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07 de septiembre de 2024

Partitura del músico español Tomás Luis de Victoria

Partitura del músico español Tomás Luis de VictoriaArchidiócesis de Málaga

Tomás Luis de Victoria, el Quijote de la música renacentista que conquistó los oídos de Dios

La iglesia de Santa María de Santiago y Monserrat, en Roma, fue uno de los templos principales donde el «maestro de la más aguda emoción», consagró sus días a la composición artística

«Cada uno pregunta cómo ha de cantar a Dios. Cantadle, pero no mal. No quiere que le molesten sus oídos», decía el padre de la Iglesia, san Agustín. Eso es lo que trató de hacer durante toda su vida el artista español Tomás Luis de Victoria, una de las principales aportaciones ibéricas a la música renacentista y barroca.

Nació en 1548 en la ciudad amurallada de Ávila. Fue el séptimo de 11 hijos de una familia pudiente, donde pronto descubriría su vocación por la música: con 9 años pasó a formar parte del coro de la catedral de la ciudad. Fue allí donde estudió las bases de la composición, cantando y tocando el órgano, y donde conoció a la icónica reformadora del Carmelo, santa Teresa. Esta pasó a convertirse en una de las principales inspiraciones para Victoria, quien buscó un mundo de sonidos que reflejaran el misticismo de esta santa.

En una de las dedicatorias que escribió al rey le dijo: «Desde el día en que llegué de España a la ciudad de Roma, a más de otros nobilísimos esfuerzos y desvelos consagré al estudio de la música. Y ya desde el principio me propuse no tan solo contentarme con su conocimiento para detenerme en proporcionar un deleite a los oídos y al espíritu, si no, mirando más allá, ser útil, en lo posible, al presente y al porvenir».

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Órgano de la iglesia de los Españoles, en Roma, donde Tomás Luís de Victoria tocaba sus composiciones

Vida romana y nostalgia de España

La Roma renacentista del siglo XVI era el lugar idílico para los artistas que querían ganarse una reputación, ya que era el centro cultural de Europa. Todos los compositores de la época viajaban allí, incluido el predecesor de Victoria, Cristóbal de Morales. En la Ciudad Eterna, además, se codeó con Pierluigi de Palestrina, clamado como el «príncipe de la música», quien se convirtió en su mentor y maestro. En 1575, Tomás Luís de la Victoria se ordenó sacerdote, signo de su devoción por la Iglesia a la que siempre sirvió con su arte: nunca compondría otra cosa que no fuera música sacra.

A pesar de la gran formación que recibió en la capital italiana, el artista había abandonado su corazón en España, la cual siempre añoró. Esto se puede apreciar en composiciones como Super Flumina Babylonis, un canto a la nostalgia por la patria lejana. Con todo, pudo saborear un poco de su país natal acudiendo a la iglesia de Santiago de los Españoles, en Roma, donde dirigía el coro y la música en diversas fiestas litúrgicas.

óleo de la iglesia de los Españoles, donde se representa la Virgen María, figura a la que el artista español dedicó muchas de sus obras

Óleo de la iglesia de los Españoles, donde se representa la Virgen María, figura a la que el artista español dedicó muchas de sus obras

La música de Victoria se reconocía en su tiempo como colorida. Empleó a menudo textos del libro del Cantar de los Cantares para componer sus obras melódicas y reflejar esa sensibilidad de los cantos de amor de este libro sagrado que dedicó a la veneración de la Virgen María. Sus obras pretenden inducir a la contemplación, tomando poemas de amor hebreos, que pasaron a la liturgia católica y de ahí a la música del compositor.

Su Officium Defuctorum podría considerarse el Quijote de la música renacentista española, que permaneció en los siglos cumpliéndose así las palabras que dedicó al monarca español: «Ser útil, en lo posible, al presente y al porvenir». Josep Soler en el interesante ensayo que dedicó a este compositor, explicó como, aunque Victoria se confinara en las voces humanas y en la música estrictamente funcional para la liturgia católica, «fue y sigue siendo el maestro de la más aguda emoción: esto no puede analizarse ni expresarse más que de forma harto indirecta con palabras».

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