Feijóo se equivoca con el aborto
Defender la vida no puede hacerse a ratos ni por cálculos electorales: es un principio que el PP debe asumir sin vacilaciones
La nula disposición del PP a protestar por el aval del Tribunal Constitucional a la ley del aborto de Zapatero, inducida por Sánchez y encabezada por su delegado Conde-Pumpido, es una mala noticia.
Y también lo es su resistencia a combatir la ampliación de esa legislación funesta, ya en marcha, que ampliará la finalización del embarazo a menores de edad con 16 años, sin ningún tipo de tutela ni participación familiar. Extremo éste al que el PP dice oponerse ahora, como en el pasado se opuso a la ley Zapatero hasta el extremo de recurrirla ante el TC. Y ya sabemos cuál es su posición hoy.
Y en el fondo de ambas posiciones se detecta un problema que lo resume todo: al PP le cuesta defender el primero y máximo de los derechos, la vida, si con ello molesta a esa parte del electorado ajeno que, por los desastres cometidos por el Gobierno y la desaparición del centro liberal de Ciudadanos, está dispuesta a votar a Feijóo.
Pero la lógica electoral no justifica la renuncia a los principios, que aquí es más que evidente: el mismo partido que recurrió el sistema de plazos de Zapatero y la ínclita Bibiana Aído no puede ahora mirar para otro lado cuando, además de consolidarse ese abuso desde un órgano constitucional entregado a las directrices de Sánchez, se aumenta con otra ley salida del mismo ministerio que defiende el cambio de sexo en menores de edad, incluso con cirugía y tratamientos hormonales, o auxilia a delincuentes sexuales induciendo la rebaja de sus condenas.
Si a Feijóo le da pudor defender la vida o cree que hacerlo es antiguo o reaccionario, no puede luego exigirle lealtad a los millones de españoles que no tienen duda al respecto de la inhumanidad del aborto o de la eutanasia, las dos únicas recetas que tiene este Gobierno para atender la vida cuando va a empezar o cuando no está lejos su fin.
Porque no hay nada más moderno, razonable, solidario, ético, moral y humanitario que ponerse al lado del indefenso, protegerle de los desvaríos ideológicos de quienes lo cosifican y protegerlo sin ambages, con pedagogía y todos los recursos que la legislación permita.
En un país envejecido y con una natalidad desfondada, asistir a la pérdida de hasta 100.000 fetos al año es triste. Pero aunque solo fuera uno, los principios atienden antes a preceptos cualitativos que a cálculos cuantitativos: la vida se defiende, sin más, para un no nacido o para decenas de miles de ellos.
Y si Feijóo no tiene claro esto o le incomoda situarse en una posición cercana a la de sus votantes, es razonable preguntarse si, llegado el momento de gobernar, se atreverá o no a derogar el catálogo de leyes negacionistas del ser humano que Sánchez y sus socios han impuesto con un rodillo indecente.