«Lo que diga Mi Persona», o el periodismo loro
La gente por ahí se hace una pregunta: ¿Qué lleva a tantos periodistas españoles a decir que lo blanco es negro y que lo frío es caliente?
En días pasados tuvieron la gentileza de invitarme a debatir sobre periodismo en el salón de actos de una parroquia de Madrid. El público, que era amable, educado y tranquilo, repitió varias veces una pregunta. Más o menos la formulaban así: ¿Por qué hay tantos periodistas ahora en España dispuestos a tragar con cosas que es evidente que están mal? ¿Por qué se niegan a aceptar hechos empíricos por prejuicios partidistas? ¿Por qué hay tantos tertulianos que ya sabes de antemano lo que van a opinar, sea cual sea el tema? Al escuchar estas críticas te sonrojas un poco, porque por desgracia son ciertas. Y es verdad también que la polarización incandescente de la política que ha provocado Sánchez nos ha radicalizado a todos.
Una vieja máxima de los periodistas reza que «perro no come perro». Es decir, recomienda obviar toda crítica a la propia profesión en nombre de un mal entendido corporativismo. Pero si parte del periodismo español está hecho un guiñapo, como es el caso, lo productivo tal vez sea señalarlo y lamentarlo.
Queridos compañeros afectos al régimen «progresista-separatista»:
–¿Cómo es que estabais frontalmente en contra de la amnistía –«eso no cabe en modo alguno en la Constitución»–, pero en cuanto Sánchez viró pasasteis al instante a hacer campaña entusiasta a favor de la misma?
–¿Cómo tenéis las tragaderas de defender la alianza preferente del PSOE con el partido de ETA, cuando muchos tenéis edad suficiente para recordar el horrible sufrimiento que provocaban los terroristas?
–¿Cómo es que tantos periodistas madrileños de izquierdas, profesionales de la capital de España, habéis aceptado rebajaros a convertiros en palanganeros –y hasta pelotas– del trasnochado y regresivo separatismo catalán y vasco?
–¿No lamentáis el haber acatado ipso facto la consigna de Moncloa de «no hay nada de nada» y «todo son bulos» cuando vuestra competencia comenzó a publicar las andanzas de la primera dama, el hermanísimo, el fiscal y Ábalos? ¿Vais a pedir disculpas por la chulería displicente y las risitas sardónicas con las que despreciabais en las tertulias las informaciones que alertaban sobre un foco de corrupción en el Gobierno?
–¿No os dais cuenta de que trabajáis para propietarios extranjeros a los que España les resbala, que le hacen la rosca a Sánchez desde vuestros medios y lo apoyan en todo solo para que a cambio les abra la puerta en negocios regulados donde pueden ganar muchísima pasta? ¿Esa es vuestra concepción del izquierdismo?
–¿Cómo lleváis comulgar con mentiras tan gruesas como la de que el Gobierno no conocía a Aldama de nada, cuando va y resulta que hasta Marlaska lo había condecorado? ¿Cómo podéis defender todas y cada una de las innumerables versiones contradictorias que ha ofrecido el Gobierno sobre el caso Delcy?
–¿No tenéis algunos instantes de duda moral, aunque sean muy fugaces? ¿No hay momentos en que os remuerde la conciencia por tener que tragar con todo tipo de tropelías contra las instituciones y contra la unidad de España? ¿No os apena que vuestros hijos y parejas os vean como unos papagayos, prestos a repetir al minuto todo lo que ordene Mi Persona, el presidente más liante, mendaz, narcisista y felón con España que hemos padecido?
Entiendo que la profesión periodística está complicada. La prensa goza de audiencias masivas y de una gran influencia, pero no acaba de encontrar la manera de ganar dinero bajo el marco de los monopolios de internet. Está claro que si te echan de tu medio, ahí fuera hace frío, cuesta encontrar otro trabajo. Se hace por lo tanto muy difícil decirle a tu jefe «oye, yo por aquí no paso». Pero aún así… ¿No es posible anteponer alguna vez la dignidad profesional y la realidad de los hechos a las orejeras ideológicas que os imponen? ¿No es posible discrepar aunque sea solo un pelín? ¿Sois periodistas o perritos de Pavlov del PSOE?
Replicaréis: «Los periodistas de derechas hacen exactamente lo mismo». No es así. Profesionales en esa órbita han criticado a Mazón en días pasados, o las lagunas de la oposición, o al PP durante la bochornosa etapa de Bárcenas y de las corruptelas de Granados y González. La negación absoluta de la realidad, el cierre de filas contra las evidencias sin una sola fisura, son hoy patrimonio de la izquierda. Y se debe a que el autodenominado «progresismo» considera que está en posesión de la verdad absoluta, por lo que toda discrepancia es inaceptable y merece ser cercada tras un profiláctico «control sanitario».
Las novelas y las películas están llenas de historias ejemplares de anónimos que en un momento dado se la juegan y anteponen sus principios a una maquinaria inmoral. Aunque les cueste la nómina (o en los peores casos, incluso el paredón). En la izquierda mediática española existen profesionales con conciencia capaces de actuar con esa coherencia ética e intelectual. Pero se cuentan con tres dedos de una mano: César Antonio Molina, Fernando Savater... y el tercero ya no se me ocurre.
Todos sabemos que en el periódico sanchista de cabecera, o en las televisiones del cuasi monopolio de la izquierda, trabajan muchos profesionales asqueados con las mentiras constantes del presidente, con la amnistía al dictado de un fugitivo antiespañol, con un cupo catalán que rompe la caja única y la solidaridad entre españoles, con el nepotismo rampante de Sánchez… Por favor, un poco de dignidad. No se callen.