Sola o acompañada
El doctor en Derecho, Manuel Barba y Roca, miembro de la Junta Suprema de Cataluña durante la guerra contra Napoleón, insistió en recomendar mi cultivo y consumo en la dieta española, y lo consiguió, siendo conocido popularmente como 'el Doctor Patata'
Durante muchísimos años fui una absoluta desconocida para el mundo civilizado. Mi presentación en sociedad sucedió tras un viaje marítimo lleno de riesgos y aventuras después de muchos avatares a lo largo del tiempo. Hasta mi nombre fue discutido y cambió en bastantes ocasiones, pero, finalmente, se pudo llegar por consenso general, a una definición admitida por todos, si bien teniendo en cuenta el idioma oficial de cada zona. Aún procediendo de lugares próximos, el tabaco y el cacao tuvieron una difusión más acelerada que la mía, dadas algunas reticencias que se presentaron en la aprobación general debido a la competencia a la que tuve que someterme con otros rivales importantes del mismo sector productivo.
Puedo decir que, por lo que alcanza a mi memoria, debí nacer en las altas tierras peruanas y regiones contiguas. Los incas fueron los que desarrollaron mi cultivo según me informó el carmelita padre Antonio Vázquez de Espinosa y trasladó a su 'Compendio descriptivo de las Indias Occidentales' en el que plasmó sus conocimientos adquiridos durante sus catorce años como viajero por «Nueva España, Honduras, Nicaragua y todo el reino del Perú». Junto con el trigo, maíz, los garbanzos, habas y otras legumbres, fui creciendo por la zona. Sobre todo, destacaba mi resistencia al frío y la sequedad del terreno, que otras plantas no aguantaban. Incluso me ponían al hielo para secarme para una mejor conservación. Mi presencia actual, tal como ahora me ven, difiere un poco de la que crecía antaño por tierras peruanas. Aquí, en Europa y América del Norte, los cultivadores han conseguido una especie de mayor tamaño con procedimientos de hibridación, aparte del tipo de terreno, clima y riego con agua. Se mantiene mi variedad de colores como siempre: blancas, amarillas y rojizas.
Los estudiosos de mi filiación botánica me sitúan cerca del tomate, el pimiento y la berenjena; es decir, en la familia de las Solanáceas. Mi vida, en general, es un poco subterránea, ¡qué le voy a hacer! Sin vistosidad, porque un tubérculo bajo tierra tiene poco atractivo, pese a que fui conocida en ocasiones como «la raíz de la abundancia». La penetración española en el Nuevo Mundo fue mi principal benefactora. Gracias a ella me extendí, principalmente, a México y a las tierras atlánticas de América del Norte, en particular Virginia. Desde allí los barcos ingleses y españoles, trasladándome a Europa, hicieron el resto. A España llegué en la primera mitad del siglo XVI y Sevilla fue la primera ciudad europea donde me sirvieron de comida a los asilados del Hospital y a los soldados acantonados en aquella plaza.
Pero tengo que reconocer que esa vez primera no provocó mucho entusiasmo por parecer a los comensales insulsa, flatulenta e indigesta; sólo adecuada, en realidad, para alimentar a los cerdos. Pero como soy de fácil cultivo y abundante producción, serví de alimento básico en las guerras de Flandes y Alemania en el conflicto devastador de la llamada de 'los Treinta Años', pudiendo demostrar mis virtudes como 'mata hambres' para reforzar otros alimentos o ser comida sola. Entonces me convertí en un producto básico, pero muy básico, de la alimentación, sin más alharacas. De ser «el peor de todos los productos vegetales» a desplegar mi presencia en la mesa del rey Luis XVI de Francia, es algo que se debió al trabajo de un filantrópico farmacéutico militar, quien, tras ser herido y hecho prisionero por los ejércitos prusianos en la guerra de los Siete Años, pudo valorar el papel que yo desempeñaba en la alimentación alemana.
De regreso a Francia en 1763 se dedicó a difundir mi cultivo y su consumo en las tierras francesas cuando escaseaban los cereales para alimentar a la población. Parmentier, así se llamaba el sujeto, redactó un estudio que fue premiado y publicado por el Journal d´Agriculture, lo que interesó vivamente a la Academia de Medicina de París y lo elogió sin límites; incluso Lavoisier y Benjamín Franklin se interesaron por mí. En definitiva, tras una pésima cosecha de cereales en 1788-89, pude demostrar mi importancia salvando a muchos del hambre. Poco después, durante la Revolución, vi con satisfacción que la Convención convirtió en patatal el jardín de Luxemburgo. Y, como sucede tantas veces, el dicho de que nadie es profeta en su tierra se confirmó con mi padrino en el mundo desarrollado, es decir, con España, que fue la que divulgó mi existencia y me despreció durante muchos años hasta que, ¡por fin!, el doctor en Derecho, Manuel Barba y Roca, miembro de la Junta Suprema de Cataluña durante la guerra contra Napoleón, insistió en recomendar mi cultivo y consumo en la dieta española, y lo consiguió, siendo conocido popularmente como 'el Doctor Patata'.
El hambre que sufrió nuestro país durante la Guerra le empujó a un entusiasmo por mi existencia, por lo que fui llamada «el tubérculo del hambre» por algunos y «el tubérculo de la abundancia» por los más optimistas. Pero como todo ser vivo tuve mis contratiempos: en 1845, un hongo microscópico conocido por el siniestro nombre de 'Phytophthora infestans' acabó con la cosecha de Irlanda y con mi muerte desencadené en aquella isla, tan maltratada por la historia, un hambre sin precedentes para un país que me tenía como alimento básico para sus habitantes. Pese a todo ello fui capaz de rehacerme y poco tiempo después me convertí en un elemento esencial en las despensas de muchos europeos, e incluso en los países del Mediterráneo, siempre fieles a la trilogía del aceite, del pan y el vino. Soy adaptable a muchos platos, tanto sola, frita o asada, y formando parte de guisos del mar, como el excelente marmitako vasco o el sorropotún cántabro, o con bacalao, o también de tierra con costillas, o bañada con huevos, como debe ser. Y sobre todo, gozaré siempre de un aprecio que nunca tendrán nuestros gobernantes actuales, a quienes sobrepaso en altura y aceptación popular, en todos los sentidos. En definitiva: elijan ustedes ¿sola o acompañada?
- Luis Javier Montoto de Simón es médico y escritor