Cartas al director
El 1 de noviembre
Otro año más, cuando llega el 1 de noviembre, es cuando parece que recordamos con más intensidad a los que ya no están en esta vida. Un cuerpo sin vida es como la envoltura, la cáscara vacía, de lo que ha sido un ser humano, sus vivencias, sus ideas, sus sentimientos, sus efímeros momentos de felicidad o sus largos tiempos de sufrimiento, su placer o su dolor, su amor y su odio, su familia y amigos, y también sus enemigos; sus recuerdos y esperanzas, su juventud con brillo en la mirada y la mortecina luz en los ojos de la vejez. En definitiva, las luces y sombras de todo ser humano en su transcurrir por este valle de lágrimas. Todo parece terminar cuando el corazón deja de latir.
Miramos y remiramos un cuerpo sin vida, pero todo apunta y señala a que todo su contenido y esencia ha pasado al otro lado del espejo, a otra dimensión carente de espacio y tiempo. Contemplamos la lividez y el vacío de la muerte, pero soñamos y siempre esperamos que la muerte no sea el final. Con la muerte de los seres queridos, siempre pienso en don Miguel de Unamuno, tan preocupado y obsesionado con sobrevivir a la muerte. «Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar».