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TribunaAlfredo Liñán

El folio en negro

Intentaba pasar un tiempo en blanco, sin noticias ni sobresaltos, pero hoy día no es posible esconderte y pronto llegaron a mis oídos las torpes andanzas del rubio amigo de nuestro amigo, poniendo en jaque el comercio mundial y hundiendo de paso la economía americana

Actualizada 01:30

A la hora de escribir todos nos hemos enfrentado alguna vez a la desolación del «folio en blanco» retándonos burlonamente al ver nuestra ausencia de ideas. Pero últimamente, este pobre escribidor sufre el síndrome contrario, porque son tal cantidad de acontecimientos los que se amontonan que uno no sabe ya para dónde correr, ni de qué cosa escribir. Máxime cuando ha decidido hacer un ejercicio de moderación y no dejarse llevar por el cabreo nuestro de cada día, básicamente por cuidar la propia salud mental y enturbiar lo menos posible el sosiego de los lectores que bastante tienen ya con lo suyo.

Necesito relajarme y recobrar mi viejo espíritu de pondera antes de meterle mano al dichoso folio y para ello he investigado distintas posibilidades a cuál más sugestiva: Biorretroalimentación. Taichi. Aromaterapia. Hidroterapia. Respiración Diafragmática … y el mismísimo Yoga, que es lo que mi cuñada la vasca -del mismo Bilbao, por supuesto- me aconseja encarecidamente porque así «me veré por dentro», como si no tuviera bastante con la humillación de verme cada mañana por fuera, aunque sea de refilón en el espejo.

Y es que no quiero hablar de las cosas que esa enigmática payadora-vicepresidenta Marisú ha proclamado, en lenguaje que haría enrojecer de vergüenza al más castizo carretero andaluz, anteponiendo la calentura de cualquier moza a la mismísima presunción de inocencia -hasta el presente piedra angular de la justicia democrática- aunque realmente no haga más que repetir lo que ya consagró la dichosa ley contra la violencia de género, una de las pocas cosas en las que estoy de acuerdo con el nuevo chambelán, o lo que sea, del Donald más hortera de los 47 presidentes que usufructuaron la Casa Blanca, y mira que no lo tenía fácil. Ni estoy dispuesto a refocilarme en las últimas sandeces que el pelangoche de siempre dijo arremetiendo como mediocre antiguo alumno contra las universidades privadas, mientras rinde sentido pleito homenaje al democrático chino de la China. Ni quiero hacerme mala sangre con los informes que la UCO desgrana como salmodia catedralicia, dejado poco a poco con el culo al aire a cuantos «pito flojos» y «pizca pochas» se refocilaron a costa del presupuesto, recordándonos, incluso, que Teruel -o al menos su Parador- también existe, cosa que lamentablemente había olvidado, al parecer, la ministra diplomada portavoz del gobierno.

Por todo eso y una vez declarada la guerra al telediario -vieja costumbre-decidí huir buscando en la serenidad del mar la «sofrosine» adecuada para poder rellenar con cierta galanura mi compromiso mensual con El Debate. El caso es que me temo que algo parecido debió de pensar medio Madrid y tras torear con más suerte que elegancia el remolino de la estación hecha enjambre, llegué al fin a mi asiento, casualmente coincidente con una especie de Koldo, pero a lo bestia, que me llevó todo el viaje pegado a la ventanilla, mientras él, desparramado, roncaba estrepitosamente. Gracias a los dioses había subido al tren con mis necesidades escatológicas cumplidas, porque hubiera sido un verdadero problema remover aquel tarugo de carne roncadora para salir a calzón quitado.

Al fin esperanzado y soñador llegué a la orilla del mar. Pero se había disfrazado de invierno y en lugar de acunarme en el bamboleo de sus olas me ladró agresivo y antipático, como un perro cimarrón, enviado del mismísimo Comendador de los Creyentes que, en traje de Puigdemont, prepara el próximo chantaje para arramplar con Ceuta, Melilla y la mismísima Aljafería de Zaragoza si fuera menester.

Intentaba pasar un tiempo en blanco, sin noticias ni sobresaltos, pero hoy día no es posible esconderte y pronto llegaron a mis oídos las torpes andanzas del rubio amigo de nuestro amigo, poniendo en jaque el comercio mundial y hundiendo de paso la economía americana. Hace unos días comentaba con mis hijos, la diferencia de circunstancias que se daban entre la situación actual y la anterior guerra mundial, hija natural de la gran crisis del 29. Bueno, pues ya está aquí la crisis. Ya estamos todos. Incluidos Donald Hitler y Vladimir Stalin. Que no cunda el pánico, siempre podremos confiar en nuestros Puigdemont.

Pero estamos en tiempo sagrado y al fin he caído en lo de siempre. Malhaya sea el escribiente que a rienda suelta cabalga.

Menos mal que una querida amiga, quizá con encomiable intención apostólica, me hace llegar el magnífico artículo del maestro Andrés Amorós sobre la autoría del soneto «No me mueve mi Dios para quererte» que yo, en mi ignorancia, siempre atribuí a San Juan de la Cruz, y leyéndolo proa a este mar esquivo, me parece vislumbrar, allá al fondo que, al fin, no todo está perdido y una nueva primavera volverá a abrirse paso entre las nubes: «Que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera». Amén.

  • Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho
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