Reuniones de vecinos y el Brexit
En estos tiempos que corren es muy polémico decir que quizá no todos podemos opinar de todo y sobre todo. O que los que han de opinar por nosotros deben tener conocimientos contrastados y que no sea solo una servidumbre política
De las obligaciones que uno puede tener y apetecen poco están –a un nivel parecido– ir al dentista o acudir a las reuniones de vecinos de la comunidad. En el caso del dentista al final hay que ir pero en el caso de las reuniones de vecinos, vistos los bajos porcentajes de asistencia en general, se evidencia el poco apasionamiento por el asunto y por ende el absentismo. Salvo que se esté sustanciando una gran obra con su derrama dolorosa correspondiente. Pero a pesar de ello, son más las sillas vacías que las que están llenas.
- Vaya por delante que no soy administrador de fincas. Ni lo soy, ni lo anhelo, ni se lo sugiero a mis hijos como salida profesional. Pero conozco a varios, los veo trabajar y me parece que se ganan sus emolumentos. Aparte de las altas horas a las que acaban las reuniones. Me suscita siempre una sonrisa el comentario que se recoge en acta cuando la reunión se «calienta» (ya saben a lo que me refiero): «Tras animado debate se llegó a la conclusión…».
Aunque no soy profesional del ramo me veo obligado a asistir a unas cuantas a lo largo del año en diferentes lugares. La verdad es que, aunque tienen poco en común unas comunidades con otras, tienen sus semejanzas: son como pequeños parlamentos. En algunos casos como parlamentos de los de antes con respeto a la palabra que toma cualquier vecino, conversaciones que raramente suben la voz, se suele descansar en el criterio de los que saben y al final acuerdos y cada uno a su casa.
En otros casos se asemejan más a parlamentos actuales en donde se intentan saldar antiguas cuentas pendientes, ganas de «soltar» el discurso con voz engolada o abordar temas que no están en el orden del día. En cualquier caso, reuniones en las que se avanza poco y se vocifera bastante.
A destacar la figura del administrador que surfea las olas de las grandes broncas siendo capaz de calmar los ánimos o llevar a algún punto discusiones interminables.
No es infrecuente escuchar la voz, ya cuando se han exacerbado los ánimos, de algún asistente que sin haber levantado la mano se impone con potente voz para decir algo parecido a «yo de eso que Vd. dice no sé nada, pero mi opinión es…». El administrador que pensó que tenía la reunión más o menos bajo control y aún pensaba en ver la segunda parte del partido de Champions en su casa, baja la cabeza, suspira y sabe que tiene que empezar de nuevo a templar los humores por el barullo que se organiza. Y es que eso de opinar sin saber no está penalizado. Es más, puede ser hasta un requisito en otros ámbitos para poder ambicionar determinadas posiciones. La audacia es gran aliada de la inconsciencia, como sabemos.
La ayuda llega cuando aparecen los técnicos (o «tecnócratas» si lo trasladamos a otros ámbitos). Suelen ser pocos, cuando hablan de algo referente a su materia exponen con autoridad y atraen hacía sí a bastante gente –prudente– que no tiene opinión sobre el tema que se trata, sencillamente por falta de conocimiento. Lo cual no es grave. Se dejan guiar por criterios mejor informados.
Sigue la reunión, el cansancio aparece, el criterio de los informados se respeta y, si hay suerte, se delega en una comisión de obras que tomará la mejor decisión para el conjunto. Si eso no ocurre y se llega a votaciones se puede dar luz verde a decisiones que se lamentan tiempo y tiempo después. Seguro que todos conocemos casos en nuestra comunidad y en nuestro país.
Del mismo modo, cuando el primer ministro David Cameron abrió el voto a todos los ciudadanos para decidir una posible salida o continuidad del territorio dentro de la UE tengo la impresión (contrastada con nacionales de allí) de que la gente no era consciente de las implicaciones a corto y medio plazo. Es más, cada uno lo que votaba era contra su fantasma particular (inmigración que roba el empleo, recelo atávico al continente y demás monstruos).
En estos tiempos que corren es muy polémico decir que quizá no todos podemos opinar de todo y sobre todo. O que los que han de opinar por nosotros deben tener conocimientos contrastados y que no sea solo una servidumbre política.
Cuesta luego mucho deshacer algunos desastres que nos dejan. Ya lo hemos vivido.
- Tino de la Torre es empresario y escritor