República angelical
Muchos combatientes del bando republicano no buscaban la democracia sino una revolución comunista. Recodar todo esto acaso llegue a ser delictivo. Pero es historia
En el castillo de Luc de Clapiers, moralista francés del XVIII, fue enterrado Pablo Picasso, que lo había comprado en 1958. Su obra me llegó en una traducción de Manuel Machado en aquel hermoso tiempo en el que mi mayor pasión era la lectura. Clapiers nos dijo que «todos los hombres nacen sinceros y mueren mentirosos». No sé si los padres de la ley de Memoria Democrática eran ya mentirosos; lo son ahora. Su maniqueísmo les ha llevado a mentir tanto la historia de los propios como la de los ajenos. Sobre los propios, presentan a la Segunda República como angelical, una democracia ejemplar, y la toman como ejemplo.
El régimen del 14 de abril de 1931 no nació de la voluntad nacional expresada en las urnas; llegó desde una inducida movilización callejera tras unas elecciones municipales que en el conjunto de España ganaron las candidaturas monárquicas. El Comité Revolucionario se autonombró, sin título legítimo alguno, Gobierno provisional de la República. En menos de un mes se produjo la quema de conventos; ardieron más de cien edificios religiosos sin que actuasen los bomberos ni la policía salvo para impedir que el fuego dañase los edificios colindantes.
La Constitución republicana de 1931, no sometida a referéndum, representó a una mitad de España contra la otra mitad. El presidente de la Comisión Constitucional, Luis Jiménez de Asúa, la definió en el Congreso como «una Constitución avanzada, democrática y de izquierda». No se contemplaba una República de derecha. Ese grave lastre fue el motivo último de su fracaso.
En 1933 el centroderecha ganó las elecciones y la izquierda amenazó con acciones violentas si accedían al poder los triunfadores. Ante las presiones, Gil Robles, líder de la coalición vencedora, renunció a encabezar el Gobierno. Un año después, Lerroux, del Partido Republicano Radical y presidente del Gobierno, incorporó a tres ministros derechistas, y la izquierda cumplió su amenaza: la revolución de Asturias del 6 de octubre de 1934 contra el Gobierno republicano. Hubo cerca de 2.000 muertos y graves daños en edificios históricos como la catedral de Oviedo y la Universidad. Lluís Companys, de ERC, presidente de la Generalidad, proclamó «el Estado catalán dentro de la República Federal española». Aquel golpe de Estado fue sofocado a cañonazos, con escasas víctimas, por el general Batet, jefe del Ejército en Cataluña.
Días antes, 27 de septiembre de 1934, «El Socialista» amenazaba: «Tenemos nuestro ejército a la espera de ser movilizado». Y el 30 de septiembre: «Nuestras relaciones con la República no pueden tener más que un significado: el de superarla o poseerla». El exministro e intelectual republicano Salvador de Madariaga escribió: «Con la rebelión de 1934 la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936».
Ante las elecciones de febrero de 1936 ya referí en artículo anterior las reiteradas amenazas de guerra civil de Largo Caballero. El Frente Popular ganó los comicios pero parte de la historiografía duda de su limpieza, sobre todo tras conocerse los «papeles robados» de Alcalá-Zamora. La Comisión de Actas del Congreso, presidida por el socialista Prieto, hizo bailar decenas de escaños a favor del Frente Popular. Con el asesinato del líder opositor Calvo Sotelo por policías y pistoleros socialistas, fracasado el golpe militar del 18 de julio, el país desembocó en la tragedia de la guerra civil.
El «Diario de Sesiones» del Congreso recoge la intervención del líder de la CEDA José María Gil Robles, en la tumultuosa sesión del 16 de junio de 1936. Hizo un balance de la situación desde el 16 de febrero. Recojo algunos de esos datos. Hasta el 14 de mayo, tres meses: «Atentados contra iglesias: iglesias totalmente destruidas, 160; asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, etc., 251. Atentados personales: muertos, 269; heridos de diferente gravedad, 1.287; agresiones personales frustradas o cuyas circunstancias no constan, 215. Centros particulares: centros de Acción Católica, políticos, públicos o particulares destruidos, 69; asaltados, 312. Conflictos sociales: huelgas generales, 113. Periódicos: periódicos destruidos, 10; asaltos a periódicos, intentos y destrozos, 33. Varios: bombas estalladas y petardos, 146«. Y desde el 14 de mayo al 15 de junio, un mes: »Atentados contra iglesias: iglesias totalmente destruidas, 36, asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, etc., 34. Atentados: muertos en atentados personales, 65; heridos de diferente gravedad, 230. Centros particulares: centros políticos, públicos, particulares destruidos, 9; asaltos, invasiones e incautaciones, 46. Conflictos sociales: huelgas generales, 79. Clausuras: centros clausurados, 7. Varios: bombas halladas y estalladas, petardos y líquidos inflamables, 47". Esa era la República angelical.
En la primavera y verano de 1936 el clima de preguerra era evidente. El Liberal, periódico de Prieto, editorializaba el 14 de julio de 1936, el día después del asesinato de Calvo Sotelo: «Si la reacción sueña con un golpe de Estado incruento se equivoca de medio a medio. Será una batalla a muerte, porque cada uno de los bandos sabe que el adversario, si triunfa, no le dará cuartel».
Lenin predijo ya en 1920 que «el segundo país de Europa que establecerá la dictadura del proletariado será España». A ese fin se empleó Stalin en la guerra civil, sobre todo tras los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona. Su vanguardia fueron las Brigadas Internacionales. Muchos combatientes del bando republicano no buscaban la democracia sino una revolución comunista. Recodar todo esto acaso llegue a ser delictivo. Pero es Historia.
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando