Entrevista a monseñor Emilio Rocha Grande, arzobispo de Tánger
«Un marroquí que quisiera bautizarse... bueno, lo tiene muy, muy complicado»
Aunque los franciscanos llegaron a Marruecos en el siglo XIII, los católicos apenas suman 35.000 fieles. El Islam supone un contumaz freno a su desarrollo
Nos recibe en el palacio episcopal de Tánger, que antaño fue convento franciscano, orden a la que pertenece monseñor Emilio Rocha Grande. Este madrileño de 66 años vivía dedicado a la oración y alejado del mundanal ruido en el convento de El Palancar (Cáceres) cuando, en 2022, recibió una llamada de teléfono «mientras estaba haciendo la compra para la comunidad» que le informaba de que el Papa Francisco le quería en la archidiócesis marroquí como arzobispo.
– Pero, ¿conocía usted Marruecos?
– No; nunca había estado.
– Hablaría francés, al menos.
– No. De hecho, no lo hablo demasiado todavía...
– Por el árabe ni le pregunto...
La recia torre de hormigón de la catedral de Nuestra Señora de la Asunción proyecta su estilizada sombra sobre el austero claustro del palacio arzobispal. Aquí reside monseñor Rocha junto a otros tres franciscanos. El propio San Francisco de Asís envió en 1219 a algunos de sus primeros discípulos a estas tierras de misión para evangelizar a los musulmanes. Berardo, Pedro, Acursio, Adyuto y Otón fueron los primeros franciscanos en pisar esta tierra, y también los primeros en regarla con su sangre. Tras ellos llegarían muchos más para atender la exigua comunidad católica tangerina, apenas 3.000 almas en medio de un océano musulmán de 4,5 millones de personas.
– Con altos y bajos, los franciscanos siempre hemos estado aquí, de tal manera que prácticamente todo Marruecos ha estado encomendado a los franciscanos. La zona norte, a los franciscanos españoles, y la zona de Rabat, que es muchísimo más grande, han sido dos provincias franciscanas francesas. Pero la presencia de los frailes ha sido ininterrumpida y prácticamente exclusiva hasta que, hace unos años, se ha abierto mucho más el abanico de presencias.
– Un cambio radical para usted: de un convento de montaña en Extremadura al arzobispado de Tánger...
– Bastante radical, sí...
– ¿Lo pidió usted?
– No, en absoluto. Nunca se me hubiera pasado por la cabeza.
– ¿Cuántas parroquias tienen en su archidiócesis?
– Eso es fácil: siete. El número de católicos es más complicado, porque el Anuario Pontificio habla, para todo Marruecos, de unos 35.000 católicos. Hablo de unos 32.000 más o menos para Rabat y 3.000 ó 3.500 para Tánger. El hecho es que son muchos más, si por católicos entendemos bautizados. Pero, que participen en las celebraciones, son bastantes menos.
De hecho, lo curioso es que los que participan más activamente son subsaharianos, muchos de ellos estudiantes que están becados por el Gobierno marroquí. Un número importante de ellos son católicos; se integran muy bien en las comunidades parroquiales, en la vida de la Iglesia, y también migrantes sin documentación, porque la presencia europea ha disminuido. Estamos a una hora de España, así que el viernes por la tarde, mucha gente coge el ferry y se va a pasar el fin de semana a España y regresa el domingo por la tarde. Con lo cual, el fin de semana, que es cuando más actividad pastoral habría, no están por aquí.
– Los marroquís, por ley, tienen que ser forzosamente musulmanes...
– Digamos que ser marroquí se identifica con ser musulmán, y cualquier marroquí que se sintiera atraído por el cristianismo hasta el punto de pedir el bautismo... bueno, pues lo tiene muy, muy complicado. Entonces, hombre, yo supongo que el bautizo se podría hacer, se podría llegar a hacer, pero son casos muy, muy, muy aislados, si es que se da alguno. Y, en ese sentido, somos muy, muy respetuosos también con la ley marroquí, ¿verdad? No hacemos proselitismo. Y si alguien inicia un camino de acompañamiento, tiene que ser suficientemente largo, y ya veremos si termina en bautismo o no...
– ¿Y alguno lo ha pedido en estos dos años que lleva usted aquí?
– Sí.
– Y se le bautiza...
– Bueno, se le puede bautizar, sí...
– Lo viven en secreto...
– Digamos que en secreto es muy difícil. O sea, aquí es una sociedad muy, muy, muy transparente, digamos que se sabe todo. Entonces, más que en secreto, yo diría que con... bueno, pues con mucha prudencia y con mucha discreción. En cualquier caso, los casos que hay, si es que los hay, son poquísimos, poquísimos...
