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TribunaJosep Maria Aguiló

Una deseable templanza

Lo que muchos ciudadanos deseamos es poder seguir encontrando referentes de un periodismo honesto, riguroso y fiable. Y a poder ser también sereno, templado y tranquilo

Actualizada 08:49

A la una y media del mediodía del 22 de noviembre de 1963, un periodista de la cadena televisiva CBS lee en directo, ante las cámaras, un teletipo que le acaban de entregar: «Desde Dallas, Texas, una noticia de última hora, al parecer oficial. El presidente Kennedy ha muerto». El periodista se emociona y queda unos instantes en silencio. Con gran profesionalidad, se recompone enseguida y anuncia que «el vicepresidente Johnson ha abandonado el hospital de Dallas, aunque no sabemos hacia dónde se ha dirigido. Presumiblemente, jurará su nuevo cargo en breve y se convertirá en el 36 presidente de Estados Unidos».

Ese histórico y dramático momento televisivo se acabaría convirtiendo en icónico con los años, al haber sido reproducido en prácticamente todos los reportajes realizados desde entonces y hasta la fecha sobre el magnicidio de JFK en Dallas. Su protagonista era el periodista Walter Cronkite (1916-2009), quien era ya muy respetado en aquellas fechas y que hoy es considerado de forma casi unánime uno de los grandes referentes del periodismo norteamericano, por su honestidad y por su rigor. La popularidad del telediario nocturno que Cronkite presentó durante dos décadas, Evening News, llegó a traspasar incluso las fronteras de su propio país.

En su autobiografía profesional, Memorias de un reportero, publicada en 1996, Cronkite explicaba cómo entendía él que debía de ser su labor en el citado telediario. «Mi tarea consistía en hacer todo lo posible por eliminar el menor rastro de opinión del programa. Si la gente se enteraba de qué opinaba sobre una cuestión, o pensaba que podía discernir en mí alguna posición ideológica atribuible a la CBS, habría fracasado en mi misión», resumía.

La CBS era y es una cadena televisiva privada, circunstancia que para mí añade un valor especial a la forma de entender el periodismo que siempre tuvo Cronkite a lo largo de toda su trayectoria profesional. Personalmente, siempre me he identificado con quienes defienden que posiblemente ese sería el modo más correcto de intentar informar, ya sea en un telediario, en un noticiario radiofónico o en un diario, aunque, no haría falta decirlo, hay otras formas igualmente lícitas de enfocar cómo debe de ser el trabajo periodístico cuando está centrado esencialmente en la información.

De hecho, en la actualidad, no pocos medios y periodistas de ambos lados del Atlántico parecen preferir informar de una manera digamos más subjetiva y beligerante que la de sus predecesores. Hasta aquí, nada que objetar. Sin embargo, a veces se busca hacer también, por desgracia, un periodismo altamente emocional, que suele dividir el mundo entre buenos —los nuestros— y malos —todos los demás—, en donde el respeto y las buenas formas tradicionales están siendo sustituidas progresivamente por la descalificación personal o incluso directamente por el insulto.

En la España actual, ese tipo concreto de periodismo parece estar claramente al alza desde hace unos años. Además, la agresividad verbal que conlleva suele ir en ocasiones todavía un poco más allá en nuestro sufrido país, rozando a veces casi el punto de ebullición, sin que por ahora haya visos de que esa creciente tensión se vaya a suavizar un poco. Al menos a corto plazo. De seguir así, creo que algunos de nosotros acabaremos pidiendo a nuestros queridos médicos de cabecera que por favor nos receten algún ansiolítico o algún tranquilizante cuando tengamos la intención de leer determinados periódicos o de escuchar y ver a determinados popes radiofónicos y televisivos.

Como vemos, no corren hoy buenos tiempos para la buena educación y la templanza, pero tampoco son excesivamente buenos para la profundidad y el rigor. Precisamente, otro posible peligro sobre el que alertaba Cronkite era el del paulatino incremento de la superficialidad y la trivialización informativa. «Las cadenas han introducido recortes en los presupuestos de los noticiarios, respaldando a la vez y al unísono el surgimiento de programas sensacionalistas, una grotesca caricatura de la verdadera información», escribía, para apostillar: «El peligro, por supuesto, es que lo malo rentable tiene tendencia a desplazar a lo bueno no rentable o marginalmente rentable».

Me temo que ese peligro parece haberse acentuado aún un poco más a lo largo de estas últimas décadas. Y no sólo en Estados Unidos. En ese sentido, creo que no nos resultaría demasiado difícil citar tres o cuatro programas televisivos actuales de gran audiencia en España que siguen aquella misma línea que con tanto pesar criticaba Cronkite en Memorias de un reportero.

En esta convulsa época nuestra, en donde día a día parecen ir ganando espacio las «fake news» —los bulos de toda la vida—, el fanatismo y la sal gorda, lo que muchos ciudadanos deseamos es poder seguir encontrando referentes de un periodismo honesto, riguroso y fiable. Y a poder ser también sereno, templado y tranquilo. Ese es el periodismo que sinceramente creo que nos merecemos. Ese es el periodismo que practicó siempre el inolvidable maestro Walter Cronkite.

  • Josep María Aguiló es periodista
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