Cartas al director
No es un dictador, es un tirano
En la antigua República de Roma, la figura del dictador era una magistratura revestida de un imperium preeminente sobre el resto y menos limitado en su ejercicio, que se elegía para la solución de casos de extremada urgencia y necesidad, generalmente de índole militar. Cincinato quizá sea el caso más conspicuo.
Sin embargo, frente a esta figura, quizá deseable siempre que sea en estos términos de limitación y ajuste a la solución de un problema determinado, existe una figura siempre y en todo caso indeseable: el tirano.
Según la Teoría de la Anaciclosis, existen seis formas de gobierno: tres puras y tres degeneradas que se suceden unas a otras. En un primer momento constitutivo, el monarca, será quien en su persona concite en grado sumo los valores que el grupo político entiende como deseables y para los cuáles se constituye. Es decir, el monarca será aquel capaz de la realización de estos en el mayor grado de eficiencia o, lo que es lo mismo, aquel quien garantice la materialización del bien común. Otro tanto ocurrirá, en un movimiento expansivo y corrector, con la monarquía y la democracia. Sus contrapuntos degenerados son, respectivamente, la tiranía, la oligarquía y la demagogia, cuyo efecto corrector comprenderá la vuelta a uno de los estados puros anteriores.
En el día de ayer, mientras una buena parte de España asistía impotente a la pérdida material y humana bajo tormentas de efectos incontenibles, una minoría degenerada y demagógica cuyo mérito radica precisamente en su propia degeneración (una kakistocracia o 'el gobierno de los peores'), mostraba su solidaridad, que no su acción, en dejar de ser controlados para centrarse en controlar lo que todavía no estaba bajo su dominio completo.
España es de facto una tiranía que funciona orgánicamente como una 'kakistocracia'. El peor y los peores sólo para sí mismos.
O esta situación revierte de manera inmediata o es probable que no haya marcha atrás.