Entrevista
Luis Argüello: «Nos llama la atención que con Celaá no se haya cuidado la discreción habitual»
El secretario general de la Conferencia Episcopal Española responde a este periódico sobre los principales asuntos de actualidad de la Iglesia
Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid, es desde hace tres años secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Su trabajo consiste en dar voz a la voz de los obispos en nuestro país sobre los asuntos que conciernen a la Iglesia. Desde entonces ha tenido que vivir una nueva modificación del currículo de la asignatura de Religión, el asentamiento de la cultura de la cancelación y de las ideologías minoritarias, el recrudecimiento de las crisis vocacionales al sacerdocio y el matrimonio, la Iglesia vaciada y la situación migratoria que vive occidente.
Sobre estas cuestiones le preguntamos al señor Argüello en nuestra visita a Añastro 1, sede de la CEE.
–Después de la última Asamblea Plenaria, ¿cómo está viviendo la Iglesia española este camino sinodal?
–A la Iglesia en España la propuesta del itinerario sinodal le coge con el viento a favor por dos motivos. En primer lugar, por la realización del Congreso de Laicos, en donde de alguna manera este intento de camino compartido entre laicos, presbíteros, vida consagrada, se manifestó en el encuentro de febrero del año 2020 en Madrid. Por otro lado, en los diálogos mantenidos en la Asamblea Plenaria, ya se había puesto el acento en la importancia de descubrir cómo transmitir la fe en nuestra sociedad. Los primeros ecos que nos llegan de las diócesis son buenos. Todos somos conscientes de que la puesta en marcha de los grupos sinodales está teniendo un ritmo distinto en cada diócesis, pero creo que el trabajo de movilización de las asociaciones laicales como los religiosos, como por supuesto las parroquias, estamos trabajando a fondo, aunque el plazo sea corto, ya que la fase local del proceso sinodal termina en el primer semestre del próximo año 2022. En cualquier caso, hay una convicción de responder a lo que el Papa nos ha convocado y a lo que la Iglesia ya dibujaba desde el Concilio Vaticano II: atender a la urgencia de un cambio de época que tocamos con las manos.
–¿Tiene la Conferencia Episcopal Española alguna hoja de ruta para hacer frente a la Iglesia vaciada, especialmente en el mundo rural?
–Ciertamente, hemos recogido en nuestras orientaciones en la Plenaria esta problemática. Aterrizajes más concretos, medidas específicas, corresponden a las provincias eclesiásticas y, por supuesto, a las parroquias y sus propuestas pastorales, que son las más afectadas sobre esta cuestión. La Iglesia sigue siendo hoy una de las instituciones que se mantiene presente en la casi totalidad de los municipios españoles, incluso en los pueblos más pequeños. Si no hay celebración de la Eucaristía, prácticamente todos nuestros templos se abren para una celebración de la Palabra, en la ausencia o en espera de presbítero.
La Iglesia está llamada a ver qué es capaz de dar desde el punto de vista pastoral ante la España vaciada
En cualquier caso, no cabe duda de que este es un gran desafío para la Iglesia porque junto a la España vaciada también tenemos una España muy concentrada o muy aglomerada, a la que hay que dar respuesta. Y no me refiero solamente en grandes ciudades sino en provincias medianas, como es la de Valladolid, porque alrededor de la ciudad se ha producido un crecimiento de urbanizaciones y de pueblos que eran pequeños y que se han transformado ahora en pueblos medios o grandes. Ahora tenemos bloques de pisos donde vive más gente que en muchos de nuestros pequeños pueblos y no cuentan con un templo cerca, cuando en cualquier pedanía sí que hay iglesias. Esta es la cara y la cruz del mismo fenómeno. La Iglesia está llamada a ver qué es capaz de dar desde el punto de vista pastoral. En cualquier caso, no tiene una solución fácil y tampoco podemos vivir con la nostalgia de lo que fue nuestra sociedad hace 50, 60 o 70 años, o creer que muchos de los pueblos puedan poblarse de nuevo enteramente.
