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19 de septiembre de 2024

TribunaLuis Javier Montoto de Simón

Un genio del siglo XX

Evidentemente Charlot forma parte de la historia de nuestro tiempo, del siglo anterior y del presente. Si él no se hubieran escrito muchas páginas del celuloide y sigue siendo hoy día un enorme contemporáneo

Actualizada 01:30

Mi afición al cine comenzó desde muy pequeño. Luego, con los años, se fueron sucediendo infinidad de películas en las casas de algunos amigos y, de forma muy constante, en el cine del colegio de Areneros, los domingos a las seis y cuarto de la tarde, en donde se gestó mi ADN cinematográfico. Creo que el llamado séptimo arte aglutina a todos los demás. Tiene, por supuesto, el componente de la fotografía y de su animación, la literatura de los guiones, la actuación dentro de la estructura teatral de los encuadres y escenarios envueltos con una apropiada música que reforzaba la historia que estábamos presenciando. Toda esa plasticidad unida a nuestras emociones construía una pedagogía esencial para educar una sensibilidad y gusto por el arte cinematográfico. El color, finalmente, engrandeció, toda la riqueza de matices de los paisajes y escenarios interiores; el vestuario y el maquillaje acabaron fortaleciendo nuestra imaginación y memoria de tal manera que nos hizo ser capaces de contarnos películas entre nosotros casi con tanta emoción como si las estuviéramos viendo de nuevo.

Es el momento de agradecer a todos los que han creado esta maravillosa expresión artística. Uno de los personajes paradigmáticos de ese cine de los primeros tiempos es, sin duda, Charles Spencer Chaplin, nacido el 16 de abril de 1889 en Walworth, en la zona del East Lane, de Londres. La casualidad hizo que naciera al tiempo que uno de sus parodiados personajes, quizá el más burlado de todos: Adolf Hitler, a través de la caricatura de «El gran dictador» en 1940, anticipándose genialmente a la posterior catástrofe mundial que se vivió en aquellos años.

Evidentemente Charlot forma parte de la historia de nuestro tiempo, del siglo anterior y del presente. Si él no se hubieran escrito muchas páginas del celuloide y sigue siendo hoy día un enorme contemporáneo. Los actores como él son espejos e inspiradores de su tiempo. Su obra ocupa casi un centenar de películas. Yo destacaría como rasgos propios de su genialidad creativa la imaginación, el ritmo y el humor. Tuvo que hacer acopio de todo ello para superar las dificultades, comunes a muchos artistas, que tuvieron que superar, tanto él como su hermano Sydney, en los primeros años de su vida. Y fue una casualidad, como tantas veces ocurre en el mundo artístico, lo que produjo la aparición de nuestro «Charlie» en escena. En una de sus actuaciones, la voz de su madre se quebró repentinamente a mitad de una canción. Los abucheos eran humillantes, y ella, despavorida, huyó del escenario, pero la perspicacia del empresario al amparo de su experiencia, empujó al pequeño Chaplin a las candilejas. Y salió, y se puso a reanudar, ¡con cinco años!, lo que su madre no pudo hacer, imitando la voz cavernosa y sollozante que ésta impostaba. Fue el relevo de su madre, en ese fondo de luz pálida y temblorosa; ella se fue y él llegó; ella no volvería a pisar un escenario y él ya no volvería a abandonarlo. Aunque el coste vital de esa experiencia no hay que olvidarlo para comprender el perfil psicológico y emocional de nuestro genio. La madre pasó por un hospital de recuperación para acabar en un manicomio; el padre, alcohólico crónico, vagabundeando por la ciudad y los dos niños en el orfelinato. Pero, a los doce años, llegó el arranque definitivo que completó el germen surgido en aquella experiencia improvisada siete años atrás. Apareció en el cartel de una obra de teatro popular, despertando a la crítica teatral por su «luminosa autoridad» en el escenario. De la seriedad de esa primera experiencia fue derivando a ser el rey de la risa, pero manteniendo siempre ese bagaje de comediante trágico, representando a los pobres de espíritu, confirmando lo que sostenía el filósofo Bergson afirmando que «la risa es por esencia dramática».

A los veinticuatro años de edad firmó su primer contrato que pudiéramos llamar «internacional» tras un par de años viviendo en los Estados Unidos. En Europa, había crecido artísticamente al lado del gran empresario Fréderic Carnot, quien le impulsó a alzar el vuelo, a ser ambicioso, porque la humildad y el éxito, decía, «no hacen buenas migas». Así pues, se presentó ante Mack Sennett, el todopoderoso amo de la productora Keystone, con un aspecto algo distinto al que hizo fama posteriormente: un tipo con barbita de revolucionario bolchevique, monóculo de intelectual desnutrido, levita de pintor sentimental y unos botines milagrosos que había encontrado en un cubo de la basura. Progresivamente transformó ese personaje, como una evolución psicológica dictada por su sentimentalismo interior, al que he hecho referencia anteriormente. Sennett se entusiasmó y le encargó multitud de cortometrajes, que fueron la gran base de su obra. Fue muy listo a la hora de firmar sus contratos consiguiendo garantías económicas que muy pocos habían conseguido, sin riesgos económicos y obteniendo sustanciosos beneficios. Supo invertir muy bien sus ingresos en bancos y empresas, al tiempo que desarrollaba en su cine una crítica mordaz, una sátira angustiosa al capitalismo industrial, mostrando en las imágenes la vida de las miserables víctimas del sistema social.

El cine sonoro supuso para él un enorme reto, pero, aun así, siguió defendiendo que «el silencio es uno de los elementos de la vida». No dejó de sufrir la persecución de algunas acusaciones de paternidad no reconocida, delitos fiscales, traidor a los Estados Unidos, apoyo a los comunistas, lo que le obligó a huir a Europa al amparo de otras garantías hacia 1952. El perdón llegó veinte años después y con el momento de los abrazos y la acogida del Oscar de 1972 por el conjunto de su obra. Pero, sobre todo, quedará en mi memoria mi deseo de contemplar siempre sus películas despertando ese fondo sentimental de la lucha por la solidaridad y la ayuda a los «pobres de espíritu» que algunos sentimos de vez en cuando en nuestra vida.

  • Luis Javier Montoto de Simón es médico y escritor
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