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Julio Llorente

Vivir experiencias

La cuestión no es rehuir la monotonía y buscar la novedad, sino comprometernos con el momento que estamos viviendo aunque se nos antoje rutinario y así, comprometidos con él, descubrirle aventura, gracia, belleza

Actualizada 05:53

Tengo el problema de que me interesan mucho los asuntos de los demás; no concibo la posibilidad de no participar de la alegría o de no compadecer el sufrimiento ajenos. El otro día, de hecho, movido por este mismo impulso filantrópico, me involucré durante un rato —tácitamente, claro, sólo con los oídos— en la conversación de la pareja que comía en la mesa contigua a la nuestra. La novia le reprochaba al novio que su relación había devenido rutinaria, monótona, y éste se defendía alegando que en los últimos meses habían hecho esquí, yoga, sesiones maratonianas de cine, salsa, danza clásica e incluso, ay, puénting. Yo ya le había concedido a él la victoria —¡menudo argumento ganador!— cuando ella sorprendió con un relampagueante revés cruzado: «Todo eso lo hemos hecho en España; y yo necesito viajar, conocer sitios nuevos».

Yo, que amo tanto mi lugar de residencia que arqueo una ceja cuando algún amigo me propone un viaje, me solidaricé con el novio, pobre. Coincido con su provincianismo, perdón, sentido común: ciudades como Madrid, pocas, y países como España, ninguno. Pero también agradecí, mientras escuchaba las jeremiadas de su novia, que la mía sea como es: que no esté especialmente interesada en descubrir la belleza de Vietnam y que para estar a gusto le baste con una terraza, con una copa de vino y —sí, merece la beatificación por esto— conmigo.

Lo agradezco vitalmente, por supuesto, porque no me veo ni haciendo paracaidismo y compartiendo los nervios previos con mis seguidores de Instagram, ni pateándome la India en busca de mi yo interior; pero también por un motivo menos egoísta, más justificable. Creo que Teresa, con ese conformismo que sólo lo es superficialmente, ha captado mejor la esencia de la vida que la comensal de la mesa contigua, tan deseosa de vivir experiencias y, en una muestra de infinita crueldad, de que su novio las viva con ella.

La novedad de hoy, que celebramos, es la rutina de mañana, que lamentamos

Digo que lo ha captado mejor porque todos estamos abocados a una cierta monotonía. La novedad de hoy, que celebramos, es la rutina de mañana, que lamentamos. Nos casaremos y los primeros días nos parecerán un gran acontecimiento, pero pronto la vida perderá su excepcionalidad y volverá a presentársenos bajo la apariencia de una tediosa sucesión de hechos absurdos. De casa al trabajo, del trabajo a casa y, oh, como ya es domingo, de casa al club de golf, del club de golf a casa, y vuelta a empezar. Ni siquiera quienes se abstienen de tener hijos y ahorran para viajar por todo el mundo están vacunados contra este hastío: el éxtasis inicial, el cosquilleo en el estómago, se extraviará entre tanta repetición. El quinto viaje no será como el primero, desde luego, y qué decir del décimo, que ya no suscitará más que un bostezo.

La cuestión no es, lo sabe bien Teresa, rehuir la monotonía y buscar la novedad, sino comprometernos con el momento que estamos viviendo aunque se nos antoje rutinario y así, comprometidos con él, descubrirle aventura, gracia, belleza. Defenderé ante cualquiera la sencilla idea de que la felicidad consiste menos en un puñado de experiencias novedosas que en una trama de momentos dignamente vividos. ¿Quieres ser feliz?, me gustaría haberle preguntado a la chica que amonestaba a su novio. Llora como si la fuente de la que emanan tus lágrimas estuviese a punto de agotarse, redacta tu próximo correo electrónico como si estuvieras escribiendo tu Quijote y, pardiez, deja de reconvenir a tu novio y brinda con él como si ésta —la de hoy, la de la semana próxima— fuese vuestra última cena. 

Julio Llorente

Periodista, humanista, traductor y escritor.  Tras los pasos de Chesterton. Fui director de la editorial Homo Legens. Ahora ando inmerso en Ediciones Monóculo.
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