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–Ante la crisis de vocaciones sacerdotales, ¿qué tiene que hacer la Iglesia para ofrecer una alternativa sugerente a los jóvenes de hoy para que pueblen los seminarios?
–La llamada crisis vocacional no afecta solo al ministerio ordenado, sino que es algo que toca de lleno la forma de vivir y de entender el ser cristiano, el ser bautizado, el ser discípulo misionero. Entender eso que nos dice el Papa Francisco: yo soy una misión. Desde el punto de vista numérico, en este momento de la vida de la Iglesia, no sé cuál es la vocación que está más en crisis, si la de ministerio ordenado o la vocación al matrimonio. Tenemos un gran desafío en este aspecto con algo que ya decía el Papa San Juan Pablo II a mediados de los años 80, refiriéndose a que el cristiano del siglo XXI será un místico o no será. Y el Papa Juan Pablo II decía también en un congreso, precisamente sobre la pastoral de las vocaciones en Europa, que el cristiano del siglo XXI vivirá la fe como vocación, o no la vivirá o será arrastrado en una forma, digámoslo así, mediocre.
Ante el desafío de la secularización, ser católico en medio del mundo es navegar, a veces, contracorriente
Si se vive como el mundo, la fe será arrastrada por las diversas propuestas o estilos de vida. Esto hace que nuestro desafío sea gigantesco a la hora de transmitir la fe y de que esa propuesta de transmisión de la fe y la iniciación cristiana que lleva consigo deje sembrada una propuesta de la vida entendida como vocación, también para ser vivida como vocación al matrimonio. Ante el desafío de la secularización, ser católico en medio del mundo es navegar, a veces, contracorriente. Y, obviamente, las vocaciones al ministerio ordenado, a las formas de especial consagración en la vida religiosa, tienen que vivir de forma especial lo que nos dice Jesús en el Evangelio: «Buscad el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura». Yo creo que nosotros hemos de buscar una propuesta de la vida, de vida cristiana, entendida como vocación. Y lo demás se nos dará por añadidura, entendiendo por añadidura, también, la vocación al ministerio ordenado. Porque si no hay pueblo de Dios, si no hay familias que tienen hijos, familias abiertas a la vida, el planteamiento de la vocación al ministerio ordenado queda también descolocado.
–A la luz de los acontecimientos que ocurrieron con el obispo de Solsona o hace tan solo unos días con el arzobispo de París, poniéndolo en consonancia con las palabras del Papa sobre los pecados de la carne, ¿cree que el celibato es algo que la Iglesia católica se vaya a plantear para el ejercicio del sacerdocio, tal y como hace la Iglesia ortodoxa?
–La vinculación del celibato al ministerio ordenado tiene un ámbito propio y yo creo que incluso en el propio diálogo ecuménico, especialmente con la gran tradición del Oriente en el mundo ortodoxo, yo creo que tanto en la perspectiva católica como en la oriental tenemos clara la vinculación en el episcopado del ministerio y el amor célibe. Creo que en este punto tenemos que afirmar el valor que tiene la fidelidad a la palabra dada, la fidelidad al compromiso adquirido.
No es buen camino hacer una reflexión sobre el significado del amor célibe desde la comprensión ortodoxa
En todo caso, eso no quita que todos tengamos que caer en la cuenta de nuestra propia fragilidad y, por tanto, de poner los medios tanto de gracia como de compañía de otras personas en la Iglesia para mantenernos fieles. Respecto a lo que comenta del Papa, el pecado es pecado. Luego podríamos decir, en la feria de los pecados, cuál puede tener una valoración mayor o menor, y que irá en función del contexto social de la época que nos toque vivir y con la importancia que pueden tener también otras dimensiones de la existencia, además de la dimensión sexual que, por otra parte, atraviesa todo nuestro ser. No es buen camino hacer una reflexión sobre el significado del amor célibe desde la comprensión ortodoxa. No digo nada en los pasos que han dado los hermanos de la Reforma. Porque en lo que se refiere a la fidelidad y al pecado, yo creo que la propuesta que hemos de hacer en la Iglesia, siempre con el abrazo de la misericordia, es una propuesta de fidelidad y es una propuesta de poner los medios para no caer en la tentación que nos lleva a cometer pecados que, por otro lado, todos cometemos. El celibato de Jesucristo, que cuando se encarna y pisa nuestra tierra, nuestra propia historia, es más oportuno que nunca recordarlo. La vinculación del episcopado, donde la plenitud de la representación sacramental de Jesucristo a través de la sucesión apostólica se realiza de una manera singularísima en el obispo, creo que la Iglesia católica la va a mantener. El episcopado y el amor célibe se va a mantener.
