Perico Lamborghini
En el fondo, le han traicionado simultáneamente la mente y la lengua. Porque si de él dependiera – y depende, porque la familia con su ayuda ha hecho bastantes negocios en los últimos años-, sería el propietario 47 del parque de «Lamborghinis» en España
Hace muchos, muchísimos años, Ladislao –Lalo-, Azcona y quince amigos fundaron la sociedad Gilipusa cuyo objeto social no era otro que adquirir un Ferrari y conducirlo por riguroso turno. Ninguno tenía capacidad económica para comprar un Ferrari, pero la unión hizo la fuerza, y el sueño se realizó. Les correspondía un día y medio de posesión del Ferrari por mes, Y Lalo fue el apoderado que acudió en nombre de todos a una Notaría para fundar la sociedad. Todos los socios eran amigos, jóvenes y con sentido del humor, y Gilipusa, sin ánimo de cotizar en la Bolsa, se puso en marcha. Gilipusa respondía al espíritu bienhumorado de sus accionistas. «Gilipollas Unidos Sociedad Anónima». La sociedad se mantuvo hasta que uno de los propietarios, durante su turno al volante del Ferrari, al tomar una curva en lo alto de la Cuesta de las Perdices, abandonó la calzada, despegó con elegancia y aterrizó sobre la copa de una encina de El Plantío. Pero fue divertido mientras duró.
Mi compañero de clase en el colegio de Nuestra Señora del Pilar – el de Castelló, María Jamardo-, Rafael Ruiz del Cueto, primer marido de Carmen Posadas, tenía un «Seiscientos» preparado cuyo motor encendido causaba pánico en las calles de Madrid porque su sonido competía con el de un avión «Caravelle» en trance de alzar el vuelo. Posteriormente, compitió en una carrera de Fórmula-3 en el circuito del Jarama, y sus amigos acudimos en masa a darle ánimos. En la tercera curva, nuestro querido «Graham Hill» se trabó con el embrague y abandonó su monoplaza con enorme dignidad. Y como un español, hidalgo y valiente – según rezaba el himno del Pilar-, abandonó la práctica del automovilismo con serenidad y discreción.
Pero jamás he conocido a nadie en España que tenga un «Lamborghini». Un «Lamborghini» ante todo, es una horterada, y el mero hecho de mencionarlo solivianta el concepto de la armonía. El odio al «Lamborghini» es consecuencia de una muy avanzada infección de la envidia, que sólo experimentan los supremos horteras. Según el gran Luis Ventoso, mi compañero en El Debate, en España se vendieron el pasado año 46 «Lamborghinis», lo que da a entender que España no está del todo perdida.
Pero Perico Lamborghini, el esposo de Begoña Fundraising, ha arremetido contra 46 españoles, los dueños de los 46 «Lamborghinis», para justificar la subida de impuestos a los ricos. «Más autobuses públicos y menos 'Lamborghinis'». En el fondo, le han traicionado simultáneamente la mente y la lengua. Porque si de él dependiera – y depende, porque la familia con su ayuda ha hecho bastantes negocios en los últimos años-, sería el propietario 47 del parque de «Lamborghinis» en España. Me figuro la escena, en el lecho conyugal, con Lady Fundraising preguntándole cada noche.
– Perico, ¿ Para cuándo el «Lamborghini»?
Y él dándole tiempo al tiempo.
– Nos lo compraremos cuando todos los ricos paguen más impuestos y su dinero sirva para distribuirlo entre los necesitados, los refugiados, los inmigrantes, Barrabés y nosotros.
Porque Perico, por mucho que lo insulten, desprecien, silben y le digan de todo en la calle –de ahí que no salga a la calle- es un español que desea que todos sus compatriotas puedan comprar un «Lamborghini» en los próximos años. Pienso en su tesón y sacrificio, y se me ponen los pelos como escarpias.
Literalmente.
En el elogio o la crítica, en la advertencia o la amenaza, en la ilusión o la melancolía, a un solemne hortera siempre se le escapa la causa de su envidia.
Pero fastidiar a 40 millones de españoles por culpa de 46 propietarios de un «Lamborghini» se me antoja excesivamente caprichoso.
Sin ánimo de molestar, y que esto último quede claro. ¡Qué gran presidente perdió Gilipusa!