecho.

Hace unos días, escuché a Rosa Díez, antigua socialista reconvertida a la sensatez, detallando el porqué Zapatero es el causante de nuestros males actuales. Ese ser nefasto y vengativo, llevó a la sociedad española a la mayor fractura desde la Guerra Civil, alentando el asalto a las sedes del PP en plena jornada de reflexión y despreciando la responsabilidad, la lealtad al Estado y la concordia entre los ciudadanos. Su más fiel seguidor, Sánchez, es un individuo que comparte la idea de que cuanto más fracturada esté la sociedad española, mejor le irá. Abusa del poder porque puede y porque a los «profesores», reencarnados en jueces, les han empezado a quitar la autoridad gracias al Tribunal Constitucional de otro Conde, llamado Cándido.

Hoy, los bravucones y acosadores han legalizado el despojo al Senado de su capacidad de veto y han anulado la cláusula que paralizaba, mediante recursos ante las instancias europeas, la entrada en vigor de otro atropello e injusticia, que es la Ley de Amnistía.

Aquellos abusones del colegio recibieron su merecido. Un día, me cansé y, a pesar del riesgo, le di una patada en los testículos al mayor, dejándolo tumbado y sin respiración. Desde entonces, no volvieron a robar más balones. Puede que no fuese la mejor solución, pero me sentí mejor y hoy, cuando me lo imagino, consigo que se me pase el enfado. Aunque sólo sea por un instante