Acoso y derribo de la Iglesia en China
Gobiernos como el de Daniel Ortega, el Irán de los ayatolás, Somalia, Pakistán, o el de Xi Jinping actúan con descaro, sin rubor en sus decisiones
China está en la cresta de la ola de las noticias. Su alianza con Putin, la visita de Sánchez, su política antioccidental, su asedio a Taiwán, su dominio mundial del mercado, de la tecnología y sus pretensiones totalitarias globales presumibles. De lo que no se habla es de su beligerante actitud contra la Iglesia católica.
No sé por qué la Iglesia molesta tanto, no solo a los países que la persiguen desde hace siglos, o que la toleran mal: persecución y crímenes incluidos; sobre todo, en los países islámicos más radicales, a los que se suma la India en los últimos decenios. Esta, siempre era considerada desde Gandhi como el paraíso de la tolerancia. ¡Se acabó! Gobiernos como el de Daniel Ortega, el Irán de los ayatolás, Somalia, Pakistán, o el de Xi Jinping actúan con descaro, sin rubor en sus decisiones, con una falta de respeto al derecho internacional, que delatan formar parte de un plan de acoso y derribo del único espacio de libertad que no se pliega al dictado de los autócratas. Nada, por otra parte, extraño… desde tiempos inmemoriales en las Sagradas Escrituras, esta persecución de los poderes totalitarios contra el pensamiento libre y la fe religiosa que no se someta a los «ídolos» de las políticas de turno, ha quedado consignada para siempre en la literatura bíblica judía y por ende en la cristiana, sobre todo en el magnífico pasaje del profeta Daniel y Nabucodonosor y el horno de fuego preparado para los jóvenes que no aceptaron someterse a la normativa idolátrica de adorar al Estado. La última de estas persecuciones es la del gobierno comunista chino que ha demolido casas de religiosas arbitrariamente en Datong (Shanxi). Con mazas y picos han derribado el convento de las religiosas que daban cobijo a sacerdotes. El templo y la casa conventual tenían más de 100 años de existencia, y contaban con todos los permisos legales. Aunque constituían una de las escasas comunidades católicas «oficiales» reconocidas por el Partido Comunista Chino, desde 2005 la diócesis no tiene obispo. El último fue monseñor Taddeo Guo Yingong, que falleció en 2005, después de haber pasado más de 10 años en trabajos forzados durante la Revolución Cultural. El problema de la intolerancia del alcalde, que arbitrariamente ha decidió esta demolición, viene de hace unos años (2018) en los que esta comunidad de resistentes al Nabucodonosor de los tiempos actuales, representada en un grupo de fieles de la diócesis, difundió una carta abierta y firmada en la que denunciaban la creciente opresión del gobierno contra la comunidad católica tras la puesta en marcha de la 'Nueva Normativa sobre Actividades Religiosas'. Los acuerdos entre China y el Vaticano sobre el nombramiento de obispos firmado en 2018 y renovado en 2020 y 2022 no ha supuesto lo que se pretendía: a saber, el cese de la represión del gobierno contra los católicos chinos, especialmente los que viven su fe en la clandestinidad. Al parecer ha sucedido todo lo contrario: una reacción anticatólica, enmarcada en una campaña para el retirado cruces de la vía pública, pinturas y estatuas o elementos decorativos religiosos tachándola de “demasiado occidentales». La idea es acabar con la presencia de lo occidental, emblemáticamente sintetizado en la fe cristiana. Ante la imposibilidad de acabar con el cristianismo, la «sinización», es decir, someter a la autoridad del Partido a la religión foránea, «según las características nacionales chinas», se ha convertido en el programa de referencia para todos los alcaldes que han de hacer cumplir las prerrogativas del gobierno. Aunque la Santa Sede denunció ya en el mismo 2018 la violación del Acuerdo por parte de las autoridades chinas, con el nombramiento de Mons. John Peng Weizhao como obispo auxiliar de la diócesis de Jiangxi y a pesar de las muchas sedes vacantes, desde el 8 de septiembre de 2021 no se ha llevado a cabo la ordenación de ningún obispo en China, ni católico, ni nacionalista. En fin, este no es más que uno de los episodios de esta tradición persecutoria en la que la Iglesia es experta a lo largo de los siglos y no la más lacerante. El único consuelo es que, de momento, no hay sangre derramada, en este caso concreto, ni cárcel, como sí lo hay en otros cantones y en otros episodios.