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TribunaFederico Romero

Pero muchos lo han votado

Las ciudades son convertidas a veces en extraños escenarios, donde se exhibe más que se vive, remedando una auténtica personalidad, que tratan de conseguir con estrafalarios atuendos o cortes de pelo tintado

Actualizada 01:30

El otro día hablaba con un taxista acerca del doctor Sánchez; ya saben a quién me refiero: el señor presidente del actual Gobierno de España. Llevábamos bastante tiempo encerrados en un atasco y daba tiempo para todo. Y de la conversación había deducido que el conductor no era precisamente de la «llamada» derecha. Ahora hay que hablar así, porque todas la adscripciones políticas son relativas, si se hacen respecto de un virtual centro que no sabemos donde está. Ser de «izquierdas» o de «derechas» depende del contenido que se le quiera asignar, pero cada vez más ese contenido no solo no está claro, sino que es tan cambiante como el resultado semanal de los sondeos. A principios del siglo XX bastaba observar como iba vestida una persona (llevar corbata o calzar alpargatas…) para deducir con bastante grado de certeza su posición social y política. Y si hablamos de progresía o regresía, no digamos. Una señora que se considere progresista va vestida de Loewe y una reina va vestida de Zara y hasta puede ser considerada también, por algunos, como progresista. En fin, un lío. Es más, yo creo que eso está bien. No hay que fiarse de los atuendos ni de las etiquetas.

Pero volvamos al taxi atascado. Habíamos encontrado cierta sintonía y ello me animó para pedirle permiso para preguntarle a quién había votado en las últimas elecciones. Me contestó directamente que al PSOE, pero que Sánchez le había hecho arrepentirse de ello. Y añadió: «sólo le interesa su persona y mantenerse en el poder». Pero muchos le han dado su voto, pensé yo. Nada menos que solo unos 300.000 menos que el partido más votado (el PP). Y esto después de una trayectoria anterior que ya apuntaba maneras.

Digámoslo claramente: Los resultados electorales reflejan con bastante fidelidad las características de la sociedad que participa en los comicios. ¿Y cómo definir o describir esa sociedad? Estos días estoy leyendo un largo estudio al respecto de un escritor argentino, Alfredo Sáenz, que hace una descripción fenomenológica de lo que él llama el hombre moderno. Desde el principio nos avisa que esa expresión es insustancial, ya que siempre el hombre «de su tiempo» es «moderno» y que utiliza el vocablo en un sentido axiológico (no cronológico) como perteneciente a la llamada «civilización moderna». Curiosamente, su descripción de ese hombre coincide en bastantes rasgos con lo que el español Enrique Rojas denomina el hombre light. En cristiano, «el hombre insustancial». Enumerar esas características me llevaría a un tamaño de artículo semejante a esos estudios, por lo que aquí no procede. Pero si me interesa destacar algunas. El hombre moderno, a pesar de estar masificado está desarraigado. Paul Valery describía esta situación como una «multiplicación de soledades». Les ofrezco imágenes: Un grupo de jóvenes sentados en círculo y concentrados en silencio mirando sus móviles. Una mujer que ha huido de la ciudad para estar sola con los animales de su granja. Un anciano sentado alrededor de una televisión junto con otros y otras que dormitan sin mirar a ninguna parte. Un grupo de bebedores de cerveza que hablan a la vez pero que, en realidad, no escuchan o atienden lo que dicen los otros. Un hombre que casi vive en los aeropuertos.

Seguimos: la ausencia de interioridad. Se vive más exteriormente que nunca. Se lucha con la soledad, sin una meditación interna, que se combate lanzando mensajes a los otros, con adicciones a las pantallas (sea de la televisión, los móviles o las tabletas). En definitiva, se ha perdido la capacidad de estar a solas consigo mismo y, paradójicamente, masificados. Hasta el urbanismo refleja esa desintegración, donde la centralidad o pluricentralidad ha perdido su función generadora de convivencia. Las ciudades son convertidas a veces en extraños escenarios, donde se exhibe más que se vive, remedando una auténtica personalidad, que tratan de conseguir con estrafalarios atuendos o cortes de pelo tintado. El consumismo exacerbado por la propaganda. La interioridad arruinada por el ruido, el hedonismo, la búsqueda de los placeres inmediatos. En suma, la relativización de la verdad, el desprecio de las formas, la pérdida del interés por el sentido de la propia existencia…

La lista sería interminable. Con todo ello no pretendo dar una visión negativa de la realidad. Sencillamente se trata de que tomemos conciencia de esa realidad que explica los resultados electorales, considerando la personalidad de los líderes que son extraídos precisamente de esa sociedad, que llamamos posmoderna, en el que la despersonalización permite que, una vez conseguido el poder, es más fácil conservarlo dando respuesta a aspiraciones e inquietudes que precisamente el político ha creado o exacerbado como un producto del laboratorio social que le apoya. Se elabora así una ideología «ad hoc», para mantenerse en el poder, acomodada a las cambiantes circunstancias para conseguir las mayorías suficientes, y dando pie a la producción de efectos instintivos, a la manera de los reflejos condicionados de Pavlov (con perdón). Y así, llegan las elecciones, y el cansancio y el desinterés, en el ambiente social antes descrito, encamina a depositar sin convicción un voto configurado como arma arrojadiza y no como encomienda de la gestión del bien común.

  • Federico Romero fue secretario general del Ayuntamiento de Málaga y profesor titular de Derecho Administrativo del UMA
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