Festejar una muerte

La muerte también es un suceso a utilizar como arma política, y aquí, claro está, definimos a un político, que no debería ser definido de esta manera, como la persona que hace uso de la política para sus fines, para servirse de ella, no para servir a los ciudadanos, su única vocación es conseguir el poder para desarrollar en él, y a sus anchas, un narcisismo exacerbado y una egolatría sin fin.

La hipocresía en la que está instalado un político de esta ralea necesita de la mentira y la careta como banderas hasta el punto de alcanzar niveles de vértigo. No es esto un brindis al sol, pues Pedro Sánchez (desde la primera línea somos conscientes de que es él el mejor representante de la definición) predica con la boca grande libertad, igualdad, buenismo, democracia y una retahíla de palabras biensonantes y útiles para convencer a cuatro vendidos (espero y deseo que haya bajado al menos a tres), al mismo tiempo que se permite el lujo de «conmemorar la muerte de una persona», sí, así como suena, pues nada se dice de la llegada de la democracia, la cual, además, fue posterior. Hipocresía en mayúsculas.

¿Hay algo más humano que respetar el dolor que inflige la muerte de un congénere? Estamos hablando de un dictador, sí, pero una persona con sus seres queridos, su familia y amistades y, como tal persona que fue, digno del sentimiento de odio por sus actuaciones a lo largo de su vida en aquellos que perdieron a sus seres queridos en la guerra o que no comulgaron con su proceder a la hora de gobernar, pero el paso dado al alegrarse de su muerte hasta el punto de festejarlo ¡durante todo un año!, vuelve totalmente transparente a quién lo celebra. Gracias, Pedro, por darte a conocer de una manera definitiva y sin ambages.

Pero el hecho de conocerte en plenitud nos plantea una duda: la desgracia de lo ocurrido en Valencia, con más de 230 muertos, ¿te llenan de dolor al igual que el resto de los españoles o lo sopesas de acuerdo con el rédito político que puedas conseguir?