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Cartas al director

Padre, perdónales

Por las calles pasea un condenado a muerte. De sus hermosísimas llagas brota salvación; y de su aliento moribundo, la misma Vida. El pueblo ha dictado sentencia —injusta– por conveniencia: muerte. Por las mismas calles, un poco más atrás, se mezclan las lágrimas de una madre con la sangre de su hijo.

Entre la turbamulta que se ha echado a la calle para asistir a la ejecución no se distinguen clases ni condiciones; pero sí sensibilidades. Los hay que no entienden qué está ocurriendo. Los hay que entienden, pero odian. Los hay que no son capaces de entender, y, sin embargo, lloran. Hay quienes miran a los ojos a Dios sin contemplar en ellos su propio rescate. Hay quienes oyen la algarabía de un pueblo echado a la calle, pero no distinguen entre sus gritos las bellas notas de un felix culpa.

Solo unos pocos se han atrevido a la compasión. Solo unos pocos valientes —porque es un acto de valentía— se atreven a reconocer en esos harapos a su Salvador: limpian la cara del Hombre, alivian el peso de su Cruz, acompañan a su Santa Madre.

Dos mil años después, por las calles pasea un condenado a muerte. De su costado lacerado brota consuelo; y de sus preciosas muñecas, el mismo Amor. El pueblo ha dictado sentencia —injusta por conveniencia: indiferencia. Por las mismas calles, un poco más atrás, se mezclan sobre la cera las lágrimas de una madre con la sangre de su hijo.

Entre el gentío que se ha echado a la calle para asistir al espectáculo no se distinguen clases ni condiciones, pero sí sensibilidades. Los hay que no entienden qué está ocurriendo. Los hay que entienden, pero odian. Los hay que no son capaces de entender, y, sin embargo, lloran. Hay quienes miran a los ojos a Dios sin contemplar en ellos su propia salvación. Hay quienes oyen la algarabía de un pueblo echado a la calle, pero no distinguen entre sus cornetas las límpidas notas de la redención.

Solo unos pocos se han atrevido a la compasión. Solo unos pocos valientes —porque es un acto de valentía— se atreven a reconocer en esos harapos a su Salvador

Alejandro García Navarro

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