Princesa de Orange, Madrid y política exterior
La ciudad, consciente de que nadie nace sabiendo, da su bienvenida a tantos amigos llegados con ilusión desde los cinco continentes. Son numerosos los estudiantes, profesionales, inversores, turistas y tantas otros ciudadanos que construyen el futuro, arropados en el abrazo de la urbe
Abril. El sol, tibio, dibuja en el suelo líneas de sombra apenas gris con ramas de hojas nacientes de los árboles que la ciudad multiplica. Arriba, verde nuevo sobre el azul.
El Principado de Orange, honroso título del heredero de la Corona en los Países Bajos, tiene hoy el nombre guapo de Amalia, que también llevaron algunas reinas de España. La joven Princesa de Orange quiso agradecer a la ciudad de Madrid su acogida a lo largo del pasado curso universitario. La Villa asumió su seguridad junto a otras instituciones nacionales, con amistad decidida y sin hacerse pesar, naturalidad que permite estudiar en paz o disfrutar al propio aire con amigos en alguna terraza junto al Retiro.
El placer de pasar inadvertido crea, además, cierta atmósfera de convivencia amable, intensificada por una sociedad civil dispuesta a asegurar con una sonrisa la segura libertad de todos, que espejea en las manifestaciones por Recoletos o Alcalá, sobre el fundamento vital de ese irrenunciable y personalísimo derecho humano a la libre elección educativa. Y de opinión. Los riesgos o amenazas indeseables aquí se prevén y pagan.
La ciudad, consciente de que nadie nace sabiendo, da su bienvenida a tantos amigos llegados con ilusión desde los cinco continentes. Son numerosos los estudiantes, profesionales, inversores, turistas y tantas otros ciudadanos que construyen el futuro, arropados en el abrazo de la urbe. Coadyuva el mutuo respeto. Aquí no hay forasteros. Juntos, creamos el tejido de excelencia que supera el «no puedo, no sé o no tengo costumbre», para alentar iniciativas más altas. Al escudo de España y su «Más Allá» en las columnas de Hércules remite la crecida proyección de las empresas propulsadas por la investigación de esta veintena de Universidades.
Cierto: Madrid evita innecesarias cargas -faltas de ideas- para facilitar la vida a ciudadanos jóvenes y mayores de esa inmensa clase media que incluye igualmente a los operarios. Mientras, propone eficientes servicios públicos. Así, barridos, baldeados, aspirados, recogidos y reciclados, los residuos llevan aquí una corta y mala vida. La urbe brilla limpia, a fondo, sin necesidad de cuestionar la Constitución, ni, por tanto, la división de poderes o la integridad de España, con horror al partido único o al cesarismo mediopélico. Los asuntos se discuten, pero primero se estudian y adecúan al presupuesto. Así progresa también la construcción de hogares.
De hecho, las redes, los medios y las Embajadas acreditadas en España informan a sus capitales acerca de las mayorías absolutas -electorales y demoscópicas- en esta capital, no sólo ante el día a día, sino frente a Filomenas, covides, danas o, incluso, cierta oposición, que juzgaría al Ayuntamiento como todo mal sin mezcla de bien alguno. Sin embargo, cadenas españolas e internacionales crean sin cesar numerosos y cuidados hoteles.
Para uso del lector no madrileño, cabe reseñar que los residentes españoles y extranjeros en Madrid no desean políticos pedagógicos -son adultos- ni, menos, arquitecturas sociales de autodenominados «despiertos», como faraones que introducían censuras o destruían y autorreferían monumentos anteriores. E instituciones. Esos mismos residentes aprecian la rica vida nacional en común -española y, por tanto, a la vez europea, mediterránea, atlántica y pacífica- desde Ataúlfo a Antonio López. Una cultura de raíz transmigradora, intracomunicada en todo el globo por un rico idioma internacional.
El madrileño rara vez se compara. Tampoco se jacta. Si le interesa el fútbol, remite a sus equipos, que, además, se encuentran entre los mejores del mundo. O a otros. Si la música, hablará de grandes directores en el Real, el Monumental o el Auditorio, pero también de la Scala. Si el teatro, cuenta con una de las grandes ofertas de Europa. Si a la arquitectura contemporánea, es evidente que tiene cerca ejemplos, aunque carece de inconveniente en disfrutar otras ciudades. Si maestros antiguos o pintores actuales, Atocha, el Paseo del Prado y Recoletos atesoran colecciones de interés mundial, mientras con gusto aplaude al Rijksmuseum. Si le interesa el comercio o las finanzas encontrará aquí no pocas sedes de interés en contacto con el resto de Occidente. Y, si le gusta el urbanismo, comentará sus novedades, o las de cualquier otra ciudad. Madrid no se enorgullece: va.
La ciudad de aire puro como agua del Lozoya sonríe en primavera. Bajo el luminoso Palacio Real la «UTE-Madrid Rio-Lote 4» realiza una excelente restauración del jardín histórico en la Plaza de Oriente con su entorno. Pues bien, allí, la inteligente gratitud de la Princesa Amalia ha querido ofrecer a la ciudad tulipanes, plantados frente al Teatro Real, ante el boj a la italiana. Resultado: vibrante explosión blanca y naranja con pinceladas rojas que sonríe desde ese espacio tan visitado. La veremos cada año en su equinoccio. Los paseantes le toman miles de fotos. Gran idea, como la risueña placa desvelada: «Muchas gracias por mi tiempo en Madrid ¡Disfruten de los tulipanes!». La Princesa habla perfecto español.
«Al Rey de España siempre he honrado», dice el himno nacional de los Países Bajos. Las centenarias estatuas de Reyes y Reinas de piedra blanca de Colmenar en la fachada del Palacio y alrededor de la Plaza rogaron al Alcalde que en nombre de cada uno y en el de D. Felipe VI transmitiera a la Princesa Amalia un homenaje lleno de respeto a S. M. el Rey Guillermo Alejandro y a la Reina Máxima.
Los madrileños, también.
- José-Andrés Gallegos del Valle es embajador de España