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En primera líneaTomás Poveda Ortega

Felipe VI, actor excepcional del espacio iberoamericano

el populismo de extrema izquierda se ha extendido por la región. Su exponente es el Grupo de Puebla. En el caso de la presidenta Sheinbaum, su actitud obedece a la del manual del gobernante populista: dividir a la sociedad y generar adversarios internos y externos

Actualizada 01:30

En las últimas semanas, desde México, se han oído y leído distintas declaraciones relativas a SM el Rey y a España, tanto del expresidente de la República de los Estados Unidos Mexicanos, como de la presidenta Sheinbaum.

La decisión de la presidenta de no invitar a Felipe VI a su toma de posesión, y cierta mención en su discurso, en ese solemne acto, resultan hechos insólitos. Y lo son por varias razones, pero por una fundamental, son gestos inamistosos entre países que son más que socios estratégicos. México ocupa un lugar primigenio en la relación de España con la región. Cabe destacar que la Comunidad Iberoamericana de Naciones (CIN) se fundó a iniciativa de México y de España. En 1991, se celebró la primera Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la CIN, en Guadalajara, México. En 1992 la Cumbre tuvo lugar en Madrid.

Felipe

Lu Tolstova

El mundo en ese momento transitaba hacia un nuevo escenario debido a la caída del Muro de Berlín (1989), al inminente colapso de la URSS (diciembre de 1991), del Telón de Acero y del fin de la Guerra Fría. Existía optimismo e incertidumbre por igual porque el mundo, y principalmente Occidente, tenía que concebir que íbamos a vivir sin la amenaza comunista, al tiempo que se relajaba la tensión de una posible III Guerra Mundial de consecuencias predecibles: el riesgo de destrucción total.

Y en ese contexto, los iberoamericanos quisimos aprovechar la oportunidad y fuimos conscientes de que unidos podíamos afrontar mejor el mayor proceso de globalización de la Historia, que empezó a fraguarse en los noventa, y que llega hasta nuestros días. Hago un paréntesis para recordar que la primera globalización la impulsó España en el s. XVI, cuando fundó el Galeón de Manila: una ruta comercial que unía Europa, América y Asia a través de los puertos de Sevilla y Filipinas, y por tierra a través del Virreinato de la Nueva España, hoy México. Dos siglos y medio duró la ruta, hasta la independencia mexicana a principios del s. XIX.

Y cómo estaban la región y España en 1991. En nuestro país se había consolidado la democracia, después de los convulsos años iniciales del régimen que alumbró la Constitución de 1978, y miraba el futuro con convicción. 1992, el gran año de España, el del reconocimiento mundial, estaba a la vuelta de la esquina. Nuestro ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea era una realidad desde 1986. Además, España se constituía como el mejor embajador de los países americanos ante las instituciones europeas. De hecho, el primer Acuerdo de Asociación de la UE en la región fue el que se firmó con México en 1997. Posteriormente, se sumaron los acuerdos de la UE con Chile (2002), Brasil (2007), Caribe (2008), Centroamérica (2012), Perú y Colombia (2013), etc.

En los 90, la región presentaba incógnitas: democracias jóvenes y frágiles: Argentina, Brasil, Chile y Uruguay habían adoptado la democracia en los ochenta; economías débiles con hiperinflación: fue la «década perdida» de los ochenta; grupos terroristas que ponían contra las cuerdas a estados: Sendero Luminoso en Perú, las guerrillas comunistas en Colombia. Mientras en España también sufríamos los zarpazos de ETA. Incluso México vivía una democracia atípica: gobernado por el PRI ininterrumpidamente desde 1929. Hoy, como se constató en la Cumbre de Cádiz (2012), la relación ha evolucionado hacia un mayor equilibrio. En este siglo ha habido avances económicos y sociales entre los socios americanos de la Comunidad Iberoamericana.

Cabría subrayar las palabras del presidente dominicano Balaguer, cuando se dirigió solemnemente a Don Juan Carlos y a Doña Sofía, en su discurso de bienvenida de 1976, en el primer viaje a América de unos monarcas españoles: «América entera (...) se pone hoy en pie (…) para rendiros el homenaje de admiración y para saludar en vosotros a los primeros soberanos de España que ponen su planta en el mundo descubierto y evangelizado por el genio español». En tiempos más recientes, es destacable que Felipe VI ha visitado el continente en decenas de ocasiones, primero como Príncipe de Asturias.

Como expliqué a unos alumnos de Icade en septiembre, el populismo de extrema izquierda se ha extendido por la región. Su exponente es el Grupo de Puebla. En el caso de la presidenta Sheinbaum, su actitud obedece a la del manual del gobernante populista: dividir a la sociedad y generar adversarios internos y externos. En esa estrategia caben los mencionados desplantes.

Un error porque si hay una personalidad que escenifica hoy el espíritu iberoamericano ese es Don Felipe, quien, como Príncipe de Asturias primero y hoy como Rey, ha participado en 86 tomas de posesión desde 1996, 17 como Rey. Además, su primer viaje de Estado como monarca fue precisamente a México en 2015. Y entonces, como alto cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, pude constatar el cariño sincero a Don Felipe de autoridades, empresarios y sociedad civil del país azteca.

Estos gobernantes populistas pasarán, y el vínculo entre nuestros dos países seguirá evolucionando, y seguro que reforzándose. En todo caso, Felipe VI seguirá siendo un actor excepcional de esa realidad.

En estos días que se acerca el 12 de octubre, y que conmemoramos uno de los grandes hitos de la Historia de la humanidad, resulta oportuno agradecer a Don Felipe su esfuerzo a lo largo de décadas en reforzar nuestros lazos con América y en contribuir decididamente al espacio iberoamericano. La Corona, hoy como ayer, resulta crucial en nuestro vínculo con América. ¡Gracias Majestad!

  • Tomás Poveda Ortega fue director general de la Casa América
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