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Una mujer frente al listado de los asesinados en el genocidio de 1994 en Ruanda

Una mujer frente al listado de algunos de los asesinados en el genocidio de 1994 en RuandaAFP

Iglesia perseguida

Los tres obispos mártires de Ruanda: «Pase lo que pase, nos quedaremos aquí»

Fides publica un listado con los nombres de los 248 sacerdotes y religiosas que fueron masacrados en el país africano durante 1994

«Quisiera llamar una vez más a la conciencia de todos aquellos que planean estas masacres y las llevan a cabo. Están llevando al país hacia el abismo. Todos tendrán que responder de sus crímenes ante la historia y, en primer lugar, ante Dios». Con estas palabras, san Juan Pablo II denunció un 15 de mayo de 1994 la carnicería que se estaba llevando a cabo en Ruanda. En el país, con un total de 6.733.000 habitantes, de las cuales casi la mitad eran católicos, fueron asesinadas un millón de personas.

Durante el jubileo del año 2000, los obispos de Ruanda pidieron perdón por los pecados de los católicos durante el genocidio. Más adelante, en 2004, cumplidos los diez años, los prelados pidieron «no olvidar lo sucedido y, por tanto, fortalecer la verdad, la justicia y el perdón». En el texto lamentaban haber sido «testigos impotentes mientras nuestros compatriotas padecían muertes innobles, torturados bajo la mirada indiferente de la comunidad internacional; también hemos sido profundamente heridos por la participación de algunos de nuestros fieles en las masacres».

El presidente de la Conferencia Episcopal de Ruanda, el prelado Philippe Rukamba, comentó durante el Jubileo de la Misericordia, celebrado durante 2015 y 2016, que no se podía hablar de misericordia en el país «sin hablar de genocidio». En una nueva carta publicada por los obispos volvían a publicar condenar los asesinatos a los tutsis por motivos étnicos.

Al año siguiente, en 2017, fue el Papa Francisco quien «expresó su profundo dolor, el de la Santa Sede y el de la Iglesia por el genocidio» ante el presidente ruandés, Paul Kagame.

El listado de los mártires

La Agencia Fides fue la que se encargó de recoger los datos sobre los agentes pastorales asesinados en 1994. Han trasladado que este trabajo se realizó con «gran dificultad», por medio de entrevistas a institutos misioneros, congregaciones, diócesis y medios de comunicación católicos, así como por la escueta información de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, de la Iglesia local de Ruanda.

248 fueron las víctimas entre el «personal eclesiástico», incluyendo a desaparecidos de los que no se volvió a saber y a más de quince que murieron por el maltrato y la ausencia de atención médica. Pero desde la agencia aseguran que ese número está incompleto, ya que solo incluye a obispos, sacerdotes, religiosas y laicos consagrados, olvidándose de seminaristas, novicios y laicos, especialmente de los jóvenes. Esto se debe a que, unido a las limitaciones tecnológicas de la época, no se disponía de información precisa respecto al número total de personas que participaba de las diferentes comunidades cristianas.

248 mártires del genocidio de Ruanda en 1994

  • 3 obispos
  • 103 sacerdotes
  • 47 religiosos de siete órdenes diferentes
  • 65 religiosas de once congregaciones diferentes
  • 30 laicas, al menos, de vida consagrada

Tres obispos asesinados

El 5 de junio de 1994 fueron asesinados con otros sacerdotes. Se trataba del Arzobispo de Kigali, monseñor Vincent Nsengiyumva; el obispo de Kabgayi y presidente de la Conferencia Episcopal Ruandesa, monseñor Thaddee Nsengiyumva; y el obispo de Byumba, monseñor Joseph Ruzindana. Unos días antes, el 31 de mayo, escribieron a la Santa Sede y a la comunidad internacional declarar a Kabgayi «ciudad neutral», ya que allí habían encontrado refugio en estructuras católicas abiertas a todos, sin distinción, los 30.000 desplazados.

«Nos pase lo que nos pase, nos quedaremos aquí, para proteger a la población y a los desplazados», prosiguieron en su escrito. Bajo la protección de algunos soldados rebeldes del Frente Patriótico Ruandés, fueron asesinados por ellos, al igual que otras setenta personas en los días sucesivos.

El papa san Juan Pablo II reclamó en un mensaje a los católicos ruandeses «que hagan inmediatamente todo lo posible para que se abran los caminos de la concordia y de la reconstrucción del país tan gravemente afectado».

Su primera misa en medio de las ruinas

La primera misa del padre Gakirage fue celebrada en el mismo sitio en el que sus hermanos habían sido asesinados. Mientras viajaba a Roma para después ser ordenado en su país, recibió la noticia de que su familia había sido asesinada. Cambiando lo establecido, viajó a Ruanda para recibir el orden sacerdotal allí.

Tras recibir el sacramento, volvió a su pueblo para ver si algún pariente había sobrevivido. En medio de las ruinas y de una profunda tristeza, celebró su primera misa. Sin embargo, durante la celebración reconoció a tres niños: dos sobrinos y un hijo de una prima. Inundado de alegría, continuó con la celebración, en cuya homilía habló de la resurrección.

«Hay otra vida con Jesús y María y nos reuniremos»

Prepararse ante la muerte es una tarea especialmente dura. Debe serlo aún más para una madre, sabiendo que sus hijos iban a morir. María Teresa estaba casada con un tutsi, con el que tuvo cuatro hijos. Él fue perseguido y asesinado, junto con el mayor de los descendientes.

Sabía que volverían a por sus otros dos hijos varones. «Hijos míos, los hombres son malvados en este momento, han matado a vuestro padre y a vuestro hermano Olivier. Seguramente os buscarán, pero no tengáis miedo. Sufriréis un poco, pero luego os reuniréis con papá y con Olivier, porque hay otra vida con Jesús y María, y nos reuniremos y seremos muy muy felices», les dijo. Ese mismo día ocurrió la tragedia, de la que cuentan que los niños se mostraron valientes y tranquilos en todo momento.

Perseverar hasta el final

Felicitas, con 60 años, era auxiliar de apostolado. En su casa se refugiaron tutsis, a los que ayudaba a salir del país. Pese a las advertencias de su familia, no cesó en su actividad. Tras ser apresada y asesinar a las 30 Hermanas Auxiliares del Apostolado, le dieron la última oportunidad de huir. «No tengo más razones para vivir después de que habéis matado a mis hermanas», añadió, siendo la siguiente víctima.

Otro impresionante testimonio fue el de los misioneros, cuya labor «se pasó por alto», entregándose pese a conocer el fatal desenlace. Un ejemplo fueron las Hermanas Blancas, quienes fueron «testigos de la paz de Dios y de la completa aceptación de su voluntad, demostrada por aquellos que fueron llevados a la muerte como el cordero al matadero».

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