Ignacio de Loyola: el soldado que rindió sus armas a Dios
Una herida de guerra cambió los deseos de prestigio del prometedor diplomático que arriesgó su futuro por otra empresa más elevada: la de fundar la mayor congregación española de todos los tiempos
en un desconocido día de 1491 nacía en Azpeitia Iñigo López de Loyola, el benjamín de 13 hijos. Su padre, Beltrán Yáñez de Loyola, fue un soldado que militó en servicio de Enrique IV y de los Reyes Católicos, y así el pequeño Iñigo se crio entre relatos de las hazañas militares de sus mayores y en la religiosidad de un entorno profundamente creyente y católico. Sin embargo, no sería hasta más adelante que el mensaje de fe transmitido por su familia calaría en su espíritu.
Motivado por otras convicciones, Iñigo fue acogido con 15 años por el prestigioso Juan Velázquez de Cuéllar, contador mayor del reino, en el palacio de Arévalo, en Ávila. Con el corazón encendido con ideales de triunfo y gloria, este adolescente se despidió de su hogar paterno para probar fortuna en uno de los centros políticos y culturales más importantes del momento.
Pasaron los años e Iñigo de Loyola continuó su carrera militar al servicio de la nobleza española. En 1521, durante la Guerra de los Cuatro Años, Ignacio participó en la defensa del castillo de Pamplona, donde recibió un balazo de cañón en la pierna que le obligó a sumirse una larga temporada en su cama en absoluto reposo.
Peregrinar como Ignacio
Al igual que el Quijote se convirtió en caballero andante leyendo novelas de caballería, durante su larga convalecencia, Iñigo pasaría las horas leyendo vidas de santos y, sobre todo, la vida de Jesús y sus discípulos, quedándose trastocado por la figura del nazareno. Esta temporada provocó en él una conversión y un nuevo rumbo en su vida que le hicieron adoptar otro nombre, el de Ignacio, y a forjar un único deseo cristalino en su interior: peregrinar a Jerusalén.
Ignacio emprendió su viaje a Tierra Santa con la intención de visitar los lugares santos y vivir allí como peregrino. Llegó a Jerusalén en 1523, después de no pocas dificultades: enfermedad, tentaciones, inseguridades y los peligros del camino. Durante su estancia en Tierra Santa, trató de permanecer en la región y dedicarse a la vida religiosa, sin embargo, su tiempo allí fue breve. Debido a la situación política y la posibilidad de problemas con las autoridades locales y los turcos, Ignacio se vio obligado a regresar a Europa en 1524.
«Soldado para Dios»
Ignacio de Loyola, junto a sus compañeros, se entregó por completo a Dios, arriesgando su futuro con la certeza de seguir los pasos del Señor. Llegaron a la Ciudad Eterna con la intención de servir a los pobres y enfermos en diversos hospitales, convirtiéndose así Roma en su hogar espiritual. Fue el Papa Paulo III quien sugirió a este grupo de amigos en el Señor que consolidaran su vocación, dando inicio a la creación de su «fórmula de vida», un frágil borrador que poco después el Papa aprobaría como la Compañía de Jesús, el 27 de septiembre de 1540. En este se declaraba que cualquiera que quisiese formar parte de la compañía fuese «soldado para Dios bajo la bandera de la Cruz».
La última y más larga etapa en la vida de Ignacio transcurrió en esta ciudad, donde dedicó 16 años a liderar y gestionar los comienzos de la orden. Durante este tiempo, estableció un sinfín de relaciones sociales, políticas y eclesiásticas, reflejadas en miles de cartas que dan testimonio de su dedicación silenciosa a construir la Compañía de Jesús.
De Dios serán las glorias y tuyos solos los yerros"Diálogo de Ignacio de Loyola con Francisco Javier
Estableció su primera residencia en Roma, ubicada cerca de la iglesia del Gesù, donde reposan sus restos. Este lugar se convirtió en el centro administrativo de la orden y en el hogar de San Ignacio durante gran parte de su vida en Roma. Además, fundó el Colegio Romano, destinado a la formación intelectual y espiritual de los miembros de la orden y de laicos. El colegio se transformó más tarde en la Pontificia Universidad Gregoriana, actualmente una de las instituciones más importantes para la formación teológica y filosófica en la Iglesia.
La peregrinación terrenal de Ignacio concluyó el 31 de julio de 1556, dejando tras de sí una comunidad de aproximadamente 1000 jesuitas que continuaban su misión en Europa, Hispanoamérica, África y Asia. Actualmente, la Compañía de Jesús gestiona más de 1,500 instituciones educativas en 112 países y tiene más de 17,000 miembros en todo el mundo.
La búsqueda incesante de Dios que marcó la vida de Ignacio de Loyola se reflejó en la obra del escritor español, José María Pemán, El divino impaciente:
más que los actos externos;
no hay obra que valga nada
si no es del amor reflejo.