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Mijail Gorbachov: lo que pudo ser y no fue

En el lugar del socialismo de rostro humano de Gorbachov tenemos el expansionismo imperialista de Putin con las consecuencias que estamos viviendo

Actualizada 11:58

La política condiciona nuestras vidas desde lo más importante hasta lo cotidiano. Desde las relaciones entre los países, hasta la asistencia sanitaria que recibimos, o la educación que reciben nuestros hijos, todo es política.

Europa pasa por una situación muy complicada que, en mi opinión, es consecuencia de la política que sus dirigentes han hecho a partir de 1991 cuando, tras la caída del Muro de Berlín, desparece la Unión Soviética.

La llegada de Gorbachov al poder al ser nombrado presidente del Sóviet Supremo y jefe del Estado suponía una esperanza de renovación política: él encarnaba la corriente reformista que proponía una apertura liberalizadora para sacar a la URSS del estancamiento económico, político y cultural en el que había quedado sumida desde la época de Brezhnev.

No defraudó esas expectativas, en 1990 puso en marcha un programa político extremadamente audaz que no sólo acabaría con la dictadura comunista en la URSS, sino con la propia existencia de aquel Estado, transformando profundamente el escenario internacional.

Dicho programa, sin embargo, era obra de un comunista convencido, deseoso de reforzar y perfeccionar el régimen socialista mediante la trasparencia (glasnost) y la reestructuración (perestroika). La glasnost se produjo primero y con más facilidad: implantó una mayor trasparencia informativa, acabó con la represión hacia los disidentes, desmontó el Estado policial y la censura de prensa, restauró cierta libertad de expresión y reconoció públicamente los crímenes y los errores cometidos en el pasado por el partido y por el Estado soviético. Con todo ello se ganó el apoyo de los gobiernos y de la opinión pública occidental.

Practicó una política exterior pacifista, llevando a la URSS a renunciar a su papel de gran potencia mundial, con tal de reducir así los pesados gastos militares que apenas podía soportar la debilitada economía del país (tratado de desarme con los Estados Unidos de Ronald Reagan, y retirada de Afganistán). La retirada del ejército soviético condujo a procesos más o menos revolucionarios que acabaron con los regímenes comunistas en Europa Central y Oriental, abriendo el camino para la reunificación de Alemania.

En 1991 Boris Yeltsin; se hizo dueño del poder en Rusia, apartando a Gorbachov y pactando con los dirigentes de las otras repúblicas el desmantelamiento de la URSS.

Tras la crisis financiera de 1998, minutos antes del primer día de 2000, dimitió por sorpresa dejando el gobierno en manos de su primer ministro, Vladímir Putin, un antiguo funcionario del KGB y jefe de su agencia sucesora, el Servicio Federal de Seguridad.

Cuando cesé de responsable de las redes clandestinas en el Magreb, debido a mis «salidas de emergencia» de Libia y Marruecos, el director del CESID, general Manglano, me mandó en 1989 a Praga. Empezaban a producirse movimientos populares en contra de los regímenes comunistas en países como Hungría y Polonia con el sindicato Solidarnosc de Lech Walesa. Me dijo: «No quiero que me cuentes lo que está pasando, quiero que me digas lo que va a pasar» Tuve la suerte, o la habilidad, de formar pronto una buena red de informadores, todos inconscientes. Algunos eran hispanistas de la Universidad Carolina de Praga y sobre todo, Erika, una joven periodista de Rude Pravo, el órgano del Partido Comunista Checoslovaco.

Cuando empiezan las movilizaciones en Praga y Bratislava, duramente reprimidas por la policía y el ejército, Erika me informa de que el gobierno checoslovaco le ha pedido a Gorbachov que envíe los tanques para reprimirlas, como hizo el gobierno de Brézhnev en 1968 durante la fallida Primavera de Praga. Informé de inmediato al director. Según me dijo, nadie tenía esa información en ese momento. Aquella negativa de Gorbachov fue fundamental para el triunfo de la Revolución de Terciopelo.

Gorbachov y su «socialismo de rostro humano» hubieran supuesto una nueva era de paz y cambios políticos y sociales importantes en Europa, pero en el lugar del socialismo de rostro humano de Gorbachov tenemos el expansionismo imperialista de Putin con las consecuencias que estamos viviendo. Vemos con este lamentable ejemplo la transcendencia de las políticas de dos políticos diferentes y como sus decisiones afectan muy directamente a nuestras vidas.

Europa no ha hecho los deberes tras la caída del Muro de Berlín. Era el momento de una unión más fuerte en temas como la defensa, inteligencia, seguridad, o independencia energética. Ahora lo estamos viendo: seguimos siendo dependientes de la OTAN en defensa y del gas ruso o de otras procedencias en energía, pero es que hasta China nos fabrica la mayoría de los componentes de automoción o informática.

La política determina nuestras vidas en cuestiones muy importantes. He vivido, o visitado con frecuencia, muchos países con regímenes políticos muy distintos, desde las dictaduras comunistas como Checoslovaquia, la dictadura capitalista de Singapur, los regímenes teocráticos o confesionales musulmanes como la Libia de Gadafi… y por supuesto muchas democracias de corte occidental. Lamentablemente la Unión Europea hoy, después de tantos años, no es más que una unión monetaria y poco más.

Ni a Rusia, China o Estados Unidos les interesa una Unión Europea de 500 millones de habitantes, desarrollada y con un potencial económico de primerísimo nivel. Los Estados Unidos ya lograron que Gran Bretaña se saliera de la Unión, los rusos antes, y además de la invasión de Ucrania (por cierto, en el 2014 cundo se anexiona Crimea nadie dice nada), ya estaban financiando el Proces catalán y los chinos deseando entrar en Europa con una base militar en Cataluña a cambio de 45.000 millones de dólares.

Europa ha sido el escenario de las dos guerras mundiales y quedó por dos veces destruida. Parecía que, tras la segunda guerra, los políticos europeos de ese momento, con la firma del Tratado del Carbón y del Acero en París en 1951 habían aprendido la lección y se produciría una autentica unión, pero, no solo por la acción exterior, sino por nuestras propias debilidades y enfrentamientos, eso, hoy por hoy está muy lejos. Ojalá me equivoque.

  • Jaime Rocha es capitán de navío (r) y escritor
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