Brecha digital: cuando la tecnología se convierte en un factor excluyente
La mitad de las familias en riesgo de exclusión social no tiene acceso a internet o carece de dispositivos
La presentación el pasado miércoles del informe Análisis y Perspectivas 2021, elaborado por FOESSA y Cáritas, revela que la pobreza en España es la realidad cotidiana para una de cada cinco personas en nuestro país.
La crisis derivada de la pandemia, cuando muchas familias todavía no se habían recuperado del desastre de 2008, no solamente ha supuesto una merma en la calidad del empleo, de la educación o en las perspectivas de futuro para los más pequeños de la casa, sino que ha visibilizado el apagón tecnológico en el que viven aquellos que menos recursos tienen.
Durante los confinamientos domiciliarios, los padres de familia de este estrato social, forzados al trabajo presencial por las singularidades de su oficio, han tenido que recurrir a la ayuda de instituciones como Cáritas para que sus hijos pudieran estar acompañados durante las horas de clase y que a su vez pudieran disponer de materiales para cumplir las tareas asignadas desde los centros escolares.
Carmen Ramírez es la coordinadora del programa Infancia de Cáritas. «De marzo a septiembre del año pasado fue un fin de semana largo para muchos chavales que o bien no contaban en sus casas con conexión a internet o no tenían dispositivos para el seguimiento normal de las clases online».
Esto mismo reflejaba el comunicado emitido desde la institución de la Iglesia esta semana, donde confirmaban que el «no disponer de conexión suficiente, de un dispositivo conectado o de habilidades para manejarse en el entorno digital están marcando fuertemente la diferencia en una sociedad cada vez más digitalizada». Para muchos, a pesar de los innegables beneficios que tiene para las profesiones más cualificadas, supone «una pérdida de oportunidades en ámbitos como el empleo, la educación, las relaciones sociales o las ayudas públicas»; básicamente por la complejidad de los trámites en algunos casos o por no poder acudir a las oficinas de forma presencial a causa del coronavirus.
El 46% de los hogares en situación de exclusión adolecen la brecha digital
La coordinadora del programa Infancia de Cáritas, sin embargo, cree que con el arranque del nuevo curso se está viendo una «clara mejora» respecto al año anterior, gracias, en buena parte, al aumento de la presencialidad y por el control de casos de especial vulnerabilidad a los que han podido ayudar con materiales a través de los donativos percibidos. Su trabajo ha sido capital en el ámbito emocional, el acompañamiento, las formaciones para adquirir habilidades ofimáticas o llevando a los niños cuyos padres estaban ingresados por el coronavirus o que no podían atenderlos durante el día con familias de acogida. Ramírez se muestra tajante cuando le preguntamos si, en caso de un nuevo confinamiento general, las familias en riesgo de exclusión están preparadas tecnológicamente para ese escenario.
No es posible la conciliación telemática con empleadas domésticas o personas que trabajen en la obra
«Definitivamente, no. No es posible la conciliación telemática con empleadas domésticas o personas que trabajen en la obra. Ellos nos lo han dicho en repetidas ocasiones: ‘aunque tenga covid, yo tengo que continuar yendo porque si no, me despiden’». Por otro lado, Carmen Ramírez muestra su preocupación por ver que «después de todo lo ocurrido no se haya aprovechado la oportunidad para reestructurar el sistema y ayudar a los últimos, que siempre son los que más tienen que perder. Los dispositivos electrónicos, en el contexto actual, han pasado de ser para estas familias un gasto superfluo o inasumible a un gasto necesario. Es necesario crear un gran pacto nacional en educación digital para que no haya desfases curriculares y se dote a los menores de una formación rica para el tránsito a la vida adulta, para no abusar de los dispositivos y utilizarlos como herramientas verdaderamente útiles».
Buenos en Tik Tok, malos con el Word
El Proyecto Alba es una iniciativa de Cáritas diocesana de Oviedo. Desde allí, están trabajando para disminuir las distancias entre los chicos que habitan en la brecha digital y sus compañeros de aula. Rocío Díaz en la responsable del programa. «Pensamos que los adolescentes de hoy en día manejan perfectamente las nuevas tecnologías y no es cierto. Nos hemos encontrado casos de chicos que no saben adjuntar archivos, editar correctamente un documento Word o utilizar una hoja de cálculo sin perderse. Nacieron con un ordenador debajo del brazo, pero en este tipo de cosas no saben desenvolverse».
En el último año, el Proyecto Alba, a través de su red de voluntariado, atendió a 107 menores y 82 familias. «La idea es acompañar, no solamente facilitar materiales, sino ayudarles a adquirir las competencias para su buen uso». Considera que es crucial comprender la realidad de cada niño, de su contexto, de su país de origen. «En función de donde vengan, el nivel educativo es muy distinto. Para nosotros, es crucial saber estar con ellos en el proceso de adaptación al ritmo de las clases y de nuestra cultura».
Le preguntamos cómo han vivido en Oviedo este año tan atípico. «Desde que cerraron el libro y abrieron los portátiles o tablets, les está costando. El gran objetivo de todos es volver cien por cien a la presencialidad, tanto para las familias como los voluntarios. No hay otra manera para impulsar a los niños a que alcancen el nivel que se les está exigiendo. La brecha digital es también la brecha educativa. Tenemos la responsabilidad de, sea cual sea el escenario, inculcarles la cultura del esfuerzo y evitar que pasen diferentes cursos arrastrando asignaturas, con las frustraciones que esto conlleva. Estamos intentando apoyarles en ese sentido con un formato muy personalizado. Tenemos a un voluntario cada dos o tres niños».
«Todos a una»
Mayca Salas llegó de Perú hace dos años, en septiembre de 2019, con sus dos hijas. Las tres son beneficiarias del Proyecto Alba. «La situación allá venía a menos y ya con el covid terminó por ir a peor. Mi hija, la mayor, quería estudiar aquí porque la formación en España tiene más peso y la escolaridad de calidad en mí país muy costosa».
Al llegar a Oviedo, contó con el apoyo de sus primas, instaladas en Asturias desde hace tiempo. Estaba trabajando por horas, ayudando en casas, hasta la pandemia llegó. «Todo se paralizó. Me acerqué a la parroquia y fueron muy amables en todo momento. No solamente me dieron medios para que las niñas pudieran seguir las lecciones, sino que también las estuvieron ayudando con las cosas del colegio».
Este año se ha vuelto a apuntar al programa de Alba. «A mis dos hijas les fue muy bien y me invitaron a volver a participar. No me lo pensé dos veces. Les ayudan a hacer las tareas, resuelven sus dudas, les explican. La verdad. Están todos a uno. Su trabajo es encomiable. Lo hacen con tanto cariño, educación y amabilidad… Siempre pendientes. Incluso en el confinamiento me llamaba una de las colaboradoras para ver cómo estaba. Fue un apoyo moral. Una solamente puede esta agradecida por todo el apoyo que dan y por cómo se ajustan a las necesidades de las personas que allí acuden. Estoy feliz».