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TribunaJosep Maria Aguiló

El Jesús de Zeffirelli

Poseía una cualidad siempre fascinante cuando se da de manera natural en un creador, la de la elegancia, entendida en su caso como distinción, buen gusto y delicadeza

Actualizada 09:29

En estos días de Semana Santa, posiblemente muchos de nosotros volveremos a ver una de las mejores películas del gran director italiano Franco Zeffirelli, Jesús de Nazaret, que si bien fue rodada inicialmente para televisión, en nuestro país sería estrenada en su momento en cines, en una versión con un metraje más reducido que el original y que constaba de dos partes.

Todavía hoy guardo un nítido y muy agradable recuerdo de la primera vez que vi Jesús de Nazaret. Fue a principios de 1979, en el Bellver Cinema de Palma, que además había decidido programar las dos partes en una sola sesión. Acudimos aquella tarde al Bellver mi padre, mi madre, mis dos hermanos y yo, en una de las pocas ocasiones en que los cinco llegaríamos a ir juntos al cine. La cinta nos gustó mucho a todos, según comentamos luego con tranquilidad en casa. Entre sus virtudes se encontraban la extraordinaria actuación de Robert Powell en el papel de Jesús, la presencia de un impresionante reparto internacional y la cercanía con que había sido filmada por su director.

Personalmente, tengo también muy buenos recuerdos de otras películas que igualmente vi en mi adolescencia sobre la figura de Jesús, como Rey de reyes, de Nicholas Ray; El evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini, o La historia más grande jamás contada, de George Stevens, así como también, mucho más recientemente, de La Pasión de Cristo, de Mel Gibson. Pero aun así, la versión de Zeffirelli tiene para mí algo especial, que hace que me emocione y me conmueva un poco más que las otras.

Por una parte, Jesús de Nazaret nos sitúa muy bien en el contexto histórico de la época y nos explica con suma claridad unos hechos que esencialmente conocemos hoy gracias a los Evangelios. Por otra parte, la película nos muestra también, sobre todo, la historia y la intrahistoria de Jesús, y lo hace desde una perspectiva en la que el misterio, la fe y la divinidad son elementos esenciales. Algunos de esos indudables aciertos derivan, muy posiblemente, del hecho de que Zeffirelli era católico, según reconoció siempre.

Zeffirelli había nacido en Florencia en 1923 y moriría en Roma en 2019, tras una muy intensa vida centrada sobre todo en el ámbito de la creación artística. Es cierto que a lo largo de su casi centenaria vida rodó relativamente pocas películas, apenas una docena, pero algunas de ellas forman parte de la agradecida memoria cinematográfica de millones de personas de diferentes generaciones en todo el mundo. A Zeffirelli le debemos no sólo Jesús de Nazaret, sino también filmes tan notables o sobresalientes como Romeo y Julieta, Hermano Sol, hermana Luna, Hamlet o Jane Eyre.

Podríamos considerar a Zeffirelli, en cierto modo, como un epígono del gran movimiento cinematográfico del Neorrealismo. De hecho, en su juventud trabajó como ayudante de dirección de maestros como Vittorio de Sica, Roberto Rossellini o Luchino Visconti, quien seguramente fue además el gran amor de su vida. Zeffirelli quizás no llegó a tener nunca el mismo reconocimiento crítico que sí tuvieron sus mentores, pero logró el beneplácito del público en la mayoría de sus producciones y también la admiración de los artistas con los que trabajó. Además, poseía una cualidad siempre fascinante cuando se da de manera natural en un creador, la de la elegancia, entendida en su caso como distinción, buen gusto y delicadeza.

A raíz de su muerte, el brillante crítico cinematográfico Oti Rodríguez Marchante escribió en ABC un excelente artículo en el que señalaba que uno no nace en la ciudad de Dante o de Leonardo da Vinci para acabar teniendo una idea vulgar de la puesta en escena, el sentimiento religioso, la música clásica o la belleza en su sentido más amplio. Y efectivamente tenía razón. Así lo atestiguarían también quienes conocieron el conjunto de toda su obra más allá de las cámaras, confirmando que la elegancia que transmitían sus películas aparecía también en sus propias obras teatrales y en las diversas óperas que produjo o dirigió como escenógrafo.

Al igual que en las óperas que adaptaba, Zeffirelli no dejaba nada al azar en sus películas, que entendía también como un «todo» artístico. En ese «todo» tenían gran relevancia no sólo la dirección, los actores o el guion, sino también el vestuario, los escenarios, la dirección artística, la fotografía y, por supuesto, la música. En ese sentido, es imposible hablar por ejemplo de su Romeo y Julieta sin acabar recordando en algún momento la bellísima banda sonora de Nino Rota y el inolvidable tema principal, A Time For Us. Algo parecido ocurre también con Jesús de Nazaret y Maurice Jarre, con Hamlet y Ennio Morricone o con Jane Eyre y los compositores Alessio Vlad y Claudio Capponi.

Zeffirelli no solía ser el autor de los guiones que rodaba, pero aun así en casi todas sus películas es posible percibir un sello personal conformado por varios elementos comunes, que serían un cierto halo fatalista o trágico, una melancolía luminosa ante la fragilidad de la vida y un romanticismo puro, inocente a veces, atormentado otras. Esos elementos podemos encontrarlos tanto en los guiones de sus colaboradores más cercanos como en sus propias adaptaciones de William Shakespeare o de la obra cumbre de Charlotte Brontë.

Si siempre es un buen momento para poder disfrutar como espectadores de cualquier joya cinematográfica, estos días pueden ser aún más apropiados para ver de nuevo de manera pausada una de esas joyas, Jesús de Nazaret, el inolvidable y memorable Jesús de Franco Zeffirelli.

  • Josep María Aguiló es periodista
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