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noches del sacromonteRichi Franco

Contra la tentación de los propósitos

No perdamos el tiempo en aquello que no podemos cumplir en nosotros y, sobre todo, en los demás

Actualizada 11:09

Las fechas que nos atraviesan son muy proclives al lanzamiento de promesas al aire y propósitos de enmienda, como deporte de olímpica ilusión para el que no estamos nunca del todo entrenados. No hay más que ver nuestro cotidiano comportamiento a medio camino entre el «quiero y no puedo» y su vuelta a empezar cada vez más agotados.

Los propósitos de año nuevo son una pérdida de tiempo. Lo digo ya «a lo bestia» en el segundo párrafo para no dejar dudas de mi posicionamiento y también un poco por rellenar la columna con palabras desde la dionisíaca escuela de la que provengo, lo cual no es más fácil por mi alta cuna, pero tampoco deja de ser cierto; de hecho, el no saber llegar, alcanzar, responder a esas expectativas que algunos se –nos– ponen en las vísperas del año nuevo, no son otra cosa que el reflejo real del ser verdaderamente humano. Porque lo humano es querer y no dar nunca la talla por muy alto que se desee, o se crea desear. Pero eso lo veremos en el quinto párrafo que, paradójicamente y en contra de mí mismo, me he propuesto escribir.

Para este tercer párrafo dejo claro que no es que las expectativas sean innecesarias, solo digo que son inalcanzables las más nobles y una pérdida de tiempo creer que, solo con nuestras fuerzas, llegaremos a ser ese ángel seráfico y cuasi transparente de bondad con el que a veces ilustramos el ideal para uno mismo o los demás, hasta que nos damos el batacazo.

Para el cuarto párrafo hay que decir, también, que si para nosotros es imposible seguir el programa, no lo es menos para el prójimo y que, quizá, es esa tentación o pretensión de inmaculada vida en las relaciones personales el letal veneno que nos está matando a todos. En fin, ahí hay mucho material para la reflexión sosegada, y no sesgada, que nos queda siempre pendiente por hacer.

En cualquier caso, ya en el quinto párrafo solo queda hacernos la gran pregunta para el lector interesado: si los propósitos son buenos y al mismo tiempo imposibles, si son inevitables y al mismo tiempo inaccesibles en su extensión, si nunca estamos contentos con su resultado, ¿por qué no podemos evitar dejar de imaginar su consecución? Yo creo que es por la espera de la que venimos hablando: la espera de otra vida mejor en esta vida, la espera de una vida más digna, más vivible, más amable y más bella aquí y ahora, no cuando suenen las trompetas del Apocalipsis.

Si nosotros, personas maduras que hemos llegado hasta el sexto párrafo, estamos incapacitados para alcanzar lo deseado dentro de la medida pequeña de esos propósitos, y siempre nos queda algo inalcanzable por conseguir, diría que es tan lógico como conmovedor, que ese espacio inconmensurable de promesas no cumplidas, tentativas y pronósticos erróneos, sea la posibilidad para que los otros y, sobre todo, Otro más grande nos abrace con su ternura, añadiendo otro año al calendario de la vida y al de la eternidad, donde ya no hacen falta más propósitos ni cálculos. Ni, por supuesto, leerme a mí.

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