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– Pero un marroquí, además, tendrá poco interés en conocer la Iglesia católica, al estar tan opacada...
– Diálogo hay mucho y sí hay curiosidad, pero no tanto por el deseo de convertirse al cristianismo, cuanto de conocimiento. Hay una población muy joven, universitarios muchos de ellos, y tienen curiosidad, pero yo creo que la misma que nosotros por conocer el Islam. Hoy, si tienes esa curiosidad, puedes ir perfectamente a Internet, donde encuentras de todo...
– Entiendo...
– ...ha habido bautizos. Lo que pasa es que aquí se sabe todo. Los bautizos quedan inscritos en un libro aparte, si es que los hay, pero son con cuentagotas. De hecho, en la diócesis, que yo sepa, tenemos cinco o seis católicos marroquís. Que yo sepa...
– Lo sabrá usted mejor que nadie...
– Son cinco o seis... Lo cual es una buena noticia... Las autoridades no ponen mayor pega a esto... Otra cosa es si se celebrara un bautizo de 20 personas en la catedral a las 12 del mediodía... Ahí yo creo que sería más problemático... En cualquier caso, como digo, tampoco hay un afán proselitista, y sí de acogida. Cuando la gente viene, se la acoge y se le escucha y se inicia un camino de acompañamiento muy, muy, muy discreto y muy, muy, muy sereno, que terminará donde termine y cuando termine... No hay un bloqueo, pero tampoco hay un buscar la conversión de nadie...
– Me imagino que usted, como sacerdote, como franciscano y obispo, sí querría poder hacer todavía más por la gente...
– Yo hago todo lo que puedo e incluso un poquito más de lo que puedo. He venido aquí como obispo y mi primera preocupación son los católicos. Y luego, bueno, pues anunciar el Evangelio a los no católicos...
Evangelizar con las obras
– Pero no le dejan. O, bueno, le ponen muchas cortapisas...
– El Evangelio se puede anunciar de muchas maneras. La Iglesia en Marruecos lleva muchos siglos viviendo en un ambiente claramente musulmán; a veces más hostil, otras veces más acogedor. Pero ha habido siempre un lenguaje de las obras. De hecho, la obra social caritativa que se lleva a cabo es impresionante. Y ahí estamos hablando mucho sin palabras.
Las relaciones con el Gobierno son muy buenas. Dentro de los países del norte de África –Túnez, Argelia, Libia y Marruecos– este último es una isla, en el buen sentido de la palabra. Hay una relación de colaboración, de cooperación. Simplemente, hay líneas rojas que marca el Gobierno y las asumimos con la flexibilidad que se pueda, pero las asumimos evidentemente, y las acogemos.
Entonces, ¿no anunciamos el Evangelio? Claro que se anuncia el Evangelio, ¡como no! Todas las personas con las que trabajamos en nuestra obra social son marroquíes. Quiere decir que hay un diálogo. Y surgen muchas conversaciones, y hay un modo de actuar que ellos ven y se interrogan.
Los jóvenes subsaharianos
– Aquí, entonces, no pueden impartir catequesis o similar...
– Sí, sí podemos. Nosotros, dentro de la iglesia, tenemos absoluta libertad. La mayoría de nuestros catecúmenos son subsaharianos o hijos de familias europeas. Tenemos bautizos todos los años en la noche de Pascua; confirmaciones, un montón de ellas. Y son fundamentalmente estos jóvenes que proceden de países del África subsahariana, se integran y se completa la iniciación cristiana. No hay ningún problema para ello absoluto.
– Tras dos años en esta tierra, ¿cuáles son sus objetivos, sus deseos, sus sueños para ella?
– Mi sueño es que la comunidad cristiana pequeña que tenemos aquí –insignificante pero significativa– sea más significativa y que nos tomemos en serio lo de ser sal y luz. Ser levadura, una pequeña porción dentro de una masa que sea capaz de fermentar, abiertos a lo que Dios en cada momento vaya suscitando. Tenemos que ser una comunidad mucho más viva, más operante.
– ¿Echa de menos el sosiego de su recóndito monasterio en Extremadura?
– No. Lo recuerdo con cariño, pero echarlo de menos... creo que sería, primero, poco útil, y luego, esto es una vida apasionante. Vale la pena vivirla a tope. Recuerdo con cariño mi etapa anterior, como recuerdo mis 40 y tantos años de fraile, por donde he ido pasando. Pero este es el lugar y el momento en el que tengo que estar.
En colaboración con Comunitat Valenciana