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Editorial

Veto a Ayuso

Sánchez vuelve a dar una lección de sectarismo ramplón con su enésimo capítulo de persecución obsesiva a la Comunidad de Madrid

Actualizada 01:30

El Ministerio de Defensa ha vetado la posibilidad de que Isabel Díaz Ayuso copresida una ceremonia de jura de bandera por parte de civiles este sábado en Alcobendas, un acto cargado de simbolismo con el que las Fuerzas Armadas demuestran su compromiso con la sociedad civil y ésta, a la inversa, con su propio país.

La decisión tiene la firma de Margarita Robles, como titular del departamento, pero obviamente atiende a las instrucciones de Pedro Sánchez, cuya obsesión con la presidenta de la Comunidad de Madrid le lleva a agredir institucionalmente, con una reiterada contundencia, al conjunto de los madrileños y probablemente a millones de españoles conectados anímicamente con ellos de muy distintas maneras: por sus lazos personales, sin duda, pero también por lo que la región por lo que representa como lugar de acogida y de manifestación de una idea de España.

El agravio es caprichoso, burdo e indignante, sin ninguna justificación, por mucho que se apele a razones protocolarias: un presidente autonómico es, además del máximo responsable de una comunidad, el representante del Estado en ella. Y en todo caso, más allá del protocolo prevalece el más elemental sentido común, la convivencia institucional y el respeto por el propio acto, inofensivo, emocionante y digno de aplauso.

Otros presidentes regionales han presidido ceremonias similares, desde Aragón a Castilla-La Mancha o Andalucía, sin que al Gobierno se le haya ocurrido desalojarles de la Presidencia y alojarles entre el público, como se pretende que ocurra en este caso.

Nada le impedirá a Ayuso a acudir, aunque sea en esas condiciones precarias, pero nada librará ya a Sánchez de la enésima ignominia perpetrada contra su rival político quizá más detestado: el listado de desprecios y daños causados a Madrid desde la Moncloa tiene ya hasta el infinito, siempre desde el sectarismo barato que caracteriza al líder socialista.

Prohibirle al Ejército participar en las fiestas del 2 de Mayo o expulsar a Ayuso de una jura de bandera a la que ya había acudido antes de llegar a la Puerta del Sol —ella misma juró bandera en Alcobendas— son dos episodios más de la obsesión persecutoria de Sánchez hacia ella, resumida en un ramillete de decisiones capciosas indignas de un presidente sensato: desde aplicar un confinamiento selectivo en Madrid durante la pandemia hasta cargar en la capital la cuota de menores no acompañados rechazada por Puigdemont para Cataluña; todo en el PSOE ha sido una sucesión de ataques gratuitos a una de las regiones más solidarias de España.

La soez utilización de la Fiscalía General del Estado para intentar derribar a Ayuso, utilizando espuriamente las comunicaciones privadas de su pareja en un caso fiscal sobredimensionado políticamente, definen esa deriva matonista y explican, probablemente, la marginalidad del PSOE en la Comunidad de Madrid, donde apenas es tercera fuerza política y se ha instalado en el fracaso electoral endémico.

Más allá del trato a Ayuso, que se acerca al acoso político, este episodio retrata el sectarismo de un presidente tiránico, que ha encontrado en la dirigente del PP un espejo capaz de devolver su verdadera catadura: la de un perdedor de elecciones que se aferra al poder, premia a enemigos de la Constitución y castiga a sus leales y, además, es incapaz de salir a la calle sin recibir el abucheo de los ciudadanos. A Ayuso la echan de una jura de bandera de mala manera, pero Sánchez, simplemente, no puede ir.

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