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«Me duele España»

En esta España distópica, como en la apocalíptica novela orwelliana «1984», el lema del Partido –«que quien controla el pasado, controla el futuro y, el que controla el presente, controla el pasado»– no ha perdido ni su poder, ni su influencia

Actualizada 13:22

«¡Me ahogo en este cabañal y me duele España…», escribía Miguel de Unamuno en el año 1923, recién destituido del cargo de vicerrector de la Universidad de Salamanca tras el golpe de Estado de Primo de Rivera. Con estas tres palabras condensó su hispánica visión de la trayectoria política española desde finales del siglo XIX, resumiendo el dolor de una España en franca decadencia, que no estaba a la altura de otros países europeos y que no mostraba signos positivos de unos cambios políticos, económicos y socio-laborales, tan deseables como necesarios. En aquel contexto estaba describiendo otra España –esa que les helaría el corazón a muchos, casi un siglo después– la socialcomunista del Gobierno de Pedro Sánchez. Esa frase resumía sus sentimientos, frente a lo que consideró como un grave fracaso a la hora de plantear un proyecto común, político y social de unidad nacional.

Son las crisis políticas las que hacen que la frase unamuniana reaparezca virulentamente como un desesperado grito de socorro, en boca de muchos ciudadanos, como síntoma desgarrador de un inalcanzable consenso para fraguar futuras visiones históricas y consolidar proyectos políticos colectivos en el marco de una monarquía parlamentaria. Actualmente, algunos políticos con ideologías muy contrapuestas, se han atrevido a pronunciarlas en circunstancias diferentes y con más o menos justificación. Esa proclama, en boca de según qué tipos de políticos, termina convirtiéndose en un tragicómico lamento teatral que proyecta, además de sus pocas luces, sus muchas sombras.

Estas sombras, propias de los eternos enemigos de la España democrática parlamentaria y monárquica, son fruto de una clase política, antidemocrática e irresponsable que adolece de la suficiente formación política y legitimidad moral para articular los diferentes espacios socio-regionales dentro de un nuevo proyecto común fraguado en un «plebiscito cotidiano», como postulaba el historiador Ernest Renan y, de una casta política incapaz de arrancar de cuajo los movimientos separatistas e independentistas que ansían despedazarla para convertirla en una pululación de cantones republicanos independientes.

Ante esta dictadura socialcomunista, hoy más que nunca, hay que volver a gritar: ¡Me duele España!.. No la de Unamuno, ni la invertebrada de Ortega, ni la autárquica de Franco, sino la España «orwelliana» de Sánchez, esa que comulga con todas las mentiras impuestas por el Partido y difundidas mántricamente desde los organismos oficiales para que –siguiendo las recomendaciones de Goebells– pasen a la Historia, convertidas en verdad. En esta España distópica, como en la apocalíptica novela orwelliana «1984», el lema del Partido –«que quien controla el pasado, controla el futuro y, el que controla el presente, controla el pasado»– no ha perdido ni su poder, ni su influencia. En estas controversias es un alumno aventajado: «gobierna manipulando y manipula gobernando». Para ambos, gobierno y manipulación, son lo mismo. Todo es válido para seguir durmiendo en Moncloa, viajar en el Falcon 900B y continuar «caniculando» de palacete en palacete

Me duele la total sumisión del Poder Judicial al ministro de Justicia de turno; el «Comité permanente de la Desinformación» para examinar la libertad y controlar el pluralismo de los medios de comunicación, vigilando y criminalizando cualquier crítica negativa a la gestión de su Ejecutivo; por querer destruir, mediante las Leyes de la Memoria Histórica y Democrática, nuestro pasado histórico y arrebatarnos represivamente: la capacidad de recordar y cuestionar, la libertad de pensar, la independencia para criticar y la voluntad para elegir …

Me duele, cuando Sánchez –tras jurar y perjurar en arameo, por eso nadie le entendió– nos dijo solemnemente que «nunca jamás pactaría con comunistas y separatistas» y –antes de que el gallo cantara al alba dos veces– ya se habían dado el abrazo del oso y repartido los 22 codiciados Ministerios; por ponerse de rodillas y ceder al chantaje del PNV, EH-Bildu y ERC para que le apoyen los Presupuestos Generales a cambio de pingües concesiones políticas, lingüísticas y económicas; por confinarnos ilegalmente y relegar la gestión de las residencias de mayores, donde murieron cientos de ellos en silencio y en la más impúdica y cruel soledad; por permitir impunemente que miles y miles de pymes sigan sin cobrar los prometidos ERTES; por consentir que cualquier indeseable pueda «okupar» impunemente nuestra casa y, sobre todo, por tolerar día a día con provocativa indiferencia, el exponencial aumento de las vergonzosas «colas del hambre»…

También cuando se queman impunemente fotos del Rey y las banderas españolas son arriadas de los organismos oficiales y en su lugar ondean las enseñas republicanas e independentistas; cuando las Fuerzas del Orden Público son atacadas y denostadas –incluso judicialmente– y los asesinos-etarras son excarcelados y homenajeados mientras las familias de las víctimas son abucheadas y humilladas; porque en vez de invertir en cuidados paliativos para hacer más llevadera la última etapa de nuestros mayores, se «permite» su muerte legal por decreto-ley, y porque los profesionales de la Sanidad Pública que se nieguen a colaborar en estas altruistas tareas son obligados –no a llevar cosida en la ropa y visible una estrella de David– sino, a figurar en un registro «stassiano», donde quedan anotados para siempre, todos sus datos personales.

Un Gobierno al que solo le preocupe Franco –un señor que murió hace ya 46 años– y al que usan como una densa columna de humo para encubrir sus vergüenzas políticas, sus fracasos económicos y, que no se hable de los problemas reales que acucian a España, está predeterminado al caos y a la destrucción.  

  • Pedro Manuel Hernández López es médico jubilado y periodista
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