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TribunaJuan José Gutiérrez Alonso

El arte de la cita, el refranero y el progreso humano

La cita o el refrán son por tanto herramientas útiles al progreso. Nos traen a nuestro presente siglos de vivencia y experiencia

Actualizada 01:30

La cita normalmente es un recurso, apoyo o fundamento de alguna explicación u opinión que se quiere transmitir sobre la base de la autoridad del autor. Cuando está bien traída y no es adorno innecesario, eleva el nivel y otorga consistencia argumentativa. Los aforismos y refranes, considerados desde siempre una manifestación de sabiduría popular, participan de semejante naturaleza, pues resultan utilísimos para afianzar un razonamiento o posición. En textos o conversaciones lucen por agudeza, riqueza lingüística, y además nos llevan a los proverbios y la Antigüedad.

En tiempos de zozobra y confusión, el apoyo en la cita o el refrán suele aflorar con mayor frecuencia. Llama la atención, eso sí, que en muchas ocasiones nos encontremos con más voces extranjeras que nacionales. Uno mismo suele recurrir a Twain, Montaigne, Roth, Solzhenitsyn, John Kennedy Toole, o Tolstoi, también a Ayn Rand, Hayek y hasta Kostolany, cuando se abordan asuntos generales de la vida en sociedad, el poder, cuestiones geopolíticas o económicas.

Pero conviene no desmerecer la riquísima y cultísima literatura española, repleta de referencias incluso más ilustrativas que las expresadas en cualquier otra lengua. La lista sería inacabable, desde el Arcipreste de Hita a Lope de Vega, pasando por infinidad de religiosos, Miguel de Cervantes o Hernán Nuñez de Guzmán, conocido como El Pinciano –también como el Comendador Griego–, excelso filólogo, quien aparentemente fue Colegial de Bolonia y sin duda discípulo de Antonio de Nebrija, colaborador suyo en la Biblia políglota Complutense. El Pinciano dedicó un hermoso estudio al refranero allá por 1555 (Refranes o proverbios en romance), un auténtico tesoro que inauguró de algún modo la paremiología castellana, siguiendo el camino emprendido por Erasmo con sus Adagia en 1500, y que le llevó a ser mencionado en el Quijote. La sabiduría brota prácticamente por igual.

Sea como fuere, la cita ingeniosa, sea de Casanova, Jefferson o Napoleón, el recuerdo de un refrán o un proverbio, tiene su importancia porque no sólo funciona como apoyo a un razonamiento, sino fundamentalmente como advertencia. A Bernardo de Chartres se le atribuye aquello de «pararse sobre hombros de gigantes», lo cual nos permite alcanzar a ver más lejos. Aclaró Umberto Eco que el origen de esta cita se remonta en verdad a Prisciano, erudito gramático de origen norteafricano que enseñó en Constantinopla. Y como casi todo, a la mitología griega, al parecer, la escena del gigante ciego Orión con su sirviente Cedalión a hombros para que le guiara.

Nuestro escritor más universal nos ofrece una adaptación de esta enseñanza consistente en apoyarse en las fuentes originarias y las vivencias: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho», le dijo Don Quijote a Sancho. Qué gran verdad. De entonces, porque hoy sabemos que esto no es ya necesariamente así, pues los vicios de la modernidad nos han descubierto seres que leen mucho, andan mucho, se fotografían mucho, y no saben nada.

Las citas, las buenas citas, el refranero o los proverbios están íntimamente relacionados con el conocimiento y el progreso intelectual. No se comprende dicho progreso sin estos recursos, es decir, sin el acervo acumulado por parte de pensadores que, en menor número, pero en mejor calidad, nos han precedido. Y conviene tenerlo presente salvo que decidamos convertirnos en iconoclastas, la conversión más peligrosa y temeraria de todas, pues nos desvincula de aquello que hemos sido y conocido, del progreso mismo, para acabar arrojándonos tal vez al vacío o la regresión. Desde los presocráticos hasta la cristiandad, con Grecia y Roma allí al fondo.

La cita o el refrán son por tanto herramientas útiles al progreso. Nos traen a nuestro presente siglos de vivencia y experiencia. Valen más que un título universitario, pues su conocimiento e interiorización facilita las armas necesarias para entender el pasado y enfrentar el futuro. Comprender el mundo y seguramente hasta sobrevivirlo. Cuánto marca y ayuda en este sentido La Comedia Humana de Honoré de Balzac, quien curiosamente advirtió que hoy día «los útiles necesarios para cualquiera que aspire a ser algo, son la intriga y las influencias», o Èmily Zola cuando explica que «el dinero no es necesariamente el causante de los males que provoca», o F.R. Chateaubriand, cuya obra puede considerarse, toda ella, una inacabable gran cita.

Las citas cumplen esa función y contribuyen al retrato de momentos históricos. ¿Cuáles serían las de hoy día? Habida cuenta la ciénaga y la confusión de confusiones en la que Occidente parece haberse metido, no es de extrañar que aparezca continuamente Marco Aurelio, pero significativamente George Orwell con aquello de que «en una época de engaño universal, decir la verdad constituye un acto revolucionario», G.K. Chesterton y su «llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde», J. F. Revel con «la primera fuerza que gobierna el mundo es la mentira», en ese delicioso libro que es El conocimiento inútil, y por supuesto, Marco Tulio Cicerón con «cuanto más cerca está la caída de un imperio, más locas son sus leyes».

No olvidemos el «gatopardismo», es decir, aquello de «cambiar todo para que nada cambie», expuesto en su día por Giuseppe Tomasi di Lampedusa en ese contexto que recuerda también, cómo no, a Joseph Roth, quien seguramente mejor ha descrito lo que supuso la pérdida o descomposición de una realidad cultural como el Imperio austrohúngaro, y hasta Nicolás Gómez Dávila, que vivió refugiado entre libros y acabó regalándonos sus aforismos.

No acabaríamos por este camino, pero por hacerlo en el terreno hispánico con la vista y mente puesta en nuestra actualidad, pues seguramente conviene recordar aquello de que «España ha sido más creadora de hijos hazañosos que de historiadores que contasen las hazañas de sus hijos», que «todos los pájaros de la misma pluma vuelan juntos», que «frailes, reyes, palomas y gatos, todos ingratos…»; y por supuesto, que «no hay palabra mal dicha si no fuese mal entendida», del Libro del Buen Amor.

  • Juan José Gutiérrez Alonso es profesor de Derecho administrativo en la Universidad de Granada
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