¿Qué quieren decir las Escrituras cuando se afirma que Jesús descendió a los Infiernos?
«Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva...» (1 Pedro 4, 6)
Lo recitamos todos los domingos en el Credo de los Apóstoles: Jesucristo «descendió a los Infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos». Quizá nos hayamos acostumbrado a decir esta parte del Credo sin saber exactamente cuál es su significado, ni reparar siquiera en su radical importancia. Si pensamos que Cristo descendió al lugar de la condenación, la respuesta es no.
Cristo no descendió al lugar de Satanás. Entre otras cosas, porque contradice la naturaleza misma del Infierno que, por definición, se entiende como la ausencia de Dios. El punto 125 del Compendio del Catecismo se preocupa de aclarar esta cuestión.
Los «infiernos»
A lo largo de la historia han existido numerosos conceptos para designar al lugar de los muertos. En la tradición pagana este «lugar» era el hades. En el antiguo Israel, eran los Infiernos o el sheol.
El concepto de sheol experimenta una evolución a lo largo del Antiguo Testamento. Al principio no se distinguía el estado de las almas que allí habitaban. Más adelante, en la mentalidad del pueblo elegido, se establece una separación entre los condenados y los justos que aguardaban la Salvación.
El señor de la muerte era el diablo y quienes morían estaban bajo su «reino», el de todos los muertos. Los justos sufrían porque estaban privados de Dios y encadenados a la muerte por el príncipe de las tinieblas, pero a la espera de la Redención. Las puertas del Cielo todavía no habían sido abiertas.
Como dice el Catecismo: «Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos. Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados, ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido».
Explicación teológica
El descenso de Jesús a los Infiernos es un episodio que ha sido largamente debatido y estudiado por los padres de la Iglesia. Lo que dice la doctrina es que Cristo experimentó la muerte, el desgarramiento dramático entre alma y cuerpo. Por lo tanto, el descenso de Jesús no es un viaje geográfico.
Santo Tomás explica esta verdad diciendo que «Cristo entró en todas las partes inferiores de la tierra, no localmente, recorriéndolas todas con el alma, sino extendiendo, (...) a todas el efecto de su poder. Pero de tal modo que solamente iluminó a los justos».
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Después de todo, no hay que olvidar que el descenso de Jesús a los Infiernos es un artículo de fe. Intentar adecuar este misterio a nuestros esquemas mentales sería un error que nos impide reconocer su significado esencial. Con su muerte, Jesús abre las puertas del Cielo y redime a los justos de todos los tiempos en un acto definitivo, atemporal y universal.
Enseñanzas de la Iglesia
En una homilía de Vigilia Pascual, Benedicto XVI subraya el valor alegórico de este pasaje, comparándolo con el descenso de Cristo a cada uno de los infiernos del hombre.
Como un pastor en busca de la oveja extraviada, Cristo asume la muerte y va en busca de todo aquello que pueda ser salvado. Como dice el Salmo 138: «Si me acuesto en el abismo, allí te encuentro (...) Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí, ni la tiniebla es oscura para ti».
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Este artículo es, ante todo, una expresión que condensa la infinita misericordia de Dios. Un Dios que ha asumido la condición humana y ha bajado a las profundidades de la muerte para liberar a los allí retenidos. En adelante, Cristo resucitado «tiene las llaves de la muerte y del Infierno» (Ap 1, 18) y «al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos» (Flp 2, 10).