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En primera líneaEmilio Contreras

El pasado luminoso del republicanismo

El único legado de luz es el que nos llega de los últimos 45 años, y lo impulsó la Monarquía. De las dos Repúblicas solo llega la luz amarillenta y mortecina del fracaso

Actualizada 01:30

El presidente del Gobierno ha reivindicado «el pasado luminoso del republicanismo… su legado de luz». Esta supuesta ráfaga de ejemplaridad que, según Pedro Sánchez, nos llega de nuestro pasado republicano no se corresponde ni de lejos con los hechos que ocurrieron en España en el último siglo y medio.

El 11 de febrero de 1873 Amadeo I renunció a la Corona, y el Congreso y el Senado aceptaron la renuncia. Acto seguido proclamaron la I República, conculcando el artículo 33 de la Constitución progresista de 1869, que definía la forma de Estado, y los artículos 110, 111 y 112, que determinaban el procedimiento para cambiarla. Según el primer presidente del nuevo régimen, Estanislao Figueras, «la República se hizo ilegalmente por una Asamblea que no tenía poder para ello». Y su sucesor, Francisco Pi y Margall, lo reafirmó: «Es verdad que la República no había nacido de combates ni tumultos, pero no lo es menos que tampoco debía su origen a la ley». La I República fue un régimen ilegítimo desde el momento primero de su nacimiento hasta el final.

Fue, además, un monumento a la inestabilidad política. En once meses tuvo cuatro presidentes: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. El federalismo del nuevo régimen derivó en un proceso de fragmentación que hizo temer a algunos dirigentes republicanos, como Castelar, que España se desmembrara y desapareciera. El cantón de Cartagena se declaró nación independiente, y otros 28 municipios siguieron su ejemplo. Hubo provincias que declararon la guerra a sus vecinas, como fue el caso de Jaén a Granada, y pequeños villorrios que convocaron procesos constituyentes. Y todo ello sobre un fondo de motines, sublevaciones y violencia que pusieron al país al borde de la desintegración. Aquel desastre duró once meses. Esa es su luz.

Casi seis decenios más tarde, el 14 de abril de 1931, Alfonso XIII partió al exilio, y un Comité Revolucionario al que nadie había elegido con su voto proclamó la II República. El nuevo régimen, como el de 1873, lo declararon quienes no tenían mandato democrático para hacerlo. Careció de toda legitimidad hasta que en diciembre se aprobó la Constitución.

Fue la Constitución de media España contra la otra media. Desde el principio, sus fundadores lo dejaron claro. Luis Jiménez de Asúa, presidente de la comisión que redactó el anteproyecto, afirmó en las Cortes el 27 de agosto de 1931: «Esta es una Constitución de izquierdas… para que no digan que hemos defraudado las ansias del pueblo». Y Manuel Azaña dijo el 13 de octubre: «Si yo perteneciera a un partido que tuviera en esta Cámara la mitad más uno de los diputados… en ningún momento habría vacilado en echar sobre la votación el peso de mi partido para sacar una Constitución hecha a su imagen y semejanza».

Ilustración: republicanismo

Lu Tolstova

La II República repitió la inestabilidad de su predecesora. En cinco años y tres meses hubo 19 gobiernos, con una duración media de cien días. En ese tiempo, no se puso en marcha ningún sistema de pensiones ni de sanidad pública o de derechos sociales, salvo la ley de jurados mixtos y poco más. La reforma fiscal de Jaume Carner en 1932 no consiguió, con sus bajas tarifas y generosas exenciones, incrementar los ingresos del Estado. La reforma agraria fracasó por falta de dinero para pagar el justiprecio de las expropiaciones y por la incompetencia de sus responsables. Azaña escribió en sus Diarios el 6 de junio de 1933: «Lo más inasequible del mundo es pedirle a Domingo detalle de ninguna cosa [….] su desconocimiento de las cosas del campo es total». Marcelino Domingo era el ministro de Agricultura encargado de hacer la reforma agraria.

La II República vivió las duras consecuencias de la recesión que arrasó la economía occidental en los años treinta. El PIB creció una media anual del 0,3 por ciento entre 1930 y 1935 y el desempleo se multiplicó por dos. Y sus gobernantes fueron incapaces de elaborar un proyecto global y coherente con el que hacerle frente. La inestabilidad social fue permanente, y en poco más de cinco años hubo que declarar 21 estados de excepción, 23 de alarma y 18 de guerra.

En el haber de la República está el reconocimiento del sufragio femenino, gracias a la diputada Clara Campoamor, que en septiembre de 1936 tuvo que huir del Madrid republicano y exilarse en Ginebra para evitar que la asesinaran. Era republicana pero no revolucionaria.

¿Dónde están el pasado luminoso del republicanismo español y su legado de luz?

No nos engañemos. El único pasado luminoso, el único legado de luz es el de los últimos 45 años, y lo impulsó la Monarquía: una Constitución aprobada por la casi totalidad de los diputados y ratificada por el pueblo en referéndum; estabilidad política, con siete presidentes en 45 años; la única reforma fiscal integral –la de 1977– que se hizo en el siglo XX; y políticas sociales de protección al trabajador con sanidad, educación y pensiones públicas. Todo ello nos ha dado una estabilidad de fondo con la que hemos hecho frente a tres graves crisis económicas en 14 años: la financiera de 2008, la provocada por el Covid en 2020 y la que estamos padeciendo por la guerra de Ucrania. Esa es la única luz que nos llega de nuestro pasado. Porque lo que nos viene de las dos repúblicas es la luz amarillenta y mortecina de un quinqué.

Pura quincalla.

  • Emilio Contreras es periodista
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