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TribunaLuis Javier Montoto de Simón

Una auténtica mujer coraje

Con una obra literaria cuya calidad, suficientemente demostrada en todo momento, tuvo quienes le negaron el pan y la sal porque fue capaz de enfrentarse con valentía a todos aquellos iconoclastas que en la etapa republicana asesinaron a cualquier persona de convicciones católicas

Actualizada 01:30

Desde hace muchos años he admirado a las personas que han superado importantes dificultades, físicas y emocionales, en los difíciles avatares de su vida. Si, además, se oponen a su esfuerzo, la ignorancia y el sectarismo de aquellos que reparten carnets a un mérito ampliamente probado, su figura se acrecienta con mayor motivo en mi valoración. Porque efectivamente, a Concha Espina, magnífica escritora, con una obra literaria cuya calidad, suficientemente demostrada en todo momento, tuvo quienes le negaron el pan y la sal porque fue capaz de enfrentarse con valentía a todos aquellos iconoclastas que en la etapa republicana asesinaron a cualquier persona de convicciones católicas y destruyeron el patrimonio artístico y monumental por el simple hecho de no ser manifiestamente partidarios de su revolución.

Nuestra escritora, nacida en 1869, en lo que se llamaba por entonces «la Montaña», es decir, la tierra santanderina, no se la consideró perteneciente a la Generación del 98, en principio por ser mujer, y además porque su estilo literario y el contenido de sus temas no se ajustaban a dicho grupo literario conforme a las opiniones de los críticos. Afortunadamente, tuvo un gran soporte familiar en los inicios de su carrera literaria por parte de los hijos, y en las etapas finales merced al cuidado y apoyo de sus nietas, Concha de la Serna y Carmen de la Maza, que no la llamaban abuela, sino «Madrina», pues efectivamente así lo era de ambas. Soporte familiar bien merecido y ganado a pulso. Concha Espina superó reveses familiares de índole económico, primero el de su padre, que se vio obligado a aceptar un empleo como contable de una empresa minera del marqués de Comillas y, posteriormente, por la incapacidad de su marido para salvar los negocios familiares en Chile, desapareciendo sin dejar rastro. Afrontó la realidad llevándose a sus cuatro hijos de vuelta a Santander en un mercante apestado de ratas, en un camarote de tercera. Eran los tiempos de la pérdida de las colonias a finales de siglo, pero no se arredró por ello decidió intentar fortuna como articulista en algún diario en la capital. Vendió un anillo de cierto valor que le quedaba, por el que le dieron dos mil pesetas y en un tren nocturno se presentó en Madrid buscándose la vida en las redacciones de los periódicos.

En Chile ya había sobrevivido con alguna publicación poética en la prensa y con ese aval consiguió entrar en alguna redacción. Con una fuerza de voluntad enorme publicó La niña de Luzmela, mandándole un ejemplar a Azorín recabando su apoyo literario; pero éste no hizo caso. Pero aquí no se detuvo y, sostenida por lo que publicaba en diarios y revistas, fue sacando adelante a sus hijos. Dos años después presentó La esfinge maragata al premio Fastenrath, consiguiendo el galardón. Este hecho alivió algunos apuros económicos. Tras esta novela se comenzó a considerar que sus obras eran una manifestación de la fortaleza de la mujer en la vida española, mostrando con ello que se la debía considerar como un valor esencial en la sociedad y apoyarla en su desarrollo integral como merecía. Sin perder de vista sus convicciones religiosas expresó con mucho realismo su defensa de los valores de la familia y de los seres más desfavorecidos de la sociedad. Expresó con firmeza que los avances tecnológicos deberían servir para forjar la paz en la sociedad y los valores de la convivencia.

Su coraje y convicción la llevó a publicar una de las mejores novelas de contenido social que se han escrito en España. Cuando su padre trabajó como administrativo en unas explotaciones mineras del Marqués de Comillas, ella comprobó la dureza del trabajo de los mineros y sus humillantes condiciones. Para escribir la novela se desplazó a una de las zonas de Huelva donde una compañía inglesa explotaba las minas de cobre de Riotinto. Previamente visitó otras en la zona de Almadén, La Carolina y Pozoblanco para tener elementos de referencia. Con mucha inteligencia supo pasar desapercibida ante los propietarios de la compañía, alojándose en un pueblo cercano, sin desvelar su identidad. De esta forma evitó las imposiciones que le podrían marcar los dueños de la explotación, controladores de todos los servicios del pueblo, para visitar la mina. En todo momento le acompañó su hijo Ramón, el mayor, y la fortuna se alió con ella, ya que la confundieron con una artista de variedades de una compañía musical que actuaba por la zona. Concha Espina carecía de medios para llevar ropa cara, pero era elegante e imaginativa y con una pamela y un vestido bien arreglado supo pasar por una gran dama. Pese a las presiones en contra del gerente de la mina se las arregló para entrar en los pozos de la explotación. Lo que vio allí fue doloroso, desolador. Nunca pudo imaginarse hasta donde podía llegar el abuso y la miseria de un trabajo como ese. Los mineros tenían prohibido cantar para poder alegrar un poco sus horas de trabajo. Era un pueblo, según lo describió en la novela, «sin flores, sin pájaros, sin alegría». En la novela titulada «El metal de los muertos» refleja toda su indignación dentro de una línea social-cristiana, sin atisbo de denuncia sindicalista. Era una llamada al corazón y a la conciencia, mostrando su protesta contra el gobierno español de turno y contra la compañía inglesa.

Como consecuencia, la novela se publicó aquí, pero no se tradujo al inglés hasta veinte años después. A otros idiomas enseguida, sueco, alemán, checo, italiano y alguno más. Le costó tres años escribirla, de 1917 a 1920, siguiendo la técnica del Realismo, describiendo los hechos por comprobación directa contándolos siempre con la absoluta verdad por delante. Hasta aquí quiero mostrar la labor de una mujer que supo afrontar sus obligaciones como ser humano ante las adversidades de su vida. Es un ejemplo a valorar cualquier 8 de marzo sin el ninguneo de las dominadoras de la progresía que sufrimos actualmente.

  • Luis Javier Montoto de Simón es médico y escritor
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