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TribunaLuis Javier Montoto de Simón

Florencia: 3 y 4 de noviembre de 1966

Actualizada 01:30

Se ajustó una vez más las gafas; era la tercera vez que las limpiaba en el transcurso de la última hora. Suspiró varias veces levantando los hombros al unísono y comenzó a hablar a través del micrófono del radiotransmisor que un aficionado había traído desde su vivienda al despacho de la cuarta planta de la alcaldía. La señal con el dedo índice marcó el inicio de la transmisión: «¡Florentinos! Invito a todos a permanecer tranquilos y a reducir al mínimo la circulación, mientras pido a los que tengan botes y medios anfibios que los hagan llegar al Palacio Vecchio, para los inmediatos socorros sanitarios, alimentarios y de rescate». Quien así hablaba no era otro que el alcalde de la ciudad Piero Bargellini, quien al darse cuenta de la magnitud de la tragedia comenzó a dar instrucciones a la población para evitar males mayores y subsanar los daños producidos tras la enésima riada del río Arno ocurrida, una vez más, desde hace siglos. Había llegado a la alcaldía tras unas reñidas elecciones celebradas en el mes de mayo del mismo año 1966, con el propósito de mejorar la democracia en la participación ciudadana y hacer de Florencia una «ciudad limpia». Lejos de su pensamiento lo que iba a suceder meses después tras varios días de lluvia incesante sobre la zona.

La noche del día 4 le sorprendió saliendo del hotel Minerva bajo un aguacero intensísimo y, quizá, pudo levantar su mirada y pensar: «limpia sí, pero tanta agua es quizá exagerar». El resto, lo que podemos recordar, es ya historia registrada en las hemerotecas. Cundió la alarma general; hubo un llamamiento universal para salvar el tesoro artístico de una ciudad emblemática de la cultura renacentista; acudieron jóvenes voluntarios de todas partes del mundo para ayudar a limpiar y retirar el barro de las casas y de las calles trabajando sin descanso, por lo que fueron llamados «los ángeles del barro». Figuras internacionales como el senador Ted Kennedy, impulsaron la creación de un Órgano de Ayuda Internacional para aportar fondos económicos destinados a la restauración artística y a las ayudas para los habitantes de la ciudad y recuperar sus viviendas y enseres. Los poderes públicos aportaron los fondos necesarios para completar las ayudas y muchos particulares, empresas, y especialistas se comprometieron en los trabajos de rehabilitación del patrimonio dañado. Basta decir que cerca de un millón de libros de la prestigiosa Biblioteca Nacional quedaron enterrados bajo el barro, de los cuales el 85% se pudieron salvar y dieciocho mil están actualmente en periodo de restauración. Obras de grandes artistas: Donatello, Botticelli, Ghirlandaio, Vasari y tantos otros sufrieron enormes daños; entre todos, el símbolo del dolor artístico fue el Cristo Crucificado de Cimabue, del siglo XIII, que tras doce horas de estar enterrado en el lodo consiguió ser rescatado con graves daños en la madera, hinchada por el agua, y en la capa pictórica con pérdida de un 60 %.

Tras un proceso de restauración, durante diez años, actualmente, desde 1976, se la obra encuentra expuesta al público. ¿Qué debemos aprender de todo lo anterior?: una serie de cosas muy importantes; cuando sucede una catástrofe natural de estas dimensiones tener presente que alertar a la población lo más precozmente posible es esencial para salvar vidas. En Florencia, gracias a los mensajes que el alcalde Bargellini envió cuando el aguacero se intensificó; solo murieron 105 personas en toda el área afectada. Los daños materiales son muy difíciles de evitar totalmente, lo sabemos. Pero siempre se puede hacer algo cuando la alerta llega pronto: los ciudadanos deben alejarse de las zonas bajas de nivel; en zonas urbanas subir a los pisos altos de cualquier edificio, en zonas rurales ascender a colinas y montes; abandonar vehículos de transporte, no intentar sacarlos de los garajes, ni circular por carreteras; tan sólo deben hacerlo, cuando la riada ha parado, aquellos especiales destinados a desescombrar, abrir vías urbanas y en los aledaños de las poblaciones para facilitar la evacuación, retirar mobiliario, enseres, vehículos dañados y animales muertos. En Florencia también fallaron los Servicios Públicos como en la inundación del Levante en estos días pasado; y siguen fallando por descoordinación de las autoridades responsables, el Estado Central y el Autonómico. Si las prioridades son políticas quienes sufren las consecuencias son los ciudadanos. Me avergüenza el espectáculo público que hemos visto estos últimos días y las justificaciones para eludir las responsabilidades a las que fueron llamados al ser elegidos en las urnas. Actuar para estar cerca, apoyar y solidarizarse con el pueblo es algo muy digno. Actuar pensando en el votante es una irresponsabilidad criminal en estas circunstancias.

Una vez más la gente que mira por sus conciudadanos ha estado a la altura de las circunstancias del desastre. Se ha dicho: ”el pueblo salva al pueblo” , y así ha sido en algunos casos como vemos en prensa y televisión. Otros no han tenido esa fortuna. El aviso tardío limitó sus posibilidades de salvamento; la falta de envío de medios de contención, evacuación del nivel del agua y personal especializado les ha condenado a morir gracias a la ineficacia y a las malas e interesadas decisiones de algunos políticos. Ahora no queda otra cosa que rescatar a las personas en riesgo de perder la vida, encontrar a los desaparecidos, identificar bien a los fallecidos, llevar alimentos, ropa de todo tipo, mantas, guantes, botas, y evacuar al máximo de población posible hacia zonas más seguras. Muchos necesitarán medicinas, ser trasladados a centros sanitarios para recibir la atención prevista con anterioridad y la derivada del paso de la riada. Y declarar inmediatamente la Emergencia Nacional, como debió haberse hecho, desde el principio, por parte de quien corresponda esa obligación. Ahora, ¡ayudar, ayudar y ayudar todos!, arrimando esfuerzos en lo económico, en lo material y en lo espiritual para salir adelante, entre todos, en una labor de recuperación social, moral y económica, que puede durar muchos años. Nos va en ello nuestra dignidad como seres humanos.

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