El cardenal Chomali acaba de ser creado cardenal por el Papa en diciembre
Cardenal Fernando Chomali, arzobispo de Santiago de Chile
«El Papa nos ha pedido a los nuevos cardenales que 'andemos descalzos' para que nos duela la calle»
Francisco le otorgó el capelo cardenalicio el pasado 8 de diciembre, y está convencido de que «con nuestro mensaje, que es el de Cristo, seremos capaces de entusiasmar nuevamente al mundo»
Pertenece a la última hornada de 21 cardenales creados por el Papa Francisco. Fue el 8 de diciembre pasado cuando Fernando Chomali Garib, arzobispo de Santiago de Chile, recibió el capelo cardenalicio y pasó a engrosar el reducido colegio de los colaboradores más cercanos del Santo Padre, que son los que, además, se encargarán de elegir a su sucesor cuando llegue el momento. Descendiente de palestinos, ha pasado unos días en España, donde ha querido visitar la redacción de El Debate.
— Antes que nada, ¿cómo se encuentra el Papa?
— Yo al Papa lo veo entusiasmado, lo veo con un gran sentido del humor, lo veo con ganas de seguir evangelizando, de seguir fortaleciendo la Iglesia. Y también lo veo muy, muy creativo y muy, muy sinodal. Encuentro notable que haya nombrado a un sacerdote belga y arzobispo de Teherán como cardenal (se refiere al franciscano Dominique Joseph Mathieu). Le pregunté cuántos católicos había ahí y me dijo que unos pocos miles. Hizo cardenal al obispo de Argelia, un dominico, donde también hay una minoría católica, y también a otros de diócesis muy consolidadas. Eso es la universalidad de la Iglesia. Es decir, yo veo que el Papa ha tratado de hacer presente en el Colegio Cardenalicio la universalidad de la Iglesia. Pero, ¿sabe una cosa?
— Dígame.
— Lo que yo percibí es que este cardenalato no es mío. No es mío. Este es un cardenalato de la Iglesia de Chile que siempre ha tenido un vínculo muy profundo con el Papa y ha tenido cardenales que han marcado mucho la historia, no solamente de la Iglesia, sino de Chile. Y, en ese sentido, yo siento que tengo una gran responsabilidad, sin lugar a dudas.
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— Usted es muy activo en las redes sociales. El pasado 9 de diciembre, un día después de ser creado cardenal, escribió en X que «los templos llenos de gente rezando serán nuestra alegría y fortaleza». Como deseo está muy bien, pero, ¿Cómo se plantea usted conseguir eso?
— Bueno, mucha gente me pregunta que cuál es mi gran desafío pastoral. Es que la gente vuelva a misa, porque la misa es el centro de la vida cristiana. Desde ahí surge toda la vida social, toda la vida de presencia en el mundo y todo vuelve ahí. Y creo que es un desafío que implica una nueva pedagogía. Implica intentar comprender cuáles son las búsquedas del hombre moderno. Pero sin Eucaristía no hay Iglesia y, por lo tanto, eso para mí es tremendamente importante. Y ver de qué manera comprender cuáles son los nuevos templos.
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— ¿A qué se refiere?
— Por ejemplo, estoy seguro de que en muchas partes del mundo mucha más gente hace deporte el domingo en la mañana que va a misa. Y hay que preguntarse qué están buscando ahí y de qué manera. Nosotros, con nuestro pensamiento, con nuestro mensaje, que es el mensaje de Cristo, somos capaces de entusiasmarlos nuevamente. Ahora, ¿Cuál es mi gran convicción? Una sola: El mensaje de Cristo es el único capaz de responder las grandes preguntas que inquietan al hombre moderno, a la mujer moderna, a la familia moderna, a la política. Es decir, es un mensaje totalizante que busca y representa lo que todos queremos: Mayor fraternidad, mayor sentido de la vida, mayor justicia.
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— Pero algunos, dentro de la Iglesia, tratan de contraponer a los sacerdotes u obispos, más «eucarísticos», como ha dicho usted, con los que, supuestamente, serían más «sociales»...
— Pero eso es un error. Es un error, porque el mandamiento principal es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Yo estoy muy dedicado a la obra social. He sido fundador de muchas obras sociales, pero siempre las entendí como obras de Iglesia. Nunca las entendí como obras de una ONG, que son muy válidas, o de una fundación. Es decir, es la manifestación visible del amor a Dios invisible. De hecho, para mí, una de las verdades teológicas más potentes es que en el pobre, en el inmigrante, en el perseguido, en el preso está Cristo. Eso es muy, muy potente y creo que eso es algo que lo tenemos que internalizar con mucha más fuerza. No es una dicotomía, porque toda vida espiritual te lleva a la vida social y todo encuentro social, todo encuentro con los hermanos te lleva a dar gracias a Dios.
Mi gran desafío pastoral es que la gente vuelva a misa
El Papa nos mandó una carta a los nuevos cardenales, una carta muy hermosa de una página, porque él es muy directo para sus cosas. Y nos dijo tres cosas: uno, que teníamos que tener una mirada amplia, los ojos en lo alto para comprender que el mundo va mucho más allá de nosotros mismos. Yo creo que cometemos un error cuando miramos a Chile sin ver lo que pasa en América Latina. Es un error tratar de comprender a los jóvenes sin saber lo que pasa con la familia, con la economía, porque está todo muy unido.
