El violinista más famoso del mundo era sacerdote y paraba las misas porque se le ocurrían melodías
Muchas de sus composiciones las escribió para las feligresas más habituales de la iglesia, las huérfanas del hospicio de la Piedad, que fueron las primeras alumnas del conservatorio de Venecia
Entre las muchas iglesias del Canal Grande de Venecia (en total, en la ciudad hay más de 100), hay una que no destacada demasiado. Como muchos otros templos en la isla su fachada tiene cuatro columnas y está coronado por un frontón triangular (como un templo griego) con una cruz en lo alto. Los materiales en los que está construida tampoco difieren de los que se ven en todos los demás edificios de la ciudad de Marco Polo, la piedra blanca de Istria, muy aislante de la humedad.
Lo que distingue a la iglesia de la Piedad, en el barrio veneciano de Castello, es que su párroco fue nada menos que el violinista más famoso de la historia. Se trata, como no, de Antonio Vivaldi, apodado il prete rosso, por el color de su pelo. Se dice que el célebre compositor de Las cuatro estaciones, interrumpía las Eucaristías a medias y bajaba a la sacristía, porque en un momento de (¿divina?) inspiración se le había ocurrido una melodía y prefería dejarla por escrito antes que olvidarla.
Il prete rosso
Muchas de sus composiciones las escribió para las feligresas más habituales de la iglesia, las huérfanas del hospicio de la Piedad, que fueron las primeras alumnas del conservatorio de Venecia. Vivaldi trabajó en el ospedale como sacerdote tan solo 18 meses, aunque siguió allí tiempo después como profesor de música de las niñas. A algunas de sus predilectas se les concedió una habitación individual en el orfanato. El compositor recorrió las principales cortes europeas hasta 1740, cuando conoció al emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico y se mudó a Viena.
Menos de un año después, el que después sería considerado uno de los mejores compositores del barroco murió en la absoluta pobreza y su música cayó en el olvido. Dos siglos después las partituras de il prete rosso se encontraron divididas entre Turín y Dresde y con mucho esfuerzo académico, las más de setecientas composiciones que dejó Vivaldi han vuelto a cobrar vida. Con los años han ido apareciendo cada vez más originales. El último de ellos lo halló un musicólogo español afincado en Ámsterdam en 2016.
No se conoce mucho de su vida familiar. Tan solo que a los 25 años se ordenó sacerdote por deseo de su madre, que pensó que la carrera eclesiástica era la mejor opción de vida para su frágil salud. Vivaldi nació con «estrechez de pecho», como él lo llamaba. Las dolencias pulmonares que lo achacaban fueron su excusa para dejar a un lado las misas y evitar esfuerzos y dedicar todo su tiempo a su verdadera pasión: la música.
Un triste repique para el gran compositor barroco
Su padre era violinista también. Tocaba en la orquesta de la basílica de San Marcos y fue quien le inculcó el amor por el arco y las cuerdas al observar que de todos sus hijos era el único con oído y ritmo. Fue profesor en el ospedale de la Piedad desde 1713 hasta 1740, con algunos paréntesis, pero también se dio a su carrera en solitario como violinista magistral en el mismo orfanato o en algún teatro veneciano.
Sin embargo, fue gracias a la composición que encontró un modo de vida y unos ingresos con los que vivir. Con la venta de sus obras llegó a ganar sumas importantes, que no supo mantener. Vivió en Mantua durante tres años, donde ejerció como director de espectáculos musicales para el príncipe Felipe, pero el eje de su vida fue siempre Venecia, desde donde viajó incansablemente por Italia y las cortes europeas. Su fama en vida no le valió para ser enterrado con honores. Tras su muerte en una habitación alquilada a una viuda vienesa, en su funeral no sonaron Las cuatro estaciones, sino un triste repique de campanas.