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TribunaManuel Sánchez Monge

Superar la cultura de la inmediatez

La sociedad de la inmediatez, de la gratuidad, de la satisfacción instantánea es un perfecto caldo de cultivo para que siga incrementándose el número de personas que padecen depresión

Actualizada 01:30

¿Qué entendemos por cultura de la inmediatez? Nos referimos a la tendencia actual de buscar resultados rápidos y obtener gratificación instantánea en todos los aspectos de la vida. El avance de la tecnología, especialmente con la llegada de internet y las redes sociales, la información y las comunicaciones están disponibles al instante. Esto ha llevado a obtener respuestas y resultados de manera inmediata. La conectividad digital acelera sin remisión los ritmos de vida, generando expectativas de respuesta y acceso casi inmediato a todo tipo de necesidades y deseos. Así las relaciones humanas se vuelven cada vez más frágiles, efímeras y flexibles. Muchos mayores y casi todos los jóvenes están tan pendientes de las pantallas que reconocen no son capaces de centrar su atención en una única tarea. Buscan la gratificación inmediata, la consecución inmediata de resultados.

Estos comportamientos tienen efectos muy negativos: En primer lugar falta de paciencia y atención: La cultura de la inmediatez disminuye la capacidad de esperar y tener paciencia. Se buscan respuestas instantáneas a preguntas o soluciones rápidas a problemas. Esto incapacita para tareas que requieren tiempo y esfuerzo. La falta de paciencia lleva a abandonar proyectos o metas a largo plazo.

En segundo lugar, dificultad para establecer prioridades: La cultura de la inmediatez fomenta una mentalidad de «aquí y ahora». Esta tendencia puede llevar a enfocarse exclusivamente en tareas pequeñas y poco significativas. Las tareas importantes quedan relegadas o pospuestas indefinidamente.

En tercer lugar, mayor estrés y ansiedad: La cultura de la inmediatez genera un mayor nivel de estrés y ansiedad. Esto puede afectar negativamente a la salud mental y emocional. La capacidad de esperar se ha perdido en una cultura de la inmediatez que merma la capacidad de disfrutar del momento presente por no «detenerse», «parar», y «desconectar». Disminución de la capacidad de atención, concentración y paciencia. Hay profesores que constatan que muchos trabajos resultan imposibles para sus alumnos. No por su dificultad intrínseca ni por la necesidad de profundos conocimientos teóricos. Simplemente, porque requieren bastante tiempo.

¿Cómo podemos educar y convivir en una sociedad de consumo rápido e inmediato? Es necesario abordar de manera eficaz todos estos desafíos, buscando un equilibrio saludable entre la tecnología y la calidad de las interacciones humanas. En la era digital, la tecnología desempeña un papel fundamental en nuestras vidas, facilitando muchas tareas y mejorando la eficiencia en varios aspectos. Hemos de encontrar estrategias que permitan trabajar con los más jóvenes en aspectos fundamentales de su desarrollo: fomentar la espera y la paciencia, promover la reflexión crítica, la planificación y la obtención de resultados a largo plazo, valorar el disfrute del proceso mismo de aprendizaje y crecimiento. Son desafíos que requieren un esfuerzo conjunto y constante de la sociedad, y de todos los agentes implicados en la educación.

De igual forma que demandamos una gran cantidad de necesidades nuevas y variadas, nos acostumbramos a establecer relaciones sociales que nos ofrezcan feedback y gratificación inmediatos. Deseamos explorar mucho en muy poco tiempo. Esto nos genera impaciencia, distracción, ansiedad, desconexión emocional, y un inconformismo permanente.

La sociedad de la inmediatez, de la gratuidad, de la satisfacción instantánea es un perfecto caldo de cultivo para que siga incrementándose el número de personas que padecen depresión. La inmediatez nos hace muy intolerantes al sencillo paso del tiempo. Y nos echa en brazos de las apetencias, el marketing y la demagogia sentimental.

En un mundo que no da tiempo al tiempo, las relaciones personales se empobrecen, se descarnan y se contaminan de un apresurado utilitarismo. Se empieza por la frivolidad, pero se termina en la pérdida de sentido de la existencia, porque, como ha advertido el filósofo de origen coreano Byung-Chul Han: «La prisa engendra más prisa […] la prisa se traga la vida».

Se nos plantea un reto muy complejo, donde debemos encontrar la manera de saber utilizar las tecnologías como herramientas poderosas que son, convirtiéndolas en unas aliadas, en lugar de demonizarlas, y aprovechar las ventajas que ofrecen para una socialización adecuada y efectiva, sin perder de vista que esa utilización ha de ser equilibrada y consciente.

  • Manuel Sánchez Monge es obispo emérito de Santander
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