–La Iglesia lleva acompañando al hombre y la mujer a lo largo de 2.000 años. ¿Cómo se relaciona con la posibilidad que plantean algunos de más de 48 géneros que van fluyendo en función del día y de la persona que así lo vive?
–El vínculo de la propuesta antropológica a la propuesta que hay de esta en el Evangelio es algo a lo que la Iglesia no puede renunciar. Tenemos que seguir ofreciendo y dando un testimonio de vida de lo que es la antropología adecuada, por una parte, a nuestra experiencia humana más elemental. Nuestros cuerpos, nuestras células, dicen quiénes somos desde el punto de vista de la sexualidad y también desde el punto de vista de lo que la Iglesia dice al poner en relación a la persona y a Jesucristo, diciendo que en Jesucristo se desvela la propia vocación de lo que significa ser persona. Yendo además desde el propio Jesús a la revelación bíblica, se nos dice «hombre y mujer los creó». La Iglesia hoy es capaz de hacer una propuesta en este aspecto que une razón y fe. La razón nos dice, incluso desde los propios avances de la comprensión de los cromosomas, de las células, del significado de la sexualidad, del cuerpo sexuado, lo que somos, que se complementa con la fe desde la revelación bíblica. Desde aquí podemos hacer una propuesta, aunque pueda parecer que va contracorriente, incluso que pueda parecer, y de hecho puede ocurrir, que va en contra de determinadas propuestas legislativas que elevan a la categoría legal el sentimiento que cada uno puede tener. Por eso, uno de los asuntos más singulares del anuncio del Evangelio en este cambio de época tiene que ver con la propuesta antropológica que, al igual que el otro gran asunto, las migraciones y el cuidado de la casa común, la Iglesia está llamada a ofrecer una propuesta a contracorriente.
–¿Qué valoración le merece la propuesta del Gobierno de proponer como embajadora ante la Santa Sede a la exministra Isabel Celaá, dado su historial de declaraciones respecto a la educación católica y la libertad de los padres para enseñar a sus hijos lo que estimen oportuno?
–La Conferencia Episcopal Española no es el interlocutor adecuado en este asunto, porque es un asunto que tiene que ver en la relación entre dos Estados. En cualquier caso, sí que nos llama la atención que, en esa misma práctica de relación entre los Estados, no se haya cuidado la discreción habitual que se suele mantener en estas gestiones para poder obtener el plácet. Ocurre igual cuando la Santa Sede propone un nuncio, se ve este asunto con el Gobierno de turno. En este sentido, trasladamos nuestra extrañeza por cómo se ha hecho pública esta propuesta, que el Gobierno de España no ha hecho pública, sino que parece que ha sido una filtración. Por otro lado, habitualmente la mayoría de las embajadas están cubiertas por miembros de la carrera diplomática. Es verdad que prácticamente todos los Estados reservan algunas cuantas embajadas para personas que no son de la carrera diplomática y que les da una relevancia política singular. En el caso de la embajada española, de la embajada española ante la Santa Sede, pues ha ocurrido que se han mezclado a lo largo del tiempo ambos criterios. Hay miembros de la carrera diplomática, como ocurre con la actual embajadora, y ha habido en la historia reciente de España personajes de una significación política especial. Si con esto se quiere decir, desde el punto de vista de un Estado, del gobierno correspondiente, que se da una importancia singular a esa embajada y por eso se lleva a una persona de significada relevancia política, nos parece, en ese sentido, positivo. Si esa relevancia especial quiere decir que se van a poner en marcha determinadas líneas políticas que puedan suponer algún tipo de cambio en las relaciones bilaterales, pues lo tendremos que ver en la Conferencia Episcopal. Nosotros esperamos que los asuntos que puedan estar pendientes o las relaciones habituales entre la Santa Sede y el Reino de España sean abordadas de la mejor manera posible.
