El director que nos hacía felices
La palabra «elegancia» tal vez sea la más apropiada para hablar de Donen y de la mayoría de películas que rodó
Si la valoración cinematográfica de un director dependiera de los momentos de felicidad que nos han proporcionado sus películas, Stanley Donen debería de ser considerado, sin ninguna duda, uno de los mejores directores de la historia del cine. Yo diría que de hecho lo es, aunque su nombre no siempre aparezca en los listados recopilatorios que regularmente suelen publicar las revistas de cine más prestigiosas.
Nacido en Carolina del Sur en 1924, Donen fue además un cineasta precoz, pues antes de cumplir los treinta años había dirigido ya seis películas, incluidas las obras maestras Un día en Nueva York y Cantando bajo la lluvia, que codirigió con Gene Kelly. Como él, Donen era asimismo coreógrafo y bailarín. Ambos volverían a trabajar conjuntamente en otro excelente musical, Siempre hace buen tiempo, rodado a mediados de los años cincuenta. El gran talento de Donen como director brillaría también en solitario no sólo en otros musicales, como Bodas reales, Siete novias para siete hermanos o Una cara con ángel, sino también en otros géneros cinematográficos, como el de la comedia o el del suspense, con filmes hoy ya clásicos como Indiscreta, Charada o Dos en la carretera.
A lo largo de su trayectoria cinematográfica, Donen rodó casi una treintena de películas, manteniendo prácticamente siempre un nivel de calidad muy alto, pero tras enlazar varios fracasos críticos y de taquilla en los años setenta, encontraría cada vez más dificultades para poder seguir rodando, aun asumiendo él mismo también el papel de productor. Finalmente, tras filmar la comedia Lío en Río en 1984, recién cumplidos los 60 años, ya no volvió a dirigir para el cine nunca más, si bien aún rodaría para la televisión la película Cartas de amor quince años después. Retirado ya casi por completo desde entonces, Donen murió en 2019, a los 94 años de edad.
Como ocurrió con otros grandes cineastas como Alfred Hitchcock, Orson Welles o Stanley Kubrick, Donen nunca llegaría a obtener el prestigioso Oscar de Hollywood al mejor director. De hecho, aunque hoy nos sorprenda, ni siquiera llegó a ser nominado al menos una vez. Aun así, sería finalmente reconocido por la Academia en 1998, con un Oscar honorífico por el conjunto de su carrera. Tras recibir el galardón de manos de uno de sus grandes admiradores, Martin Scorsese, Donen protagonizó un momento inolvidable en la gala de aquel año, al interpretar y bailar instantes después un fragmento de la popular canción Cheek to cheek, con la estatuilla dorada pegada cariñosamente a su rostro.
En Europa, curiosamente, se valoró casi siempre a Donen un poco más. En Francia, ya en los años cincuenta, le admiraban muy especialmente los críticos entonces más relevantes de Cahiers du Cinéma, entre ellos François Truffaut y Jean-Luc Godard, que con posterioridad llegarían a ser también excelentes directores. En nuestro país, Dos en la carretera obtendría la Gran Concha de Oro del Festival de San Sebastián de 1967 y, posteriormente, en la Seminci de Valladolid de 1989 se organizó el primer ciclo completo en torno a la filmografía de Donen. También en Italia se le quiso. Así, el Festival de Venecia le distinguió en 2004 con un León de Oro especial y el Festival de Bolonia le rindió en 2010 un homenaje por toda su trayectoria fílmica.
Con la elegancia que siempre le caracterizó, Donen atribuía el éxito de sus mejores películas a los profesionales con los que contó en aquellos proyectos. En ese sentido, citaba siempre elogiosamente a guionistas como Betty Comden, Adolph Green, Peter Stone o Frederic Raphael, a músicos como George e Ira Gershwin, Arthur Freed o Henry Mancini, y a estrellas como Fred Astaire, Cary Grant, Audrey Hepburn, Gregory Peck, Sophia Loren o Frank Sinatra.
Precisamente, la palabra «elegancia» tal vez sea la más apropiada para hablar de Donen y de la mayoría de películas que rodó. Elegancia en las innovaciones argumentales, estilísticas y técnicas de sus musicales. Elegancia a la hora de mostrar en la pantalla el amor, el entusiasmo por la vida, la soledad o la melancolía. Elegancia en las coreografías, en el modo de contar las historias o en el dominio de la cámara. Elegancia en su forma de dirigir a los grandes actores y actrices con los que trabajó. Elegancia al fotografiar Nueva York, Londres o París. Elegancia en su sutil sentido del humor, en su mirada, en su forma de concebir las películas en su integridad.
Esa elegancia personal y profesional está presente de manera paradigmática en la que quizás sea su mejor película, Cantando bajo la lluvia, y de manera especial en la mítica secuencia que también da título al filme. Por muchas veces que hayamos podido ver esa prodigiosa secuencia, interpretada magistralmente por Gene Kelly, creo que nunca nos cansaríamos de volverla a ver. El secreto de ese inmenso atractivo seguramente esté en la alegría desbordante que siempre nos contagia Cantando bajo la lluvia, «una alegría activa, vital, juguetona, sentida contra viento y marea», como la definiera Miguel Marías en un excelente estudio sobre la obra de Donen publicado en la revista Dirigido por... hace ya algunos años.
Citando a la guionista Colo Tavernier, Marías también destacaba en aquel estudio el «profundo respeto» a la alegría que caracterizaba al cineasta norteamericano. En ese profundo respeto radicaría, en cierto modo, el secreto de la maestría de Donen, un profundo respeto que también hizo extensivo a lo largo de toda su carrera a sus personajes, a los espectadores, a los sentimientos, a la propia vida.
- Josep María Aguiló es periodista