Una obra de Dios
Fue la Ronda una bienhechora iniciativa de la Santa, Pontificia y Real Hermandad del Refugio y Piedad de Madrid, la de más abolengo y solera de todas las obras caritativas y piadosas de la capital
- España
- ¿Qué gente?
- La Ronda de pan y huevo
- Siga la Ronda en paz.
Este brusco y tajante diálogo solía rasgar el silencio de la noche en las oscuras y mugrientas calles del Madrid del siglo XVII. Transitar por ellas sin guía ni escolta, sin espada ni puñal era toda una temeridad ante el riesgo de toparse con ladrones y asesinos, que lejos de intimidar, franqueaban el paso a una benemérita comitiva de varios hombres pertrechada de faroles, sillas de mano, camillas, banastas atestadas de panes y de huevos cocidos, recipientes rebosantes de cordiales, bebida reconstituyente de la época, y, por supuesto, presidida por un Crucifijo. Era la misericordiosa Ronda de pan y huevo, que integrada por un sacerdote y varios seglares, recorría diariamente la vía pública, dedicándose a socorrer, alimentar, recoger y albergar y, en su caso, administrar los últimos sacramentos a pobres y menesterosos de toda clase y condición que, acurrucados sobre el suelo a la nocturna intemperie, malvivían y, desgraciadamente, morían en las calles de la villa y corte.
Fue la Ronda una bienhechora iniciativa de la Santa, Pontificia y Real Hermandad del Refugio y Piedad de Madrid, la de más abolengo y solera de todas las obras caritativas y piadosas de la capital. Que el cristiano no puede permanecer indiferente ante la miseria ajena, lo sabía bien Bernardino de Antequera, hombre de Iglesia, sacerdote jesuita, que en 1615, ayudado por dos nobles de condición social, pero también de insignes virtudes, Pedro Laso de la Vega y Jerónimo Serra, se lanza con audacia y talento a la acción por las cosas de Dios: el amor al prójimo y el auxilio a los necesitados. El Padre Bernardino, hoy siervo de Dios y en proceso de beatificación, funda la Hermandad del Refugio, la castiza cofradía del Refugio, que pronto dejó de ser una novedad en el Viejo Madrid para convertirse, primero, en magnánimo acontecimiento y, desde entonces, en sagrada misión de apostolado.
Poco a poco el Refugio recluta más y más apóstoles y crece como la espuma por sus propios esfuerzos. Jamás pidió favor a Gobiernos ni importunó a particulares con exigencias de ayuda. Durante aquellos primeros años, la benéfica corporación se mantiene gracias a las limosnas, una de sus virtudes primeras, que los propios Hermanos solicitaban y recogían, pero que también daban, porque ellos encarnaban la gran paradoja del cristiano: para tener hay que dar, para ganar hay que perder. Predicar y dar trigo nunca fueron incompatibles en la Hermandad. Sus miembros dando trigo predican; predican con su abnegado ejemplo, con su testimonio de vida al servicio de los demás, que es el más alto servicio a Dios. No se conoce mejor forma de liderazgo que el servicio.
Recta, honrada y sabiamente regida por la doctrina del Evangelio, la Hermandad del Refugio da de comer al hambriento, lleva a los enfermos a hospitales, costea los baños medicinales a todo desesperado que los necesita, da hospedaje a los desamparados, socorre con limosnas a parturientas, recoge a niñas abandonadas proporcionándoles enseñanza e instrucción a través del Colegio Purísima Concepción, que funda en 1651. La Hermandad, en fin, cumple todos los preceptos de la ley divina: «Porque tuve hambre y me disteis de comer... cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25.40). Y lo hace con tal celo, entusiasmo y humildad que asombra. Como aquella labor callada y altruista no pasa desapercibida para la Corona, ésta decide otorgar su regia protección a la pía institución, además de gratificarla con la iglesia de San Antonio de los Alemanes, verdadera joya del barroco madrileño. Reyes e Infantes se convierten en Hermanos protectores. Por su vínculo con la romanidad, también ingresan como miembros natos los Nuncios apostólicos de su Santidad en España, algunos de los cuales alcanzarían el ministerio petrino, con lo que el Refugio se enorgullece de que en sus fraternas filas militen varios Papas.
A finales del siglo XIX, la Hermandad fija su sede adosada a los muros del incomparable templo dedicado a San Antonio de Padua, el santo franciscano de la sencillez y del amor por las cosas humildes. Hoy es una popular manzana triangular que, delimitada por las madrileñas Calles de la Puebla, de la Ballesta y de la Corredera Baja de San Pablo, alberga comedor social, colegio, museo y archivo. Un benefactor espacio de «caridad, culto y cultura», de acogimiento y recogimiento impregnado de una viva y rica tradición de más de cuatro siglos dando y recibiendo. Una tradición de socorro y auxilio al desvalido, tan actual como el periódico de la mañana, que obliga y estimula, exige y reconforta. Cuando hoy el trepidante ritmo de los tiempos plantea nuevos retos presentes en el campo social, la infatigable Hermandad del Refugio exhibe su sólida y acreditada experiencia en fecundas adaptaciones y renovaciones para proseguir orando y laborando como una perenne obra de Dios.
- Raúl Mayoral Benito es gerente de la S. P. y R. Hermandad del Refugio y Piedad de Madrid