–Respecto a las disposiciones de la Santa Sede, donde obligaba a la creación de oficinas de atención a las víctimas de abusos en todas las diócesis del mundo, ¿en qué punto se encuentra la Iglesia española en esta materia?
–Las oficinas están abiertas en todas las diócesis de España. El pasado 15 de septiembre tuvimos un encuentro con representantes de estas oficinas aquí en Madrid y, a raíz de ese encuentro, se vio la necesidad de ofrecer desde la Conferencia Episcopal un servicio de coordinación para ayudar a estas oficinas en lo que puedan requerir. Porque lo que sí vimos en ese mismo encuentro es que la realidad de las oficinas, como la realidad de las diócesis, es bastante desigual en sus posibilidades, en sus recursos, tanto materiales como personales, a la hora de poder cumplir la misión que la Santa Sede pide y que luego cada obispo ha podido llevar a cabo. Por eso creo que, en este momento, además de estas oficinas en todas las diócesis de España, ahora contamos con la posibilidad de una coordinación entre todos. Es importante señalar que, a raíz de este encuentro, la mayor parte de las oficinas notificaron que en lo que se refiere a haber recibido noticias de abusos en el último año, la mayoría no ha tenido ningún caso, lo cual es una buena noticia. También hay algunas que sí han recibido casos, y en ese momento se ha comunicado a las autoridades civiles, a la fiscalía, al juzgado, a la policía de turno para que se lleven estos asuntos desde ahí. Y si se ha tratado asuntos que tienen que ver con acontecimientos ocurridos hace años, incluso que hayan podido prescribir, estamos viendo la mejor manera de atender la situación de las víctimas y salir al paso de la situación de los posibles abusadores, abriéndose los procedimientos adecuados previstos en la nueva normativa canónica que existe en la Iglesia.
Debemos reivindicar que la Navidad es la Navidad. No podemos esconder el acontecimiento que da sentido a la celebración de estas fiestas
–¿Qué opinión le merece que altas instancias de la Unión Europea recomienden a sus subordinados no decir «Feliz Navidad» en sus comunicaciones durante este periodo?
–Yo creo que cuando se trata de prescindir de la referencia cristiana, porque la Navidad la celebramos las diversas confesiones cristianas que están presentes en Europa con una propuesta de una especie de mínimo común ético, sin tener en cuentas en el que las referencias explícitas a fuentes de iluminación ética de carácter político, como son las grandes tradiciones religiosas y especialmente lo que ha significado en la propia Europa el cristianismo, el ponerlo en la sombra nos tiene que llevar al desafío misionero y evangelizador. No podemos dejar de reconocer la realidad de nuestras sociedades y de la presencia de las iglesias en las sociedades. Debemos reivindicar que la Navidad es la Navidad, como la Semana Santa es la Semana Santa o la Pascua es la Pascua. No podemos esconder el acontecimiento que da sentido a la celebración de estas fiestas. Por eso creo que también hemos de ver esta situación como un gran desafío interno, el desafío de presencia de los laicos, de los cristianos en general en la vida social y pública, el testimonio también de nuestra propia vivencia de estas fiestas. Porque si no se puede juntar el hambre con las ganas de comer, y una determinada propuesta que es más bien ideológica, interesada incluso políticamente, puede llevar también a una especie de abandono por parte de los propios creyentes, de la vivencia pública de su propia fe. Yo creo que el riesgo de ser arrinconados tiene que ver con que desde un lado se nos presione para decir «ustedes a la sacristía», pero que por otra parte también nos parezca más cómodo a los católicos vivir la fe en la intimidad por no querer salir a la intemperie de la plaza pública, donde estamos llamados a dar testimonio.