Pensad en esto: las lágrimas no son universales, son «mis» lágrimas. Cada uno tiene las propias. «Mis» lágrimas y «mi» dolor me empujan a ir adelante con la oración. Son «mis» lágrimas que nadie ha derramado nunca antes que yo. Sí, muchos han llorado, muchos. Pero «mis» lágrimas son mías, «mi» dolor es mío, «mi» sufrimiento es mío. Cuando queremos consolar a alguien, no encontramos las palabras. ¿Por qué? Porque no podemos llegar a su dolor, porque «su» dolor es suyo, «sus» lágrimas son suyas. Lo mismo es para nosotros: las lágrimas, «mi» dolor es mío, las lágrimas son «mías» y con estas lágrimas, con este dolor me dirijo al Señor.