— ¿Cuál es la segunda?
— Nos dijo que tengamos las manos juntas para rezar. Es decir, toda acción pastoral será pastoral cuando proviene de la oración. Y en tercer lugar, nos dice que andemos sin zapatos, descalzos, para que nos duela la calle, para que nos duela lo que pasa. Porque muchas veces uno puede aislarse y vivir fuera del mundo y solamente vamos a poder vivir un apostolado adecuado si conocemos los dolores de muchas personas. Hoy día los dolores son la soledad, que es un dolor horroroso. El desarraigo, el no sentirse parte, el no encontrarle sentido a la vida, sumado a los dolores de la pobreza en tantas partes del mundo, y la guerra.
Así que yo le pido al Señor eso, que tenga una mirada amplia de lo que pasa en el mundo, que sea una persona de oración y que me duela lo que pasa. Y él usa una expresión que es muy bonita, la de pastores con olor a oveja, y no pastores perfumados. Así que yo no uso perfume. Intento estar en el mundo de una manera sencilla.
— Existe quizás un peligro en que esas obras sociales de la Iglesia acaben siendo muy sociales y muy poco de la Iglesia...
— Puede pasar, es una tentación. Para eso hay que estar muy vigilante. Pero también puede pasar que haya personas tan «espirituales» que se olviden de la dimensión social y, por qué no decirlo, también de la dimensión política que tiene la fe y la tarea evangelizadora. ¿Por qué? Porque promueve, como decía muy bien Benedicto XVI, valores pre-políticos y pre-éticos que tienen que ver con la dignidad de la persona humana. Es muy importante no tener miedo a cuestionarnos y a cuestionar todo lo que va aconteciendo en la historia para hacer un discernimiento y comprobar si lo que vamos realizando es obra del Espíritu o no.
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— Hablando de esa dimensión política que usted ha mencionado, el Papa le acaba de nombrar miembro de la Pontificia Comisión para América Latina. Bajan las aguas revueltas en Hispanoamérica, ¿no le parece?
— Bueno, es para ver lo que pasa en Chile con la cantidad de migrantes que han ido allí con la esperanza de tener una vida mejor. No nos olvidemos de que el principio de sobrevivencia es el principio básico de todo ser humano. Ha sido bien doloroso ver cómo millones de venezolanos se han ido de su país para poder darle mejor perspectiva a sus hijos. Y, evidentemente, es un país muy martirizado donde no se viven los derechos básicos a que puede tener acceso una persona, y es muy doloroso lo que está pasando. A mí no me corresponde hacer un juicio político al respecto, pero sí tengo contacto con muchos venezolanos que sufren mucho por la situación de su país. Nadie se va de un país porque quiere, sino porque son urgencias muy grandes, de sobrevivencia, de perspectiva, de futuro para sus hijos, y parece que eso no se ve y lamentablemente pasa en muchos países de América Latina. Pienso que toda dictadura, venga de donde venga, debe ser claramente rechazada en vista a sociedades más democráticas, sociedades más pluralistas, sociedades de relaciones humanas más horizontales.
— También hay democracias que son dictaduras camufladas, ¿no le parece?
— Puede pasar. Hoy día hay una dictadura que es la de la cancelación, donde hay personas que no están dispuestas a dialogar, y eso es un camino muy equivocado. También está la dictadura del relativismo. Veo un gran escepticismo frente a la posibilidad de conocer la verdad y también veo una excesiva esperanza en la tecnología. De hecho, si uno ve las universidades, se da cuenta de que la apuesta de muchos países es por las carreras en el ámbito médico, el ámbito económico, y no se ha hecho una apuesta por las artes, por la filosofía y la teología. Y ahí hay un gran pragmatismo que nos va a hacer daño.
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— Por defender que existe una verdad objetiva, le pueden decir algunos que está polarizando o crispando...
— Yo pienso que la verdad es un objetivo que tenemos que encontrar todos en conjunto. Como decía el gran teólogo Hans Urs von Balthasar, la verdad es sinfónica y todos podemos hacer un aporte al respecto. El tema está en que mucha gente no le reconoce ningún valor al conocimiento que proviene de la fe, y la fe es un modo de conocer. Nosotros tenemos una antropología que es tremendamente hermosa, que se fundamenta en creer en un mensaje, y eso no obstaculiza para nada lo que se pueda lograr a través de la ciencia y a través de la razón. Esta apertura a distintas formas de conocer nos ayuda a encontrar la verdad, que siempre es muy esquiva.
Yo creo que detrás de esas posiciones hay una soberbia muy grande. Nadie está 100% equivocado, ni nadie tiene 100% la razón, y tenemos que sentar las bases para conversar. Para mí la primera base es la dignidad del ser humano, de todo ser humano, una dignidad que merece absoluto respeto siempre. En segundo lugar, reconocer en cada ser humano un misterio. Yo a veces veo mucha superficialidad para hacer un juicio respecto a los demás, pero cada uno es un misterio muy profundo.